El cantante R. Kelly fue sentenciado a 30 años de prisión por usar su fama para someter a jóvenes fanáticas —algunas solo niñas— a abusos sexuales sistemáticos.
“R. Kelly es un depredador. Esta es una victoria para sus víctimas, la justicia y para los futuros sobrevivientes de agresión sexual”, dijo Breon Peace, fiscal federal, tras la sentencia.
Y si bien muchos consideran que la condena del rapero en Nueva York no puede entenderse sin el movimiento #MeToo, esto no es del todo acertado. En primer lugar, ha sido el primer juicio sobre abusos sexuales en el que la mayoría de las denunciantes eran mujeres negras. Asimismo, no fue una caída vertiginosa o que llamara a sorpresa pues las denuncias sobre su abuso de menores de edad comenzaron a circular públicamente en la década de 1990. Y a pesar de ello y de existir denuncias penales, éstas fueron desechadas y siguió cosechando éxitos y ventas millonarias de sus álbumes.
Asimismo, más allá del #MeToo, el impacto social del documental Surviving R. Kelly, fue arrollador. Y dejó al descubierto que, contrario al #MeToo, donde las celebridades no dudaron en solidarizarse con las víctimas, en este caso que las afectadas eran adolescentes y jóvenes negras de escasos recursos, la solidaridad de los famosos brilló por su ausencia.
Por ejemplo, para el documental, el cantante John Legend fue la única celebridad que accedió a pronunciarse, junto a Stephanie ‘Sparkle’ Edwards. Pero Lady Gaga, Jay-Z, Céline Dion, Erykah Badu, Dave Chapelle y Questlove, por ejemplo, se negaron a pronunciarse contra Kelly. En especial llama la atención Lady Gaga, quien esquivó reiteradamente dar su posición, pero en su momento sí lo hizo contra el productor Dr. Luke por sus abusos sexuales y de poder. Cabe destacar que, tras el impacto de la serie y la presión social, Gaga no pudo evitar más el silencio y tuvo que disculparse en sus redes social por el vacío y dando un mensaje sobre su apoyo a las víctimas y la promesa de retirar su colaboración con R. Kelly de las plataformas digitales. No obstante, tuvo que enfrentar el encono de muchos que lo vieron más como una acción de control de daños por el impacto negativo de no haber hablado antes.
¿Será que no duele igual cuando las víctimas son personas que para nuestro imaginario social no deberían de serlo? ¿Acaso la indignación es selectiva? Así es. El acceso a la justicia desde siempre ha estado marcado por la desigualdad y pobreza como determinantes que marginan a las personas a ejercer sus derechos o denunciar los delitos, abusos o violaciones cometidas contra ellos, atrapándolos en un ciclo de impunidad, privación y exclusión.
De hecho, ya se había señalado que el #MeToo reprodujo patrones estructurales de exclusión y privilegio, pues si bien dio la visibilidad a depredadores en posiciones de prestigio y poder, no ha representado ningún riesgo para los violentadores en espacios cotidianos, y menos en donde está marcado por exclusión económica y pobreza. Pero esto también aplica para las víctimas. La diferencia sigue siendo abismal en indignación, solidaridad y acceso a la justica cuando la agredida es una mujer en una posición privilegiada a cuando no.
Con esto no se busca promover la polarización o victimizar a nadie. El problema radica en que el dentro de los movimientos contra la violencia, se perpetúen modelos de violencia social. Pues al parecer, la violencia es para todas, pero la justicia para unas cuantas.
Por Sarai Aguilar Arriozola*
@saraiarriozola
*Doctora en Educación. Máster en Artes con especialidad en cultura.