La propuesta de un mundo mejor para una vida digna de los seres humanos no parecería viable cuando el panorama de las relaciones internacionales se torna cada vez más difícil, complejo y alejado de la paz.
La reflexión sobre el tema del sentido de la vida y de la muerte de los seres humanos más allá de las respuestas de las ciencias experimentales y la tecnología debería ser una exigencia a la que los hechos nos fuerzan, ya que por más avances que observamos en ciencia y tecnología, no acaba de perfilarse en el horizonte la posibilidad seria de mejores condiciones para la realización de personas y sociedades.
En buena parte del mundo se ha dado una tendencia a relegar los principios morales y, especialmente, a dejarlos fuera de la edificación de la vida pública. Desde el punto de vista del conocimiento ha dominado la idea de que no es posible el conocimiento de las realidades que trasciendan el orden material y, por lo mismo, se ha introducido una fractura en los fundamentos de la conducta humana.
En todo caso, algunos piensan que cada quien puede tener su propia moral, a nivel personal y privado, mientras que para las relaciones con los demás se hayan las leyes del Estado. En ese caso, sin embargo, ya que esas leyes no tendrían conexión con las convicciones de fondo de las personas y resultarían algo externo a ellas, producto de las ideologías que, en la medida que se impongan, las modificarán de acuerdo a su intereses.
Si se considera, en cambio, que en la persona humana existe una bondad fundamental y que de ella derivan cualidades y energías que pueden orientarse rectamente para el bien propio y el de los demás, entonces una propuesta por buscar y trabajar en favor de ese mundo mejor no resulta fuera de lugar. Naturalmente la tarea, visto el panorama, es ardua. Creo que lo primero es convencernos y convencer de que hay algo que podemos saber más allá de la ciencia y la tecnología que, por muy valiosas y admirables que resulten, puesto que con ellas resolvemos muchos problemas, no son la respuesta que buscamos al problema humano fundamental sobre el sentido de nuestra existencia.
En cuanto a la perspectiva de los creyentes cristianos, podemos recordar que existen motivaciones todavía más profundas, es decir, religiosas, de fe y de esperanza, que tal vez no compartan otros, pero de las que se derivan convicciones morales que constituyen un punto de encuentro con los hombres de buena voluntad.