En la ciudad de Monterrey existe un problema de escasez de vivienda digna para la mayoría de la población. Pero es un detalle que a las autoridades locales parece no interesarles. Desde hace más de diez años han decidido impulsar una transformación urbana apoyándose en el capital inmobiliario y financiero para promover la vivienda vertical. Pero el enfoque que ha prevalecido es el mercantil. La pregunta que se han hecho, sin tener que verbalizarla explícitamente en los planes de desarrollo urbano, es: ¿cómo logramos dinamizar económicamente la zona central de la ciudad? En otros términos, ¿cómo logramos hacer atractiva la zona para habitantes de mayores ingresos y más capacidad de consumo? Autoridades locales y estatales, apoyándose en urbanistas y universidades, han concebido la zona central como una gran mercancía (sobre todo la zona turística, principalmente), que sea atractiva para un ciudadano ideal; para el habitante del futuro, según sus términos. Que en resumidas cuentas es un hombre o mujer jóvenes; profesionistas, de altos ingresos (con mascotas), pero consumidores conscientes sobre la importancia del medio ambiente; promotores de una vida saludable; de los alimentos orgánicos; del uso de vehículos no motorizados, como la bicicleta; cosmopolitas y al mismo tiempo, amantes de la cultura local; entre otras cualidades que se resaltan en las estrategias mercadotécnicas de los llamados desarrolladores inmobiliarios.
Pero, como toda mercancía, también requiere ser producida. Y precisamente debido a esto aparecen otros grupos sociales no contemplados en los planes de desarrollo, ni en los proyectos del capital financiero e inmobiliario. Son los trabajadores que construyen los edificios, los que trabajan en las tiendas comerciales y restaurantes del Centro de la ciudad; los artistas que producen los murales, los que tocan y cantan en los bares; los que venden mercancías y productos en la Macroplaza, Barrio Antiguo y Paseo Santa Lucía; etcétera. Ellos se encuentran con un mercado laboral local con salarios e ingresos bajos, precarios e inestables que los convierten en un marginal consumidor, incapaz de sostener una economía de servicios especializados y caros. Por sus bajos ingresos son inquilinos potencialmente inestables, con posibles rezagos en sus mensualidades pactadas de renta y que se ven afectados rápidamente ante las intervenciones del capital inmobiliario y ante las transformaciones del espacio urbano de la zona. Son residencialmente vulnerables y, algunos de ellos, junto con inmigrantes internacionales pobres, en tránsito, e inmigrantes nacionales; trabajadores de baja calificación, viven en el Centro de la ciudad en departamentos y casas deterioradas físicamente, con falta de mantenimiento adecuado (cuartos en renta, vecindades, etcétera). Esta situación construye una realidad urbana dual y contrastante: un Centro metropolitano con vivienda deteriorada y en malas condiciones, con hacinamiento, falta de servicios y vulnerable ante posibles incendios por cortoscircuitos y, además, la otra imagen, moderna, proveniente de la construcción de más de 40 edificios de usos mixtos con miles de minidepartamentos, con sus inmediaciones urbanas transformadas y rentados, principalmente, para visitantes de medianos y altos ingresos cuyo fin es permanecer temporalmente en la ciudad. La primera realidad permite el abuso de propietarios de vivienda y de oficinas en desuso, reconvertidas en vivienda, y en malas condiciones que, ante la gran demanda, pueden libremente aumentar el alquiler en una magnitud que no responde a las condiciones físicas de los alojamientos. En la segunda realidad, la de los edificios de usos mixtos, se genera una sobreoferta de minidepartamentos que aumenta el número de viviendas deshabitadas en el Centro, pero, en plena demanda de vivienda digna no satisfecha. En este segundo caso, el resultado es una vivienda cara que no responde a la oferta y la demanda de la población, sino a intereses financieros especulativos. Esto genera distorsiones en el mercado inmobiliario, tanto en los precios unitarios de los terrenos y el de los minidepartamentos de los edificios de usos mixtos que siempre están al alza. Con ello resaltamos dos aspectos: se fortalece un mercado de bienes inmobiliarios residenciales en la zona central, contrastante, segmentado, desigual y disfuncional. Y se ve afectado el derecho a la vivienda digna de un grupo de pobladores y trabajadores y, por lo tanto, su derecho a la centralidad urbana.