Dos de cada 10 mujeres de 15 años y más han enfrentado agresiones físicas por parte de sus parejas, que van desde los empujones hasta agresiones con armas de fuego y abusos sexuales.
De esta violencia que ejercen las parejas, esposos, ex novios o ex esposos, el 64% de los casos implica violencia severa o muy severa, según la Encuesta Nacional sobre la Dinámica de las Relaciones en los Hogares.
Considerando que la violencia hacia la mujer tiene implicaciones mortales, es justo mencionar a las víctimas como SOBREVIVIENTES.
Para ellas, las líneas telefónicas de ayuda son una extraordinaria herramienta, que contribuyen a aliviar los miedos que hay para acceder a otras vías de contacto, como la presencial.
Una llamada es punto de partida decisivo para prestar servicios de apoyo, mediante la construcción de la confianza, eliminación de la burocracia y canalización efectiva de los casos.
El Banco Interamericano de Desarrollo, define tres etapas en la atención de las llamadas de las sobrevivientes. La primera es la “Búsqueda”, que aborda el esfuerzo para captar a las sobrevivientes, quienes probablemente nunca revelen que fueron sometidas a una situación de violencia y si lo hacen, es posible que acudan a redes de apoyo informales, como la familia y las amistades.
Cuando se deciden a llamar, las sobrevivientes piden información sobre servicios disponibles, atienden su necesidad de hablar con un tercero imparcial o solicitan algún tipo de apoyo, pero sin realizar una denuncia o solicitar asesoría legal.
El principal desencadenante de esa llamada es un incidente violento.
La segunda etapa es la “Respuesta”, donde el principal reto por parte del proveedor, como lo es un gobierno municipal, estatal o federal: la sobreviviente debe obtener la mejor respuesta, para que sea punto de partida para futuras interacciones y medidas adicionales.
Es muy probable que al hablar con el o la operadora, las sobrevivientes no estén dispuestas a dar detalles sobre la situación, debido al estigma o rechazo al que creen que se exponen. A ello se suma el miedo de no saber el uso que se le puede dar a la información y las represalias. También es posible que no quiera incriminar al agresor si todavía hay un vínculo emocional.
Finalmente, en la fase del “Mantenimiento”, es necesario que una vez que se identifique el tipo de ayuda que necesita la sobreviviente, se le derive en un servicio que provoque no solo interrumpir el ciclo de la violencia, sino evitar que se repita.
Dado que las relaciones violentas se caracterizan por ser cíclicas y con episodios de tensión, el seguimiento óptimo es derivar una acción, como un servicio de apoyo, asistencia legal, centros de salud o servicios sociales.
En todo este proceso, hay un factor fundamental: la o el operador, quien puede incidir en la respuesta al seguimiento o no de la atención a la sobreviviente.
El agotamiento profesional puede dar un sesgo negativo en sus recomendaciones o bien, la fatiga puede afectar las derivaciones a otros apoyos. La capacitación, la condición emocional e incluso la suficiencia numérica del personal que brinda el apoyo a las sobrevivientes, tiene un papel que no puede ni debe dejar de verse en el proceso de la atención.
Una llamada de auxilio no puede ni debe tomarse a la ligera. Una mala experiencia para una sobreviviente al pedir apoyo podría tener implicaciones desastrosas para su integridad y vida.
Hagamos un esfuerzo conjunto, para que cada sobreviviente tenga la claridad que hay una primer vía de contacto a la que puede acudir, con personal altamente calificado, que le dará una respuesta a favor de su tranquilidad… y más aún de su integridad.