Un paso al frente

Edomex /

Los inventos que han revolucionado el pensamiento también han sembrado en su momento miedos y dudas entre las personas. El semiólogo y novelista italiano Umberto Eco (1932-2016) cita del Fedro platónico aquel pasaje suscitado por la invención de la escritura en el antiguo Egipto: el faraón pregunta con preocupación al dios Toth si ese diabólico dispositivo llamado escritura no hará a la humanidad incapaz de recordar y, por lo tanto, de pensar (La Nación, 1991, trad. Jorge Cruz).

O, cuando la invención de la rueda dio pie a temer si acaso ese artefacto provocaría olvidarse de caminar…Toda invención asociada a la transformación de las ideas trae consigo miedos ancestrales que el tiempo y la distancia hacen ver luego como producto de la imaginación.

La invención de la televisión, de la Internet y de la inteligencia artificial expone ese patrón atávico con claridad. Pero ¿a qué tememos realmente? El miedo, en sus diferentes grados (temor, horror, terror, pánico) es una respuesta fisiológica ante la inminencia de una amenaza, real o imaginada, contra la integridad física, y varía de acuerdo a la etapa de madurez de las personas; si es una colectividad, la expresión del temor revela un motivo de fondo: la pérdida de la experiencia y la memoria, un alertamiento a perder lo esencialmente humano conocido.

La paradoja es que cualquiera de esos inventos, en lugar de propiciar la pérdida, prolongan la memoria, básicamente porque están hechos de lenguaje, transmisor por excelencia del conocimiento. Hoy, la revolución de la comunicación genera que una persona tenga un amplio conocimiento a edades muy tempranas, mucho más y antes que cualquier ser humano de hace 200 años; ¿cuál es la huella que eso ha dejado en el desarrollo del intelecto y el comportamiento? ¿Somos más sabios o mentalmente más sanos que las personas de otras épocas? A juzgar por los indicadores de bienestar humano, no. Entonces ¿cómo hemos empleado ese arsenal creativo en beneficio de la humanidad?

Los resultados, pues, contradicen nuestros temores: nada nuevo vendrá a suplir nuestra incapacidad para transformar profundamente a las personas en su ser colectivo global. Quizás en la percepción de uno haya impacto, pero no en la estructura social general, que rápidamente absorbe los cambios para perpetuar la inercia.

Umberto Eco creía en el poder de los libros para perpetuar la memoria, y con ello, la vida; sostenía que la cultura es un fenómeno producto de las relaciones de significación y procesos de comunicación, y que como tal podía estudiarse, pues la cultura se estructura como un lenguaje, de ahí que el conocimiento acumulado sea un código activo de esas relaciones de significación.

La aversión explícita a nuevos códigos forma parte del modelo cultural occidental actual, y revela, insisto, una resistencia al cambio característica de una etapa evolutiva: tememos dar un paso al frente. Caminar en el sentido que la humanidad misma ha descubierto.


  • Porfirio Hernández
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