Escribo esto antes de que comiencen a llegar los resultados de las elecciones de EU, y como todas las encuestas y la mayoría del mundo, no tengo idea quién vaya a ganar. En el mejor de los mundos, para cuando lean esto, ya sabremos quién ganó.
Lo que sí sabemos es que el cierre de campañas ha sido un show de absurdos, a tal grado que hay una fatiga electoral, traducida como ansiedad crónica por varios expertos, en especial por los comediantes. Muchos cerraron sus programas con esta simple idea: “¿No sería fantástico que acabe la era donde tenemos que hablar de Donald Trump? ¿O al menos saber que sus puntadas solo son absurdas, y no peligrosas? ¿No periodísticas, a pesar de nuestras mejores intenciones?
Lo sería. Para muchos comediantes, Trump ha sido una mina de oro desde 2015, pero para otros —Jon Oliver, Jon Stewart, Seth Meyers y Jimmy Kimmel— es una pesadilla recurrente de la cual no pueden salir. Y no es que los demócratas no contribuyan a ese nivel ridículo de discurso, con la excedida cancelación e ideas extremas del deber ser. Como dice Bill Maher, sí hay un mal más malo entre lo que hay que elegir.
Sé que resulta idílico y casi imposible pensar que acabarán las eras de los discursos extremos con unas elecciones que nadie allá está dispuesto a aceptar como legales. Si perdiera Trump, después del desmadre que armaría, dejaría de ser su era. Al menos esa es la esperanza.