Todos nos hemos sentido a punto de explotar, pero Ann Sriya, una tailandesa de 38 años, lo tomó literal e hizo estallar todo a su paso.
La mujer era gerente de un almacén, entró a la bodega de Prapakorn Oil y le prendió fuego arrojando un trozo de papel sobre un contenedor de combustible. Causó daños por más de un millón de dólares y además en casas aledañas.
Los hechos se dieron el pasado 29 de noviembre y se viralizaron. La mujer declaró que estaba cansada de que su jefe, Pipat Ungprapakorn, de 65 años, se quejara con ella todos los días, lo que le generaba mucho estrés. Alegó que jamás pensó el daño que causaría. Pero se admitió culpable.
Y si bien estamos hablando de una situación fuera de serie, nos deja en evidencia un tema que se ha normalizado y más bien es visto como algo intrascendente: el estrés laboral.
De acuerdo con la Organización Mundial de la Salud (OMS), el estrés laboral es identificado como un grupo de reacciones emocionales, psicológicas, cognitivas y conductuales ante exigencias profesionales que sobrepasan los conocimientos y habilidades del trabajador para desempeñarse de forma óptima.
De acuerdo con una publicación en el portal del Instituto Nacional de Salud Pública del gobierno de México, un estudio de la Academia Americana de Neurología halló una relación que las personas con trabajos demandantes y poco control sobre ellos tienen 58 por ciento más probabilidades de sufrir una isquemia y 22 por ciento más de hemorragia cerebral. Además, la OMS estima que entre 21 y 32 por ciento de casos de hipertensión en América Latina están relacionados con altas exigencias laborales y bajo control.
Aunque términos como “burnout” (el cual se usa erróneamente como sinónimo de estrés laboral) se han popularizado, la realidad es que pocas empresas han tomado acciones precisas para elevar la salud mental en sus puestos. Y es precisamente en este momento donde el mundo ha estado de cabeza con una emergencia sanitaria es que algunos llaman el estrés laboral como la pandemia silenciosa.
Tampoco podemos decir que esto es causa exclusiva del covid. Sería muy irresponsable adjudicar la culpa exclusiva a las empresas. Somos las mismas personas que hemos valorado y ponemos como ejemplo a seguir a aquellos que son capaces de cubrir jornadas titánicas, o que saltan alimentos o ignoran a su cuerpo con tal de seguir trabajando. “Es ponerse la camiseta”, dicen algunos. En realidad es perder la identidad por convertirse en robots. Con la diferencia que un robot no siente, y los humanos sí.
En un artículo en El País, una pregunta parece resolver el dilema: ¿Es viable seguir aguantando una organización del trabajo que se traduce siempre en una merma en la calidad de vida? Los altos niveles de estrés y fatiga mental –sobre los que ha advertido OMS– parecen indicar que no.
Más allá: ¿estaremos dispuestos a cambiar los conceptos del “mejor empleado del mes” por el de “la persona más feliz”?
Por Sarai Aguilar Arriozola*
@saraiarriozola
*Doctora en Educación y Maestra en Artes. Coordinadora del Departamento de Artes y Humanidades del Centro de Investigación y Desarrollo de Educación Bilingüe UANL.