Conjuras

  • En el banquillo
  • Tedi López Mills

Ciudad de México /

Donde veo una respuesta sistemática busco una grieta originaria o, en todo caso, la cadena de mando que desemboca en una idea ordenada y prístina de un asunto complejo y caótico. Me ocurre así con las teorías de la conspiración. Si se afirma que un acontecimiento excepcional es, en realidad, una situación preparada de antemano por gente, supongo, muy poderosa y, sin duda, visionaria, mi reacción inmediata es imaginar los factores que fue necesario poner en juego para establecer una causalidad efectiva y para excluir por completo los accidentes.

Reconozco que la suspicacia es lúcida, atisba vínculos, ata cabos. Cuando hago preguntas siempre elementales, se me echa en cara mi inocencia: ¿de veras crees que esto pasó así nomás? Nooo…viene de muy arriba. Nos quieren controlar, quitar nuestra libertad, nuestra forma de vida. Las versiones se traslapan y se solapan. En el laberinto de las certidumbres mi propio recelo puede ser conspiratorio; una toma de partido. Acepto la posibilidad y me examino. Según el famoso apotegma de Descartes, “el sentido común es la cosa mejor repartida del mundo”; por lo tanto, cada individuo tiene su razón: lo cual me resulta ominoso. Para Descartes la aptitud de “distinguir lo verdadero de lo falso…es naturalmente igual en todos los hombres”. El desacuerdo o la diversidad obedece a los caminos que elige cada quien y al hecho más simple de que no “consideramos las mismas cosas”. Me atrevo a sospechar que la gentileza de Descartes es más bien irónica. De otro modo, no habría creado El discurso del método.

En mis ejercicios introspectivos me desempeño como juez y parte. El sentido común me dicta que la opinión y el pensamiento son, en principio, similares; que la diferencia atañe a la autoridad emisora, acotarían los expertos. Yo opino; usted piensa. La división es correcta y me llena de orgullo su finura. Debo considerar, por ende, que el breve ensayo que escribió Giorgio Agamben el 26 de febrero de este año, “La invención de una pandemia”, equivale a una reflexión filosófica y no a una opinión o a un reflejo coyuntural o político. Aunque entiendo la paranoia, me obnubilan las profecías. Sigo adelante.

Hace unas semanas, en una reunión virtual de amigos, se mencionó con entusiasmo al filósofo coreano Byung-Chul Han. Tuve que confesar mi ignorancia. Investigué en la noche. Uno de sus libros célebres tiene un título irresistible: La sociedad del cansancio. Se publicó en español en 2017. La sinopsis de la obra nos explica que “toda época tiene sus enfermedades emblemáticas…A pesar del manifiesto miedo a la pandemia gripal, actualmente no vivimos en la época viral. La hemos dejado atrás gracias a la técnica inmunológica. El comienzo del siglo XXI, desde un punto de vista patológico, no sería ni bacterial ni viral, sino neuronal.” Recuerdo una frase que leí en un periódico al inicio de esta temporada. Se la dijo un chico de Ecatepec a su mamá: “Pinche chino, hubiera hervido al murciélago.” ¿Por qué no?

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