Dos técnicos, uno de ellos extranjero, viajaron a otra ciudad ubicada en otro estado, para realizar un trabajo de instalación de equipo especializado en materia de agua potable.
En algún momento, su gerente, comenzó a recibir mensajes de que su personal estaba secuestrado.
Asustado, comenzó a depositar en las cuentas que le indicaron. En un momento de lucidez, contactó a un conocido en el estado en donde se había dado el supuesto secuestro. Ese conocido lo contactó con otra persona y así fue como llegó a la autoridad.
Al investigar, el primer dato que se detectó que el vehículo en el que habían llegado a la ciudad en donde realizarían los trabajos, se encontraba estacionado en el propio hotel en donde se habían hospedado.
Mientras se intentaba establecer contacto, se revisaron cámaras de video. La tecnología permitió saber que no habían salido del hotel. Entonces ¿dónde estaban?
En su propia habitación, encerrados y paralizados por el miedo.
¿Quién y cómo había logrado esto?
Un delincuente con un celular, que en ningún momento tuvo contacto físico con la víctima. Incluso, lo más probable era que se encontrara en alguna cárcel a cientos de kilómetros.
La capacidad del delincuente de convencer era envidiable por cualquier político en tiempos de campaña.
Cuando a los “secuestrados” se les quiso hacer ver que todo había sido un engaño para que con un argumento aterrorizante se incomunicaran, se empeñaron en asegurar que habían visto a alguien. Más tarde admitieron que les daba pena la forma en la que habían caído en el engaño en el que ellos mismos fueron quienes dieron toda su información en una llamada telefónica, incluyendo el nombre y datos de su gerente.
Un mecánico salió de su trabajo rumbo a su casa. Más tarde su familia recibió una llamada solicitando dinero para liberarlo, porque había sido “secuestrado”. Tras hacer el reporte ante la autoridad, comenzó la búsqueda: lo encontraron dieciocho horas después a 40 kilómetros de distancia, sentado en la banca de un centro comercial. Tampoco había existido contacto físico con el convincente delincuente.
El catedrático de una reconocida universidad recibió una llamada, donde le dijeron que le harían daño a su familia si no seguía las instrucciones. Primero se incomunicó y luego acudió a vaciar sus cuentas bancarias para hacer depósitos a las cuentas de los delincuentes. Alguien se lo topó en el centro comercial, le dijeron que su familia lo estaba buscando, asintió con la cabeza y siguió caminando. Lo encontraron en un hotel del centro de la ciudad 24 horas después. Tampoco hubo contacto físico con el delincuente, cuya principal arma era su elocuencia y un celular.
Un estudiante se salió de la escuela preparatoria tras recibir una llamada telefónica. Lo encontraron a la mañana siguiente sentado en una deportiva, con el uniforme escolar y sin probar alimento. Su familia había hecho ya tres depósitos a los delincuentes que le habían llamado y a quienes el propio estudiante les había dado santo y seña de su familia.
Con llamadas al azar, con información filtrada por la propia recepción del hotel, con datos filtrados de plataformas de reservaciones y con cualquier base de dato que permita tener información más puntual de una persona en cuanto nombre e incluso ubicación, se puede armar una estafa que genere rápidas ganancias, con un sentido común cegado por el miedo.
Son los secuestros virtuales.
¿Cómo identificarlos? Los delincuentes tienen prisa, piden depósitos bancarios y las cantidades a las que finalmente acceden, tras solicitudes millonarias, son relativamente alcanzables por la población en general.
Este tema debe de hablarse en casa, en familia, en los equipos de trabajo. Entre más conozcamos este esquema de fraude, menos probable será que se caiga en él. Y la mejor opción será siempre, siempre, vencer la barrera de la desconfianza y reportarlo a la autoridad.