En septiembre de 2024 la Guardia Nacional, luego de un enfrentamiento con el Cártel de Jalisco, entró al Izaguirre Ranch, en el municipio de Teuchitlán, apenas a una hora de Guadalajara. Detuvieron a 10 sicarios, liberaron a dos personas y encontraron algunos restos humanos. Con todo, cuando le turnaron el caso al fiscal Luis Joaquín Méndez, entonces bajo el gobierno de Enrique Alfaro, este decidió que allí no había nada más por ver.
A fines de enero de 2025, un mes después de haber asumido el cargo el gobernador Pablo Lemus, la Guardia y la Fiscalía General reventaron un predio vecino al Izaguirre donde el CJNG ponía a sus reclutas, muchos de ellos contra su voluntad, a trabajar de sol a sol, aguantando pruebas diseñadas para quitarles todo rastro de humanidad: a falta de gallos gustaban de obligar a sus cautivos a pelear hasta la muerte. Hubo una cincuentena de detenidos, pero sólo se procesó a un par por considerar el juez que el resto estaba allí por la fuerza. Y, como cuatro meses antes, no hubo nada más por ver.
El pasado miércoles 5 de marzo una llamada anónima condujo al colectivo Guerreros Buscadores de Jalisco de vuelta al rancho Izaguirre. Allí, en un galerón, encontraron torres de ropa polvorienta, carteras, mochilas, colguijes y otros objetos personales y, en una imagen que remite a los campos de exterminio nazi, centenares de zapatos viejos, esparcidos como flores ajadas en un jardín macabro. No había rastro alguno de sus dueños pero, con algo más de perspicacia que la de los fiscales tapatíos, los voluntarios comenzaron a buscar. Cinco horas después ya habían desenterrado el primero de tres hornos, con cientos de fragmentos óseos dentro. El fiscal Salvador González intentó justificar su inopia y la de su predecesor diciendo así: “Es un rancho bastante grande… no se pudo procesar todo porque son bastantes hectáreas”.
Entre los despojos encontrados había un cuaderno: “Mi amor, si algún día ya no regreso solo te pido que recuerdes lo mucho que te amo”, y una Biblia que guardaba tres fotos entre sus páginas. Eran de un niño bien peinado, derechito en su uniforme escolar. Un niño que, se notaba, algún día fue amado por el portador de su
pequeña imagen.
Tres días después nuestra clase política en pleno se vio sacudida. En la gran celebración que Claudia Sheinbaum se organizó a sí misma por haber hecho su trabajo, cuando llegó, en vez de ser recibida por las loas y los panegíricos de su dirigente nacional, su líder del Congreso, su coordinador del Verde en la Cámara y su presidente de la Junta de Coordinación Política, éstos estaban encandilados, tomándose una foto con Andy López, y ni se percataron de su presencia. Es fecha que siguen las disculpas, las jaculatorias, el llanto y el crujir de dientes. Pero por el desaire, no por los crematorios del narco que nadie mencionó hasta la mañana siguiente, cuando la Presidenta dijo que el asunto “era terrible”, que no estaba segura si correspondía “al Gabinete de Seguridad, a las Fiscalías, a los Tribunales o al Poder Judicial”, y que investigaría si habría que atraer el caso a nivel federal, pero que allí no había más por ver.