El idioma de nuestras madres

Ciudad de México /

La muerte de las lenguas, que ocurre cuando los padres deciden dejar de hablarlas con sus hijos, no es un proceso natural; sin dudarlo, la causa de que se interrumpa esa transmisión intergeneracional es parte de la presión social


Supongamos, estimado lector y lectora, que tiene usted en sus brazos un bebé de unas cuantas semanas o meses, que puede ser el suyo o el de alguna persona cercana a sus afectos. Los bebés, a pesar de no articular palabras, ni mucho menos grandes conversaciones, son sumamente comunicativos: miran con curiosidad, sonríen y todo el tiempo balbucean. Es difícil no responder a esos gestos, pues los bebés, a pesar de su corta edad —o precisamente por ella— son especialmente hábiles en ser encantadores. Los adultos los miramos con ternura, les sonreímos de vuelta y respondemos a sus balbuceos como mejor sabemos comunicarnos: hablando. Esta es la pregunta que le hago: ¿en qué idioma le habla usted a esa niña o a ese niño pequeñito?

Lo más natural es que, incluso si domina usted otros idiomas, con los bebés se comunique en frases cortas de su propia lengua materna, que estoy asumiendo, por el idioma en el que nos estamos entendiendo en este momento, que será el español. Rara sería la situación en que decidiera usted practicar sus conocimientos del inglés con tan adorable persona, o que elija proferir frases en alemán. Su elección de hablar con los bebés en su idioma nativo —el de usted— es una decisión tan natural que seguramente le pasa inadvertida.

¿En qué idioma les hablan los padres y las madres a sus hijos? En el idioma que hablan de manera más fluida, en el que se sienten más cómodos, que suele ser el que adquirieron, a su vez, de sus propios padres y madres en la primera infancia. Así es como se consuma lo que los especialistas llaman la transmisión lingüística intergeneracional: la lengua materna de las madres y padres se convierte en la lengua materna de sus descendientes. En el término hay una precisión importante, la lengua materna no se enseña (nadie le da clases a un bebé sobre la regla del subjuntivo), sino que se transmite: los adultos simplemente hablan y los pequeños, con base en una capacidad que todos los humanos tenemos como dote de especie, van asimilando las reglas implícitas de ese idioma y lo dominan por completo mucho antes de llegar a su primer día de escuela.

Después de adquirir el idioma de sus primeros cuidadores, que suelen ser los padres y las madres, pero que pueden ser también otros integrantes de la familia, como las abuelas y los hermanos, esos nuevos y nuevas hablantes empiezan a hacer sus propias relaciones sociales: salen a la calle y saludan, piden cosas en la tienda, juegan con otros niños, etc. Dije “después”, pero en realidad la adquisición de la lengua materna y la socialización de la lengua en comunidad son procesos que ocurren más o menos al mismo tiempo.

Las mujeres son un vínculo clave para que no perezca en el futuro el lenguajede los pueblos originarios. EFE

Solemos distinguir entre lenguas vivas y lenguas muertas. Las lenguas vivas son las que hablan las personas como primera lengua o lengua materna. Las lenguas muertas son las que no son lenguas maternas de nadie. El latín, por ejemplo, proverbial entre las lenguas muertas, no se dejó de hablar de pronto, sino que fue cambiando hasta derivar en las lenguas romances que hablamos ahora. Hay miles de documentos antiguos escritos en latín. Hay clases de ese idioma en las universidades y todavía se escucha en algunas ceremonias religiosas. Miles de personas en el mundo se dedican a su estudio, e incluso lo pueden hablar con fluidez. Pero no hay un proceso sistemático de transmisión intergeneracional del latín, no hay bebés adquiriendo el latín como primera lengua (y si los hay, serían anécdotas excéntricas). El latín es una lengua muerta, no por haber desaparecido de la Tierra, sino porque no hay una comunidad de hablantes que lo tenga por primera lengua. El kiliwa, en cambio, una lengua yumana hablada en Ensenada, Baja California, no tiene más de cincuenta hablantes nativos. Cuenta, sin embargo, como lengua viva porque esos hablantes adquirieron la lengua en su casa, directamente de sus primeros cuidadores. Si bien es una lengua viva, es una lengua a punto de morir, porque muy probablemente esos cincuenta hablantes sean la última generación que la tiene por lengua materna.

En México se siguen hablando y transmitiendo de una generación a otra decenas —o cientos— de lenguas. Pero mientras que todas las madres que hablamos español en este país les hemos transmitido a nuestros hijos ese idioma, apenas un poco más de la mitad de los hijos de madres hablantes de lenguas originarias adquirieron el idioma de sus madres.

Si la elección de hablarles a los bebés —especialmente a los propios—, en nuestra lengua materna es una decisión tan natural que ni nos damos cuenta de ella, la decisión de hablarles en otro idioma solo puede ser el efecto de presiones externas. Sin dudarlo, las causas de la interrupción en la transmisión intergeneracional de la lengua son causas sociales. Las madres y padres que recibieron burlas y regaños en las escuela por hablar una lengua minorizada, que enfrentaron discriminación cuando viajaron a un centro urbano, que recibieron una atención médica deficiente porque en la clínica no lograron entenderlos ni hacerse entender, y que, en fin, sufrieron humillaciones por hablar la lengua de sus madres, no querrán hacer pasar por lo mismo a sus hijos. Entonces deciden hablarles en otro idioma.

Difícilmente podemos pensar en una situación más injusta que criar a los propios hijos en un idioma que no es el nuestro. La muerte de las lenguas, la verdadera, la que sucede cuando los padres deciden dejar de transmitirla, no es ni nunca ha sido un proceso natural, es todo lo contrario. Si entendemos cómo y por qué dejan de transmitirse las lenguas, es posible que podamos detener su muerte.

  • Violeta Vázquez-Rojas
  • Lingüista egresada de la ENAH, con doctorado por la Universidad de Nueva York. Profesora-Investigadora, columnista y analista, con interés en las lenguas de México, las ideologías, los discursos y la política.
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