En los últimos dos años, la inflación ha sido objeto de intensos debates y discusiones. Durante esta lucha por controlarla, los banqueros centrales han recurrido a metáforas para explicar su complejidad. En este sentido, Christine Lagarde, presidenta del Banco Central Europeo, la ha denominado "tit-for-tat inflation" o "inflación ojo-por-ojo". Con esta expresión, Lagarde reconoce el riesgo de una compensación que tanto las empresas como los trabajadores podrían estar resistiendo debido a la pérdida del poder adquisitivo de sus ingresos.
También se ha acuñado la expresión "greedinflation" (inflación avariciosa) para referirse a la actitud de ciertas empresas que aprovechan el aumento de precios para aumentar sus márgenes de ganancia. Otra metáfora es la de "el cohete y la pluma" que funciona para visualizar fenómenos a través de los cuales los precios aumentan rápidamente cuando el precio del barril de petróleo se dispara, pero tardan en disminuir incluso cuando éste se desploma.
Hoy en día, se escucha con frecuencia acerca de la "sticky inflation" (inflación pegajosa), un concepto de la economía keynesiana moderna que apunta a la negación de ciertos bienes o servicios a reducir sus precios. Según esta teoría, existen varias razones por las cuales la inflación puede ser “pegajosa” en el corto plazo. La primera tiene que ver con los costos asociados al cambio de precios (costos de cambio de menú) que, para evitarlos, prefieren que permanezcan. También están los contratos inamovibles entre empleadores y empleados que mantienen altos los salarios. Además, las expectativas de precios estables en el corto plazo pueden contribuir a una cierta tolerancia hacia los niveles inflacionarios que se perciben “temporales”.
El panorama metafórico ha estado entrelazado con las metas inflacionarias de los bancos centrales. Una inflación modesta para países desarrollados es del 2 %. Bajo este enfoque, un banco central establece y comunica una tasa de inflación objetivo y luego busca guiar la inflación real hacia esa meta mediante ajustes en las tasas de interés. Dado que las tasas de interés y las tasas de inflación suelen moverse en direcciones opuestas, las acciones que puede tomar un banco central se vuelven más transparentes mediante una política de objetivo de inflación, lo que contribuye a una mayor estabilidad económica.
En las últimas semanas, la opinión generalizada es que la inflación no retornará a los niveles prepandemia, ni alcanzará las metas establecidas por los bancos centrales en el corto plazo. Se argumenta que esta inflación no se origina en un solo fenómeno, sino en diversas tendencias globales que mantienen los precios elevados. Una de ellas, presente en economías desarrolladas, es la realidad de una población envejecida que podría reducir la fuerza laboral y generar escasez de mano de obra en el futuro. Además, derivado de la pandemia y la guerra en Ucrania, se observa una sustitución de cadenas productivas eficientes por otras más seguras, pero también más costosas.
Lo preocupante es la creencia de que una vez establecida la inflación alta como ocurrió en 2022, normalmente se presenta un largo y complicado camino para regresar a los objetivos inflacionarios de los bancos centrales. Por tanto, resulta interesante revisar lo que implicaría una inflación lejana a las metas y cómo afectaría a los mercados. Lo primero es reconocer que la inflación no redistribuye la riqueza, lo que significa que los precios suben de manera general pero no equitativamente. En la economía real de una persona eso significa que su sueldo no va a subir en la misma proporción en que suben los precios en el supermercado. Con ello, la gente comienza a sentirse menos venturosa. En el ámbito financiero, los bonos de largo plazo podrían enfrentar dificultades ante una inflación alta sostenible que reducirían su valor. Las materias primas (commodities) por su parte, tendrían un buen desempeño pues normalmente son fuente de inflación.
Un efecto interesante ocurriría en los mercados de acciones y en las empresas, donde dos fuerzas opuestas coexistirían. La primera es la de las tasas de interés altas que resultan desfavorables para la valuación de las acciones. Cuando aumenta la tasa de interés utilizada como tasa de descuento de los flujos de efectivo futuros, éstos sufren una penalización. Lo mismo sucede con las tasas utilizadas en la evaluación de proyectos de inversión de las empresas, los cuales tendrían que cumplir expectativas más altas de los inversionistas y, por tanto, resultarían inviables en la mayoría de los casos. La segunda fuerza se manifestaría cuando las empresas experimenten un aumento en sus ingresos nominales, lo que podría favorecerles en algunas de sus líneas de negocio.
A partir de los fenómenos descritos se vislumbra un nuevo paradigma en los mercados. Los bancos centrales cuentan con el instrumento para terminar con la inflación y lo hacen disminuyendo la demanda, pero esto implica un paso hacia la recesión. Un ejemplo es lo que estiman algunos analistas para el empleo en Estados Unidos. La tasa de desempleo en este país necesitaría aumentar al 6.5 % para que la Reserva Federal alcance su objetivo inflacionario del 2 %. Esta tasa de desempleo significa que 5 millones de personas adicionales se quedarían sin trabajo.
Por lo tanto, ante el riesgo de causar una desmedida aflicción social, por no alcanzar las metas inflacionarias, la alternativa podría ser un nuevo paradigma que tolere niveles de inflación por encima del objetivo.