Prosa pamplina

  • En el banquillo
  • Tedi López Mills

Ciudad de México /

Las autoridades decretan. Las autoridades inhiben. López Velarde no es un poeta nacional: caso cerrado. López Velarde sí es un poeta nacional: caso abierto. Sería preferible que no lo fuera; el calificativo ahuyenta, decepciona, entristece. Llevaría a establecer una forma de censo: tales poetas mexicanos son nacionales; tales otros no lo son. Sospecho, además, que los de la primera lista desempeñarían un papel heroico, superior por representativo, frente a “los cosmopolitas que tienen ideas demasiado generales”. Los señalamientos parecen órdenes: que nadie ose apropiarse del poeta. Hay un “nuestro” implícito. Con los festejos se reinauguran las trincheras de costumbre. No todos somos capaces de unirnos al espíritu lopezvelardeano. Algo se necesita en la identidad, quizás hasta en el carácter, para conseguirlo, y yo me confieso en falta definitiva. Cuando leo a López Velarde no lo hago con la conciencia de que se trata del “poeta mexicano por antonomasia”, “cantor extraordinario de la provincia”, “hombre solo”, “bardo silencioso”, “gran poeta menor”. No busco el espejo del “purismo castellano” para declamar a modo y reírme con risa culta de lo que mi memoria guarda como si fuera una declinación natural de su muy pequeño relato. No hay podio ni banderas ni ceremonias ni rituales; si acaso, el “previo fervor” con el que, según Borges, se lee a un clásico. Y, claro, el famoso estro o el simple aire que se va llenando de esdrújulas. “El sitial de la lírica no se hereda”, escribe López Velarde en su breve ensayo sobre Lugones. ¿Dónde estarán hoy “todos los portaliras para adentro y todos los portaliras para afuera”? ¿O “los bonachones que reparten cédulas académicas”, documentos probatorios de que se está escribiendo la buena poesía, la más correcta, la más adecuada? Me sumo a los acólitos que carecen de instrucciones. Se puede subvertir el sueño crónico para asomarse un instante al terruño y preguntar: ¿qué es eso? Se puede fingir inocencia ante “La suave Patria” y sus rotundos homenajes. Se puede rimar ajonjolí con y con ti, aunque el oído se tropiece en el intento; creer que la patria vale por el río/de las virtudes de su mujerío. ¿Cómo sollozan las mitologías cuando se mueren en los vericuetos de los versos que las loan? ¿Cómo habla en primera persona una mejicana que en su tápalo lleva los dobleces? ¿Cómo suena la hora actual con su vientre de coco? El tiempo no pasa con exactitud. Habría que “cortar la epopeya” de un solo tajo e irse hacia el opíparo ayer del pueblo ficticio. “En mi sentir, el poeta debe ser no sólo personal, sino personalísimo”, opinó López Velarde. Fantasmas, fantasmas, fantasmas… En un cielo turquí, el relámpago flagela edredones de nube. Las metáforas se enredan con la política. El viaje electoral que hizo López Velarde en 1912 a Jerez como candidato a una diputación suplente pone en jaque cualquier poética de la intimidad. Supongo que en ello radica la inevitable contribución a lo chusco.


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