El “Día de Muertos” no se estudiaba en las escuelas de educación básica en la era en que yo asistí. Nunca la “celebramos”. No recuerdo bien cuándo se puso de moda, pero el sincretismo que mezcló las creencias prehispánicas con las católicas no fue motivo de la casualidad.
El culto a la muerte era común en las culturas prehispánicas. El “Mictlán”, era lo más cercano a algo así como el lugar de los muertos y los antepasados mexicanos envolvían en un petate a sus muertos y hacían una especie de fiesta para ayudar a los muertos a llegar a ese lugar. Quién sabe cómo, nuestros antepasados creían que el camino al lugar de los muertos requería cuatro días, razón por la que habría que hacer el itacate para el difunto. Con la llegada de los españoles, también llegaron las flores -distintas al cempasúchil-, la cera, las velas y las veladoras. También fueron los españoles quienes introdujeron la cruz en estas ceremonias.
Sí había un tipo de pan en las ofrendas, pero según el muerto o la muerta era el pan. Además de distinto porque no existía la harina en la época anterior a la conquista, el pan de muertos como ahora lo conocemos no tiene autor -o no que se le pueda adjudicar los derechos- ni fecha de creación.
La creación literaria tuvo un nombre en esta “celebración”: las calaveritas. Vender la calaverita podría haber sido un buen negocio antes de la inteligencia artificial y antes del Internet. Ahora, basta con copiar y pegar, o con pedirle a la inteligencia artificial preferida inspiración, y el algoritmo hará el resto. Esta práctica se introdujo hacia finales del siglo XIX, según algunos autores, y también llegó en esos años, la señora esa, la grandota, conocida como “la Catrina”.
Lo que sí se sabe es que esta mezcla de creencias llamada sincretismo religioso, comenzó a introducirse en la educación pública so pretexto de considerarla una asignatura de cultura e historia. Eso que nuestros antepasados hicieron y que nunca nadie había hecho caso hasta hace unas dos décadas, se fusionó con las celebraciones católicas del Día de Todos los Santos y el Día de los Fieles Difuntos. Astucia de por medio, el sistema educativo haría el trabajo encargado por la Iglesia católica y ahora, hasta donde uno menos se imagina, se hacen “festivales del día de muerto”, con sus altares y sus ofrendas, en espacios tanto públicos como privados. Y si no participa el alumno o la alumna o el alumne, en una creencia a todas luces religiosa, le sacan la espantosa X.
La creencia ganadora en este sincretismo fue la católica, porque nuestros antepasados no creían que los muertos regresaban ni siquiera un segundo, pero los católicos sí. Fueron los indígenas quienes preparaban la comida para los cuatro días de camino al Mictlán y ahora son los católicos quienes preparan la comida para el supuesto regreso de los muertos.
Suspiros aparte, en la actualidad todo es una mezcla de unas fiestas de aquí, de otras de allá, de otras del más allá. Ahora todo es un pretexto para la mercadotecnia, para los creadores de festivales y para los funcionarios que toman las decisiones de ennegrecer sus municipios al menos mientras los muertos anden por este mundo.