Habíamos hablado del mensaje de los obispos mexicanos de este mes de septiembre de 2021 relativo a la consumación de la independencia de nuestro país titulado “La consumación de la independencia: una tarea permanente”. El mensaje considera que el hecho es muy importante para la memoria colectiva nacional y que es necesario un espíritu de reconciliación.
Su primer apartado consiste y se llama “Una mirada iluminadora de la Consumación de la Independencia” y aseguran que “durante 1821 se dio, en la entonces América septentrional, un acontecimiento histórico excepcional: un nuevo país independiente nació dentro de un orden constitucional cuya vigencia se respetó mediante un modo o proyecto político abierto, conciliador y eficaz”.
Repasa el mensaje algunos de los hechos que culminaron en la Independencia y reflexiona brevemente sobre ellos, por ejemplo, para destacar el tema de la unión, que era una de las tres garantías propuestas para la independencia. Se dice: “Y si el autor de este proyecto fue el militar criollo D. Agustín de Iturbide, personaje cuestionado posteriormente por la historiografía republicana, muy pronto contó con el apoyo inicial del mulato D. Vicente Guerrero y del indígena D. Pedro Asencio, insurgentes ambos y, posteriormente, del político español D. Juan O’Donojú, simbolizando los cuatro, la unidad propuesta y deseada por este modo de ser libres que no hizo ninguna diferencia entre los habitantes del nuevo Estado por razón de su origen racial o geográfico, y a quienes prometió la igualdad civil desconocida en el texto constitucional español”.
El mensaje considera también que “la consumación, sin embargo, ha de entenderse más como una obra colectiva del pueblo mexicano en búsqueda de su independencia, de su unidad, de su igualdad, de su constitución y de la paz, que como resultado de una acción individual”. Hace ver que “la Iglesia novohispana, entendida como el conjunto de bautizados; sus fieles, religiosas, religiosos, clérigos y jerarquía; se sumó y colaboró decididamente en este proceso”, pero reconoce que “una facción minoritaria de jerarcas, de origen peninsular, no estuvo de acuerdo, anteponiendo su fidelidad al monarca español por encima de sus deberes pastorales, como expresión tardía de la prolongada sumisión que la Iglesia le había profesado siglos atrás”.
No deja de señalar, sin embargo, que el entonces papa Pío VII, debido a los informes que recibía de parte de las autoridades españolas, había pedido obediencia al rey de España en 1816, pero que más tarde la Iglesia (con el papa Gregorio XVI) finalmente reconoció la independencia.
El siguiente apartado se denomina: “Una historia que nos llama a la unidad en la reconciliación” y comienza comentando “la forma inteligente, oportuna, eficaz, realista y prudente con que se consiguió la consumación de nuestra independencia, del que hablaremos la próxima vez.
Pedro Miguel Funes Díaz