Me parece increíble lo que está pasando alrededor de la crítica y promoción de la cinta francesa Emilia Pérez, ahora que ya hay fecha, 23 de enero, para su estreno en cines en México. Habrá actividades de prensa, alfombra roja. Habrá, espero, auténticas respuestas a las preguntas que tantos tenemos en México respecto a declaraciones como la de la directora de casting, que dijo que buscaron ampliamente en México actrices, pero que al final estaba quien debía estar en la cinta. También a las veces que el director ha declarado que realmente no hizo ciertos tipos de investigaciones y a su desinterés por usar un idioma o acentos que sonaran a algo más que una cruda caricatura de la crueldad que vivimos en nuestro país día a día.
Espero que podamos tener conversaciones a la buena y no manejar el nivel del discurso de los clubs de fans de Selena Gómez (quien confió en su director) o a la agenda de Karla Sofía Gascón, que tiene todo el derecho a defenderse de los ataques a su persona, pero quien no parece saber distinguir entre eso y una auténtica crítica a la forma en la que es presentada nuestra más grande tragedia nacional.
Es un tema recurrente y haría mal si no me planteo a mí misma la pregunta: ¿me habrá alterado tanto esta película por motivos más allá de mi disgusto por su forma?
No soy de las personas que piensan que nadie puede contar la historia de otras culturas o grupos de personas, pero sí creo que con eso viene una enorme responsabilidad de no banalizar o reducir a clichés simplistas de lo que estamos hablando.
Y tampoco podemos olvidar que el dinero y el impulso de esta producción, con toda la intención de llevarse toda la temporada de premios, juega en contra de la percepción de nuestra realidad como el país capturado por la violencia que somos. Por algo, me parece, hay tantas voces levantadas; espero que cuando el equipo de Emilia Pérez llegue, escuchen y dialoguemos bien y sanamente al respecto. Eso, no lo hemos logrado aún.