Decimoquinto

  • En el banquillo
  • Tedi López Mills

Ciuda de México /

Según Northrop Frye en Anatomía de la crítica “el instante en que cualquier crítico se permite hacer un comentario genuino acerca de un poema… ha comenzado a alegorizar”. Antes de entrar en el complejo tema de las alegorías, se podrían examinar algunas palabras de Frye: instante, cualquier, genuino; además, suponiendo que me anima el proyecto, y para abarcar mayor terreno, yo sustituiría poema por obra, aunque ayer, buscando unos apuntes viejos sobre la historia del simbolismo, encontré el libro En un abrir y cerrar de ojos de Óscar Hahn y leí los versos “mudos los amantes/el silencio también habla/y lo que dice sólo ellos lo saben” y decidí tomarlos al pie de la letra. Me pareció difícil atar cabos entre los amantes mudos y el silencio que también habla. Mi solución fue convertir la opacidad en una de esas alegorías “armadas con el recurso de la ambigüedad gramatical”. Son frecuentes en la poesía e incluso la dotan de ingenio o misterio, si bien deben emplearse e interpretarse con mucho cuidado; es decir, nunca exponerse a los peligros de una lectura analítica, sino guardarse lo más pronto posible en el archivo de “Bellezas y enigmas” (donde he puesto la hoja de un gingko que me regaló hace años Marina, después de que nos conocimos en una conferencia de Manuel sobre Antúnez). El asunto de los amantes me hizo pensar en el tercer encuentro de Tere y Raúl en La novela inconclusa, en una ciudad del extranjero, donde suele pasar largas temporadas Raúl, dando cursos de administración de empresas. Según Tere, la casa de Raúl, con foso y muralla, se eleva como un castillo ocre en la curva de una vereda, cerca de un enorme parque. Se oyen numerosos pájaros en la madrugada y al atardecer; de repente, el motor de un avión solitario, quizá desviado de su ruta habitual por la torre de control. El cuarto de Raúl es tan grande que incluye una sala. Tere y Raúl están en la cama: ella desnuda, él con una camiseta y los boxers a la altura de los tobillos. Se trata de una escena de sexo oral, practicado por ella. No describiré los detalles: son más o menos los mismos de siempre. El toque insólito proviene del celular de Raúl, que suena tres veces junto a su muslo. Él mira la pequeña pantalla y le dice a Tere: “perdón… debo tomar esta llamada… por favor tú sigue”. Y Tere lo hace sonriente. El episodio se lee como un informe; hasta podría numerarse con incisos. A mí me resulta tan inquietante que —de acuerdo con la definición amplia de Frye— prefiero alegorizarlo. ¿A quién representan Tere y Raúl y por qué se les puso en tal circunstancia? La alegoría es seguramente moral. Aún no sé cuál sería la lección. Doy otro ejemplo. El señor nos avisa que ya prepara su mudanza —se llevará 150 o 160 libros para investigar “nuestro México prehispánico”— pero nos advierte que se quedará en Palacio hasta el final. Sospecho que el anuncio encierra una alegoría, de tintes políticos, sin duda. Lo que no entiendo es lo del final. ¿Cuándo empieza para el señor?

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