Figuras literarias

Ciudad de México /

A la memoria de Horacio Salazar

Las figuras literarias son recursos del lenguaje para enriquecer una obra. Las que siguen son algunas de las más comunes.

Con el uso de la alegoría se puede crear un sentido real y otro figurado. En su Divina comedia, Dante utiliza la alegoría de un viaje para representar el más allá. En la Biblia leemos ésta: “Ustedes son la sal de la tierra; pero si la sal pierde su sabor, ¿con qué se salará? Ya no sirve para nada, sino para tirarla fuera y que la pisen los hombres”.

La aliteración es la repetición de un mismo sonido o sonidos similares para producir un efecto sonoro y musical, como en este poema del español Jaime Siles: “De finales, fugaces, fugitivos, fuegos fundidos en tu piel fundada”.

La anáfora en la repetición rítmica de sonidos o palabras al principio de un verso o de una frase, como en ésta de Winston Churchill: “Lucharemos en las playas, lucharemos en los aeródromos, lucharemos en los campos y en las calles, lucharemos en las colinas, nunca nos rendiremos”.

La antítesis consiste en oponer dos ideas con palabras o frases de significado contrario, aunque de estructura gramatical similar, como la que pronunció el astronauta Neil Amstrong al pisar la superficie de la Luna: “Es un pequeño paso para el hombre, pero un gran paso para la humanidad”.

En el asíndeton se omiten algunas conjunciones y nexos, con lo que se quiere dar énfasis, como en la sentencia de José Martí: “Hombre es más que blanco, más que mulato, más que negro”.

En la elipsis se omiten elementos que se sobreentienden por el contexto, como en una vieja canción española: “A los árboles altos se los lleva el viento, y a los enamorados, el pensamiento”.

El epíteto es el adjetivo con el cual se acentúa o refuerza el significado de una palabra o frase: lágrimas incandescentes, Atenea, la de los ojos brillantes.

La etopeya es la descripción de los rasgos interiores, morales o psicológicos de una persona: “Sus rutinas eran tan rigurosas que los vecinos las aprovechaban para ajustar sus relojes. Así era Kant”.

En el hipérbaton el orden convencional de las palabras se altera para enfatizar o dar un toque de elegancia; en el caso de la poesía se utiliza para ajustar la métrica, el ritmo o la rima. En “Margarita”, Rubén Darío escribe: “Tus besos y tus lágrimas tuve en mi boca yo”.

La hipérbole es cuando se aumenta o disminuye algo exageradamente en una expresión: “Le ofrecí disculpas un millón de veces”.

Con la ironía se da a entender algo al expresar lo contrario de lo que en realidad se quiere decir, como en esta frase de Groucho: “Nunca entraría en un club que me admitiera como socio”.

La metáfora es una analogía o semejanza que se hace entre ideas o imágenes: “Si la niñez es la primavera, la madurez es el otoño y la vejez el invierno”.

Con la metonimia se designa una cosa con el nombre de otra con la cual tiene una relación de cercanía o dependencia: “Estoy leyendo a Tolkien”.

La paradoja es el uso de palabras o expresiones que aparentemente se contradicen, pero que así tienen un sentido más profundo, como la de estudiantes franceses en 1968: “Seamos realistas, pidamos lo imposible”.

Perífrasis es la forma de expresarse con rodeos para enfatizar una idea, como cuando se dice que una persona no tiene luz en sus ojos para decir que es invidente.

En el pleonasmo se produce una redundancia al emplear vocablos innecesarios para entender el sentido de una oración, aunque se hace con la intención de reforzar su significado: “Temprano; madrugó la madrugada, temprano estás rodando por el suelo”, escribió Miguel Hernández.

El polisíndeton consiste en el uso repetido de conjunciones para aumentar la fuerza expresiva, como el uso de la “y” en estos versos de Ramón Valle–Inclán: “¡Y las mujeres, y los niños, y los viejos, y los enfermos, gritarán entre el fuego, y vosotros cantaréis y yo también, porque seré yo quien os guíe!”

La prosopografía se utiliza para hacer la descripción de las características externas o físicas de una persona o de un animal: Mario Vargas Llosa, en La guerra del fin del mundo, describe así al personaje principal: “El hombre era alto y tan flaco que parecía siempre de perfil. Su piel era oscura, sus huesos prominentes y sus ojos ardían con el fuego perpetuo”.

Con la prosopopeya se le atribuyen cualidades propias de un ser racional o animado a otro inanimado, como cuando se dice que el viento aúlla o que el sol nos acaricia.

La sinestesia ocurre cuando se combinan sensaciones de distintos sentidos o cuando se mezclan esas sensaciones con sentimientos, como cuando se dice que una melodía es dulce —oído y gusto— o como en el verso de la canción de Joan Manuel Serrat: “Tu nombre me sabe a hierba”.

Un buen año para todos.

  • Rogelio Villarreal
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