No hay forma de demeritar el tricampeonato del América. Las polémicas justificadas acerca de los beneficios que este equipo ha obtenido de forma reciente de los árbitros, no nublan los méritos deportivos del plantel dirigido por el brasileño André Jardine.
Lo reconozco sin ningún pudor.
Jardine tiene muchísimo mérito. Es un entrenador muy completo. Dirige en la cancha con gran maestría y gestiona el vestidor como pocos. Tiene conocimientos y carácter.
Pero también quienes están por encima de él, los altos mandos de la directiva, como Santiago Baños y Héctor González Iñárritu, deben de ser reconocidos con justeza. Han sabido tener a los jugadores adecuados, tomando apuestas muy riesgosas.
Y cuentan con un propietario, Emilio Azcárraga Jean, absolutamente comprometido con su club, inspirador en todo momento. Aparece cuando debe de hacerlo, no asume protagonismos dañinos.
Los jugadores, la materia prima en un club de futbol, dan también una nota sobresaliente. Son la mayoría de ellos estrellas consagradas, con calidad comprobada en todos lados y no dejan de luchar y de mostrar compromiso. Asumen que están representando al equipo más ganador del futbol mexicano y desde ese orgullo empiezan a marcar superioridad a los rivales.
Mucho tendrán que aprender las directivas, cuerpo técnico y jugadores de los equipos que buscan bajar de este pedestal a los americanistas. No es solo poner dinero a manos llenas y traer figuras como lo hacen el Toluca y el Monterrey. No solo implica mantener a las grandes figuras triunfadoras y volverlas intocables como lo hacen los Tigres. No solo es traer a un director técnico revolucionario y atrevido como lo hizo el Cruz Azul con el argentino Martín Anselmi. Tampoco se trata de generar gran talento nacional en la cantera y apuntalarlo con tres o cuatro figuras extranjeras, como lo hace el Pachuca. O apelar al nacionalismo como lo hacen las Chivas.
Hay que poner mucho más.