Ya se puede ver la cinta basada en el musical Wicked en la pantalla grande y debo confesarles algo: a veces me espanta que mis puestas en escena favoritas se conviertan en cintas.
Hoy —vaya que lo celebro— hay toda una nueva generación que ama los musicales, y hay millones de personas en México, que no tuvieron el privilegio de crecer en los tiempos de Manolo Fábregas y, por años, consideraban a estos como una forma cursi y nada natural de contar una historia. Eso ya cambió. Tenemos productores incansables que no tienen reparo en darlo todo para que tengamos el mejor teatro del mundo. Tenemos muchas más academias de teatro musical y también tenemos YouTube, donde se pueden ver cosas que antes solo podíamos soñar.
Así que cuando veo que las grandes distribuidoras de cine hacen un musical, me preocupa perder a gente de esta, nuestra tribu, que tanto amamos el género. Ni siquiera mi amado Steven Spielberg logró capturar la atención y alegría de las masas con su nueva versión de Amor sin barreras, y luego hacen cosas como The Joker, que generan más desdén.
Wicked, la película, me da mucha esperanza. Es de esos musicales que llaman la atención hasta de quienes dicen que “no les gustan los musicales”. Pocos saben que hace 21 años, cuando se estrenó la puesta en escena en Broadway, los críticos tampoco amaron este punto de vista distinto en el universo de El Mago de Oz. Pero Wicked es uno de los musicales más exitosos y esta versión fílmica respeta lo que debe y aumenta con el lenguaje del cine.