Cuánto asombro y conmoción causó el caso de la “doctora” poblano-italiana-tlaxcalteca que en realidad era abogada, pero que recetaba medicinas. A la gente regular les resulta increíble que una persona hablara con tanta autoridad y seguridad, mintiendo.
¿Podría una persona cualquiera afirmar que estudió en Harvard, la Universidad de Oslo, tomado cursos en el FBI, elaborar reconocimientos falsos, decirse karateka y presentar como parejas a personas que no conoció?
Más aún, ¿se la creyó realmente? Al parecer en este caso, algo hay de eso.
Si tomamos dos minutos de reflexión, hemos visto el mismo tipo de personalidad en más de una ocasión en la administración pública y el ámbito político.
Una persona sociópata se caracteriza por su falta de conciencia, lo que le dificulta diferenciar entre el bien y el mal; no tiene respeto por las demás personas y cuando hace daño, no siente el menor remordimiento.
Esta condición también provoca arrogancia en quien la padece, así como un sentido de superioridad que le hace sentir que es mejor que el resto.
No tiene empatía ante el dolor ajeno o adversidades e incluso, tiene tendencia a conductas delictivas.
Ejemplos de funcionarios públicos y políticos que caen en este supuesto, sobran.
Está por ejemplo aquel que con la soberbia de creer que merece que todo el sistema esté a sus pies, hace uso de los recursos públicos como si fueran propios al grado de caer en la inmoralidad. Y no estamos hablando de simple corrupción, sino de la creencia que es un derecho adquirido genuinamente.
O quien camina por los pasillos de un edificio en el que no se permite fumar, consumiendo sus cigarros, al mismo tiempo que las colillas son recogidas por la persona de limpieza que camina detrás con un recogedor. Y ya de fumar en presencia de mujeres embarazadas, ni hablamos: sin empatía.
Si mentir es condenable, en el caso de los sociópatas adquiere otra dimensión: pueden inventar hechos y presentarlos como ciertos y al mismo tiempo negar otros, sin siquiera pestañear. Y no importa que su dicho pudiera tener una implicación legal o daño moral a esa tercera persona. Mienten sin hacer un solo gesto.
También está el político que miente a diestra y siniestra, cuando anuncia planes de gobierno o proyectos de seguridad, como contratar a 200 marines, argumentando que es lo que le ha pedido la gente, asegurando además que ya está apalabrado con el Canciller y con el secretario de la armada estadounidense.
O también está el caso del político que felicita, abraza y se regocija y luego, en su espacio, miente y critica sin crítica lo mismo para lo que había posado en la foto horas antes.
Podría pensarse que hablan porque pueden y que caen en los defectos de cualquier persona. Aquí la diferencia está en que la posición que ocupan, magnifica y potencializan los rasgos sociópatas, provocando que lo que ellos conciben como su realidad, se vuelva realidad.
Imaginemos el caso de algún alcalde, cuyo sentido de arrogancia e intolerancia a la crítica, encuentra en la instalación de un drenaje en una calle específica, por meses, la forma de “castigar” a él o la ofensora, que curiosamente tiene su negocio o vivienda en la misma calle.
Ese es el tipo de acciones por las que más que asombrarnos el caso de alguien que prescribe medicina controlada, debemos preocuparnos también por quienes toman decisiones desde el mismo estado de salud mental que nos asombra.
Esos son los sociópatas que realmente me preocupan, amén del daño que alguien sin conocimiento causa a quien le receta medicamentos controlados.