La mayoría de nosotros aprendimos a consumir comida chatarra en el patio de la escuela. Ahí se ofrecían frituras, chicharrones, cacahuates acaramelados o bebidas azucaradas industrializadas, de esas que hoy llevan múltiples sellos de advertencia.
Con esos hábitos arraigados desde la infancia, no resulta sorprendente que México enfrente una alarmante epidemia de obesidad y sobrepeso. Las cifras son estremecedoras: en nuestro país, el 36% de los niños en edad escolar y el 40% de los adolescentes viven con obesidad o sobrepeso, el doble del promedio mundial [1, 2].
En respuesta a esta crisis, recientemente se aprobó un acuerdo que prohíbe la venta de productos chatarra en las escuelas. En lugar de frituras y alimentos industrializados, ahora solo se podrán ofrecer opciones saludables como fruta fresca, yogurt, palomitas naturales, preparaciones al comal, o botanas no fritas, como pepitas de calabaza o cacahuates sin sal. Los directivos escolares que incumplan con esta medida serán sancionados.
Sin embargo, desde el anuncio de esta regulación, ha surgido una campaña de desprestigio dirigida contra los activistas e investigadores que promovieron la medida.
Tal parece que los chatarreros están descolocados pues no han dejado de proliferar notas anónimas, trascendidos y columnas en donde se acusa a los investigadores del Instituto Nacional de Salud Pública (INSP) de realizar investigaciones financiadas por becas internacionales, insinuando que estos recursos han sido utilizados para beneficio personal, como si se tratara de algo indebido o irregular.
Estas acusaciones, evidentemente malintencionadas, ignoran que las becas internacionales para investigación están sujetas a estrictos procesos de auditoría. Los recursos otorgados están siempre etiquetados para fines específicos y cuentan con condiciones explícitas sobre los entregables que deben generarse, como bien sabe cualquier académico con experiencia en el tema.
Como expuse en el capítulo “Más mortal que el narco” de mi libro No es Normal, la intimidación hacia quienes se oponen a la industria de comida chatarra es una práctica común en México, ampliamente documentada incluso por medios internacionales.
En lo personal, considero que los chatarreros deben dar un golpe de timón. Es momento de reinventarse. La cultura de la alimentación saludable ha llegado para quedarse y cada vez se modificará más el tipo de productos que las familias demandan.
En lugar de aferrarse a la venta de comida chatarra, la estrategia debe ser transformarse en proveedores de alimentos saludables, asequibles y convenientes. Quienes logren adaptarse a esta nueva realidad tendrán un negocio multimillonario, mucho mejor que el que tienen ahora. Cada centavo que hoy se invierte en intimidar al INSP o a los activistas antichatarra es un centavo desperdiciado que podría destinarse a liderar los mercados del futuro.
Aplaudo la decisión de prohibir la comida chatarra en las escuelas. En México, el 66% de los niños consume azúcares en exceso y, considerando que pasan 200 días al año en la escuela, mejorar los hábitos alimenticios en estos espacios es fundamental para combatir la epidemia de obesidad y sobrepeso que azota al país [2]. Aunque esta medida no resolverá el problema por completo, representa un paso importante en la dirección correcta.
Fuentes: [1] Shamah-Levy, T. et al (2024) Sobrepeso y obesidad en población escolar u adolescente. Salud Pública de México (66) 4, jul-ago; [2] WHO (2024, mar) Obesity and overweight. Key facts. WHO.