Si la antropología es el estudio de lo humano, ¿qué podría decir sobre el espacio exterior? El espacio es frío, oscuro e inhóspita para los seres humanos. Sin embargo, la explosión reciente de estudios antropológicos del espacio exterior nos ofrece la oportunidad de pensar de otra manera sobre la antropología y sobre el espacio exterior,ya que, a fin de cuentas, los dos campos comparten ciertas preocupaciones.
¿Qué tenemos en común los seres humanos, y qué nos hace diferentes? ¿Cómo nos definimos frente a “otros”? ¿Cómo nos adaptamos a situaciones y condiciones particulares?
¿Cómo pensamos sobre nuestros pasados? ¿Cómo imaginamos nuestros futuros? Todas estas preguntas, creo, se pueden aplicar al estudio del espacio exterior.
Pero en términos prácticos, la etnografía, metodología fundamental de la antropología, suele depender de un “estar allí” difícilmente aplicable a los contextos extraterrestres. ¿Tendríamos que viajar a la Luna, Marte, o la Estación Espacial Internacional (ISS) para hacer antropología espacial? Si bien no han ido físicamente a sus contextos de estudio, algunos colegas sí están pensando en la experiencia humana en el espacio, sobre las comunidades se crean en entornos como el ISS, sobre el turismo espacial, o sobre los usos y los significados de los artefactos humanos en el espacio, que pueden incluir basura espacial, satélites, banderas, robots, y hasta carros deportivos. Claro, el acercamiento antropológico al espacio exterior se torna aún más lógico si reconocemos que, en general, los imaginarios del espacio exterior se crean en la Tierra y se posibilitan y limitan por las condiciones políticas, históricas, ecológicas y geográficas terrestres. Por esto, gran parte de la antropología del espacio exterior se ha enfocado en pensar el espacio en la Tierra.
Por ejemplo, hay antropólogos y antropólogas que realizan etnografía de los centros de desarrollo de ciencia y tecnología espacial para entender la producción del conocimiento sobre el universo o los procesos de diseño y lanzamiento de aparatos de instrumentación.
Algunos estudios se enfocan en las relaciones internacionales y procesos de colaboración que requieren las actividades espaciales. Otros describen las formas simbólicas mediante las cuales los seres humanos convertimos “el espacio exterior” en un conjunto de “lugares” significativos.
Hay quienes analizan los sistemas organizativos de instituciones como la NASA y la ESA, y quienes estudian los impactos de las actividades espaciales en las localidades donde se ubican sus instalaciones.
Conozco expertos que estudian los intentos por establecer mecanismos de comunicación con imaginados extraterrestres y otros que analizan los imaginarios sobre la vida alienígena o la creación de narrativas y obras de arte indígenas que especulan sobre futuros espaciales distintos a las visiones de los grandes empresarios. Y la lista de temas sigue.
Lo que está allá arriba está inextricablemente ligado a lo que está acá abajo.
Así que, entender nuestros lugares en el universo, y la importancia del universo en nuestros lugares, requiere una combinación de las bondades de la antropología—el método etnográfico, el diálogo y la perspectiva—con la especulación, la imaginación y la ampliación de escalas que conlleva el pensar y actuar en el espacio. La antropología necesita al espacio exterior, y viceversa.
Anne W. Johnson
Profesora-investigadora
Departamento de Ciencias Sociales y Políticas
Universidad Iberoamericana