Doceavo

  • En el banquillo
  • Tedi López Mills

Ciudad de México /

Porque me distraje con La novela inconclusa —sórdido episodio en el que luego de coger en un lujoso cuarto de hotel Raúl le avienta a Tere una toallita blanca para que se limpie, le encarga que no ensucie sus otras toallas en el baño, la empuja suavemente para que no lo acaricie, no lo bese, no lo abrace, le comenta que fue mediocre el sexo, pero no tan mala la comida, le habla de política, le dice que él es socialdemócrata, le pide que ya abra las cortinas, le explica “no hay nada que romper porque no hay nada, punto,” y Tere se viste, se va por el pasillo con su bolsa grande, lamenta en la calle el ruido de las motos, se sube a su taxi— cometí un error de traducción en una frase de Northrop Frye acerca de cuánto influyen en la historia del gusto “los prejuicios y la moda” —traduje yo— cuando en el texto se lee claramente “prejuicios de moda”, lo cual plantea una diferencia no drástica, pero sí importante, pues pone el acento en los prejuicios y los califica: pueden ser una moda. En su polémica sobre la crítica literaria y los intentos de establecer una estructura conceptual que la convierta en una forma sui generis de ciencia, Frye no le da entrada a una posible discusión: ¿cómo saber qué es un prejuicio y qué un juicio? Doy un ejemplo: en tiempos recientes se me ha dicho que las mujeres están, estamos, escribiendo mejor que nunca: es el momento de la literatura femenina. “¿Está usted de acuerdo?” Suelo responder que si tal postulado es cierto significa que antes (no sé exactamente cuándo) las mujeres no escribíamos muy o tan bien y que, por mera lógica, las exclusiones ahora llamativas tienen una justificación o un matiz que atañe a la calidad de la escritura. El silencio severo de mi interlocutor o interlocutora me inquieta y rápidamente corrijo mi respuesta: “sí, sí, como nunca…” Pero queda la duda: ¿prejuicio o juicio? Ambos casos me favorecen, aunque el “antes” no deja de incomodarme, pues sospecho que de él provengo en términos cronológicos (me consuelo pensando que, por el empuje de género y generacional, quizá yo estoy escribiendo mejor y la perspectiva me entusiasma). En su libro Frye propone la teoría de los modos ficcionales; al que denomina “trágico” le atribuye dos categorías: el mimético elevado, en el que se mezcla lo heroico con lo irónico, y el mimético bajo o doméstico cuyo rasgo sobresaliente es el pathos “que guarda estrecha relación con el reflejo sensacional de las lágrimas… Su figura principal es a menudo una mujer.” Podría colocarse a Tere en ese nicho, así como a Magdalena y a Marina. En La novela inconclusa no interesa el amor, sino el desamor, el desencanto, incluso el odio. Debe señalarse que Raúl nunca se enamora de Tere (tampoco Gilbert Osmond de Isabel Archer en Retrato de una dama de Henry James o Edward Casaubon de Dorothea Brooke en Middlemarch de George Eliot). “No había visto con cuidado tu cuerpo,” le dijo Raúl a Tere en la tercera cita, frente a un espejo o bajo un foco. Y ella se miró caer.

Más opiniones
MÁS DEL AUTOR

LAS MÁS VISTAS

¿Ya tienes cuenta? Inicia sesión aquí.

Crea tu cuenta ¡GRATIS! para seguir leyendo

No te cuesta nada, únete al periodismo con carácter.

Hola, todavía no has validado tu correo electrónico

Para continuar leyendo da click en continuar.