No hay manera, ha quedado visto nuevamente, de que los equipos poderosos económicamente en el futbol mexicano pierdan una decisión. Quien les quiera ganar, sobre todo en la Liguilla, tendrá que hacerlo por nocaut.
Los equipos influyentes solo pueden quedar eliminados por un golpe contundente que los deje tirados sobre la lona sin poder levantarse. Eso significaría perder en términos boxísticos en el futbol.
El nocaut en el futbol cobra forma cuando se le gana de manera contundente, por cuando menos tres goles de diferencia a un rival. Siempre que el marcador esté igualado, todas las decisiones polémicas irán a favor del equipo propiedad de los empresarios más influyentes.
Eso pasó hace seis meses en aquella Final que perdió el Cruz Azul, en el Estadio Azteca, contra el América. Un cobro de penal polémico y de última hora es lo que definió el título. Y es lo que acaba de volver a suceder, pero ahora en el duelo de vuelta de la semifinal entre estos dos mismos equipos. Un penal dudoso también que viene antecedido de una jugada antirreglamentaria, pues cuando el América movió la pelota (tras haber recibido el tercer gol del Cruz Azul), dos de sus jugadores estaban claramente por delante de la línea del medio campo.
Pero el árbitro Escobedo y su enorme cuerpo de auxiliares ¡no se percataron de ello! Y en la acción polémica de la supuesta falta en el área no dudó ni por un instante en marcar el penal. Si es a favor del América no hay dudas.
Un penal claro cometido minutos después contra el delantero Fernández, del Cruz Azul, tampoco generó dudas en el silbante: no le pareció falta.
Las decisiones importantes o relevantes, las que van al marcador, siempre fueron para el América. No hay manera de negar esto. Aunque el ritmo de competencia sitúe a todos en lo irremediable.
Y así la credibilidad de la Liga Mx toda se resquebraja de forma penosamente inevitable.