El nearshoring representa una oportunidad histórica para México. La reubicación de producción de China a nuestro país implica la llegada de inversiones billonarias en industrias con alta capacidad de generación de empleo. En algunas décadas, veremos estos años como hoy vemos 1994: un periodo de transformación de la economía mexicana – en aquel entonces, por el NAFTA.
Para México, el nearshoring no sólo representa la oportunidad de integrar a México con Estados Unidos, la economía más grande del mundo, sino de hacerlo sin cometer los errores que cometimos con el NAFTA.
La apertura comercial de los noventa transformó a México en una economía polarizada. Un país en donde existe una minoría de empresas integradas globalmente con altos retornos (multinacionales y sus proveedores de alto valor), y una abismal mayoría de empresas de bajos o nulos retornos y con altas tasas de mortalidad (Bolio et al 2013, Levy 2023).
China y los tigres asiáticos se comieron el pastel que nosotros nos debimos haber comido y México se volvió un país manufacturero de bajo crecimiento y con una clase media 58% más pequeña de lo que debía ser (Ríos 2021).
Esto sucedió porque escogimos un modelo de desarrollo equivocado, que necesita cambiar si en esta ocasión queremos aprovechar el nearshoring. El error estuvo en dos aspectos.
Primero, vendimos a México como un país cuya única ventaja comparativa eran los salarios bajos. Esto atrajo inversión, pero deprimió el mercado interno. Nos convertimos en un país donde solo el 66% puede consumir más de la canasta básica (ENIGH 2022).
Ello impidió el crecimiento de empresas domésticas de alto retorno por el simple hecho de que hay muy pocos posibles clientes (Goldberg & Reed 2021). Por eso, la mayoría de las empresas del top-500 de México venden productos para pequeños bolsillos (créditos chiquitos, tiempo aire a pedacitos, medicinas genéricas, canasta básica), o tienen mercado externo (automotrices, mineras).
Segundo, pensamos que la inversión extranjera sería suficiente para detonar el crecimiento de empresas locales y su productividad. No fue así. Los posibles proveedores mexicanos no tenían ni la capacitación para producir al estándar de calidad que les requerían las cadenas globales, ni el capital para lograrlo (Iacovone et al 2022).
La falta de una política de Estado (i.e. regulación, entrenamiento, visión) para ayudar a insertar proveedores a las cadenas de valor dejó a la mayor parte de las empresas locales fuera del pastel de la globalización. El monopolio bancario impidió la capitalización de empresas. Otros monopolios, duopolios o concentraciones (i.e. telecomunicaciones, energía, transportación) aumentaron los costos fijos de las empresas haciendo que fuera todavía más difícil los aumentos en productividad (Misch & Saborowski 2018).
Es por todo lo anterior que para el próximo sexenio no hay un solo tema que sea más importante que la propuesta económica. Debemos analizar con lupa las ideas y planes que proponen Claudia Sheinbaum y Xóchitl Gálvez para lograr que México se convierta en un país con mayor capacidad de consumo, empresas locales productivas y una mayor cantidad de empresas integradas a la economía global.
Esto requiere un Estado fuerte, visionario y con la fuerza para alinear incentivos para el largo plazo. Y requiere también una agenda clara de entrenamiento y capacitación para proveedores locales, una regulación que favorezca el acceso al crédito, una COFECE que derrote monopolios, un IFT que deje de estar atemorizado, una CNBV sin captura, un Banxico menos dogmático, una vida sindical fuerte y real, y una cultura empresarial donde se privilegie la calidad, la honestidad y la redistribución justa de las ganancias.
México debe abocarse a dejar de seguir recetas y planes preconcebidos. Es tiempo de innovar y construir las recetas que le funcionen a México. Existimos muchas personas con ideas concretas y deseos sinceros de apoyar. El Estado debe aspirar a desarrollar el país que queremos, no sólo a atemperar las condiciones de precariedad que existen.