Las cuatro letras

Ciudad de México /

A Mike hijo lo traía intranquilo el caso que el tío Luis puso en sus manos. Adentrarse en la investigación significaba meterse con gente muy cabrona. Sin embargo, más que tenerles miedo le provocaba agruras desconocer quién iba a pagarle


Nada es peor que actuar desde el arrepentimiento, la culpa o el rencor –sentenció Mike, padre.

Después de tantos años, muy pocos sabían que ese viejo y venerable monje budista fue en su juventud un policía muy corrupto. Para ofrecer una prueba de que la reencarnación existe, y también de que no es necesario morirse para conseguirse una nueva vida, ahí estaba este santo señor al que Mike, hijo, visitaba cada vez que en su cabeza crecían telarañas.

Al más joven lo traía intranquilo el último caso que el tío Luis puso en sus manos. A diferencia del padre, este tío de cariño no abandonó la policía. Ni siquiera ahora, que estaba a punto de cumplir 74, se atrevía a imaginarse lejos de la nómina y las prestaciones del gobierno.

En el universo moral donde Mike creció era irrelevante que el hombre fuera deshonesto, siempre y cuando con él se portara derecho.

– Me piden que identifiquemos a los tripulantes de este vehículo –explicó el hombre mayor mostrando la fotografía de una camioneta color gris.

– ¿Quién te encargó el trabajo esta vez? – interrogó Mike, porque no era de esos detectives que aceptaba investigar sin saber antes quién pagaba por ello.

– En este momento no puedo decírtelo.

Sin embargo, el policía viejo compartió el resto del expediente con el hijo de su antiguo colega. Ahí dentro había otras fotografías: dos más de la camioneta y otras del interior de una residencia cuyos intrusos dejaron patas arriba después de allanarla.

Las primeras imágenes debieron haber sido registradas por alguna cámara de seguridad, mientras que las últimas habrían sido obtenidas por los peritos de la fiscalía. Mike continuó inspeccionando aquel material ante el silencio de su interlocutor. Los retratos le informaron que la propuesta del tío era cosa seria ya que, sobre las paredes blancas de una propiedad que se apreciaba lujosa, aparecieron pintadas de color rojo, varias veces, cuatro letras muy peligrosas.

– ¿Murió alguien ahí dentro –quiso saber el detective.

– Nadie –respondió el tío Luis. Después de la amenaza los habitantes no volvieron a pisar su domicilio; tuvieron que mudarse a Estados Unidos.

– ¿Para qué me necesitas entonces?

– Los patrones quieren los nombres de la gente que hizo este desmadre.

– ¿Qué no es obvio? –reaccionó Mike, indeciso sobre si iba a meter las narices en el asunto –. Cuando el Zorro deja una Z en la pared, lo más probable es que él sea el autor de la marca, ¿o no?

– Es complejo: aunque ya sabemos para qué organización trabaja esa gente, necesitamos datos más precisos de su identidad.

No pasó desapercibido para Mike que el tío conjugara en primera persona del plural. ¿Él, y quién más, necesitaban conocer esos nombres?

“Me piden que identifiquemos a los tripulantes de este vehículo”. Imagen creada con IA

– ¿No basta con saber que se trata del cártel de las cuatro letras? –insistió Mike.

– No –respondió el tío–. Tendrías que averiguar qué personas, dentro de esa organización, se atrevieron a hacer esta chingadera.

Adentrarse en esta investigación significaba meterse con gente muy cabrona. Sin embargo, más que tenerles miedo a los criminales, a Mike le provocaba agruras desconocer la identidad de quién iba a pagar por el trabajo. Tomó entonces una nota mental: en cuanto pusiera los pies en la calle visitaría la farmacia para comprar una caja con treinta comprimidos de Riopan; era el único medicamento que le salvaba de los estragos provocados en la boca del estómago por sus propios y muy torturadores jugos gástricos.

Después de recorrer un par de veces más aquel flaco legajo, el detective constató su frustración:

– ¿Por qué no le encargas esto a alguno de tus subordinados de la policía?

– ¿Para qué me preguntas si ya sabes? –contestó el tío con media mueca burlona–. Si se hiciera la chamba aquí adentro podría fugarse información delicada.

– Al menos dime quiénes son las personas que vivían en esa casa.

– Una de ellas es justo el problema –soltó el policía viejo –. Te puedo compartir que se trata de alguien con alto perfil.

– ¿Un político?

–No estoy autorizado a decirte más –cortó de nuevo.

Mike salió inconforme de las oficinas del tío Luis con una dirección, una decena de fotografías impresas y un dispositivo dónde estaban almacenadas las imágenes capturadas por la cámara de seguridad de la morada invadida. Aunque le reventaba andar a tientas, no se atrevió a mandar a su principal empleador por un tubo. Sería fácil averiguar quién fue el inquilino que debió huir del país, también identificar el vehículo, lo complicado iba a ser, a partir de ahí, dar con sus tripulantes. 

Para estos y otros menesteres Mike contaba con Sabueso. Hacía un par de años que trabajaban juntos. Cuando, en una conversación con su padre, Mike intentó describir a su colaboradora, dijo que ella era como Chat GPT, pero en versión humana. El monje no entendió porque jamás había escuchado hablar del tal GPT. Mike se dio cuenta tarde de su tontería. Esa vez el problema de comunicación con su padre no derivó de sus creencias espirituales, sino de que la única inteligencia que utilizaban los policías cuando su progenitor estuvo activo fue la que obtenían torturando gente.

Cambió el tema y contó que, según el tío Luis, la víctima de la amenaza era un sujeto vinculado a la política: una persona pública que probablemente fuese pariente –hijo, hermano, padre– de un hombre poderoso, porque de haberse tratado de alguien expuesto a los medios de comunicación no habría podido escaparse al extranjero sin que se hubiese notado.

Mike, el viejo, escuchó con atención y, como solía hacer cada vez –por su condición de hombre sabio– entregó otro consejo de su acervo infinito, esta vez proveniente de la filosofía griega: “si el poder miente, desmiéntelo…” 

(Continuará el sábado próximo)


  • Ricardo Raphael
  • Es columnista en el Milenio Diario, y otros medios nacionales e internacionales, Es autor, entre otros textos, de la novela Hijo de la Guerra, de los ensayos La institución ciudadana y Mirreynato, de la biografía periodística Los Socios de Elba Esther, de la crónica de viaje El Otro México y del manual de investigación Periodismo Urgente. / Escribe todos los lunes, jueves y sábado su columna Política zoom
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