López Obrador deja la presidencia habiendo logrado lo que nadie: terminar con más poder que con el que inició. La pregunta es cómo lo logró.
Para sus detractores, la respuesta es sencilla: regaló dinero por medio de programas sociales y entabló una campaña de propaganda por medio de su conferencia mañanera.
Para sus seguidores, la respuesta es también bastante sencilla: eliminó gastos superfluos del gobierno y gobernó con honestidad en representación de los deseos del pueblo.
Ambas respuestas tienen algo de verdad, pero son incompletas. Si bien es cierto que el gasto social aumentó, éste continúa siendo muy inferior a lo necesario. La corrupción tampoco ha sido eliminada y la austeridad, si bien logró reducir gastos superfluos, también causó enorme sufrimiento a los más pobres durante la pandemia.
Estimo que Obrador fue exitoso porque hizo algo que nadie, en la historia de la joven democracia mexicana, se había atrevido a hacer: cambiar las formas de la lucha política de una partidista y burguesa, a una de clases y popular.
Por la propia historia de la democratización mexicana, tanto PAN como el PRI fueron partidos de corte pro-empresarial y pro-élite, en donde la clase política solía retratarse a sí misma como afín a las clases medias-altas, con modales burgueses y aspiraciones económicas similares a las del empresariado. Las campañas se centraban en retratar al presidente como un líder mejor, más inteligente y hasta más guapo que el resto de los mexicanos.
López Obrador cambió esa forma de hacer política. No solo se mostró a sí mismo como una persona de a pie y cercano al mexicano promedio. Sino que, por medio de Morena abrió un clivaje electoral distinto al tradicional. Tradicionalmente, el PRD se había enfrentado al PRI-PAN como una lucha de izquierda contra derecha. Morena llevó esa lucha a un terreno distinto. Formuló una lucha política entre lo popular y la élite, donde PAN-PRI-PRD eran la élite y solo Morena era el representante del pueblo.
Este clivaje le hizo mucho más sentido a la gente que el eje izquierda-derecha que pocas personas comprenden. Así, López Obrador vocalizó la representación de las mayorías y llevó al centro de su discurso conceptos que eran tabú, como el clasismo y el racismo.
Quizá más importante, con Obrador se rompió el falso cuento de que todos los mexicanos son iguales y se comenzó a hablar del país que verdaderamente somos: uno dividido en dos grandes bloques. Por un lado, un 15-30% de la población que pertenecen a las clases medias y altas urbanas de tez más clara. Y por el otro, el resto de la población que vive en precariedad y suele tener tez más morena.
A la par de este discurso de clase, Obrador realizó políticas laborales que mejoraron la vida de los de abajo y que enojaron a los de arriba. Las clases medias y altas resintieron que en la nueva narrativa política de Morena se convirtieron en parte de los victimarios.
Así, el apoyo popular a Obrador se consolidó porque su política laboral dio resultados, pero lo que realmente lo hizo poderoso fue cambiar las formas de la lucha política, llevarlas del terreno ideológico al popular. Tomará mucho tiempo para que un político haga una hazaña similar. La forma de lucha que Obrador creó durante su sexenio llegó para quedarse.