Es la dopamina…

  • Seguridad ciudadana
  • Sophia Huett

León /

La gran mayoría, profesionales de la seguridad incluidos, tenemos una “embarrada” en cuanto a conocimientos científicos sobre el consumo de drogas. Sabemos que su consumo es malo, que su comercialización genera violencia y que se trata del problema más significativo del México actual.

Pero no entendemos mucho más.

Escuché al especialista Raúl Martín del Campo del Instituto Nacional de Psiquiatría, y entendí el tema desde una perspectiva diferente.

Este texto dista mucho de ser un artículo científico, porque esos se podrán encontrar en otros sitios y libros. Aquí exponemos un razonamiento pocas veces abordados.

La dopamina es la molécula de la felicidad: nos enamora, da placer y relaja. Además, tiene una función motivacional, pues además de ser liberada al realizar una actividad placentera, también se presenta antes de realizar una acción porque sabemos que su resultado nos dará ese placer también.

Interviene en el aprendizaje, controla el movimiento e incluso la memoria. Hay quien dice que no es nuestro signo zodiacal quien nos da un carácter, sino la propia dopamina.

¿Y qué tiene que ver todo esto con drogas?

Cuando una rata come, su dopamina sube a 50. Con el sexo a 100. El alcohol la sube a 200, la nicotina a 250 y la cocaína a 400.

Para el caso de la metanfetamina, la dopamina sube hasta 1,500 en la rata. Y llega la euforia, pero también la tolerancia y la necesidad de dosis mayores.

Cuando una persona se expone a estos niveles de dopamina, después no hay actividad o sustancia natural que produzca satisfacción. Por eso se vuelve tan adictiva, especialmente si se considera que la metanfetamina cada vez es de más fácil acceso y económica.

En muchas personas consumidoras, cuando hacen pausa en su consumo, se presenta la “anhedonia”, que es la incapacidad de sentir placer, la falta de interés o satisfacción en casi todas las actividades de la vida. Esta es una de las causas por las que un consumo de drogas puede derivar en un suicidio.

Eso sin mencionar otras afectaciones: aumento en la presión arterial, daños a vasos sanguíneos del cerebro y derrame cerebral, así como episodios de conducta violenta, paranoia y ansiedad.

Para que el cerebro de una persona adicta vuelva a tener satisfactores “normales”, tendrán que pasar dieciocho meses que no serán nada fáciles.

¿Quién en su sano juicio se involucraría en una situación como esta? Porque no es solo probar, es una inminente adicción de la que no hay forma de salir bien librado.

Y entonces me quedo con un concepto que no hemos difundido lo suficiente: no hay la percepción de riesgo que estos químicos producen a la salud y que se trata de un callejón sin salida.

¿O usted ya lo sabía?


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