Seis taras mexicanas

Ciudad de México /

Una cosa es haber nacido en México y otra estar a la altura de su folclor...


“No te ves muy mexicano”, lamentó el gringo aquél y me mostró la puerta. Estaba haciendo un casting para Remington Steele y hacía falta un contrabandista costeño. “¡’Ga tu madre!”, gruñí, de camino a la calle, cual si así demostrara mi mexicanidad. Apariencias aparte, finalmente, una cosa es haber nacido en México y otra estar a la altura de su folclor. Y hoy que el necio patrioterismo en boga insiste en convertirnos en clichés, toca pasar revista a algunas socorridas taras nacionales.

Los golpes

Una de mis más grandes incompatibilidades con la mexicanidad es que nunca fui bueno para los madrazos. Verdad es que en los años escolares no había necesidad de demostrarlo, si es que era uno lo bastante arbitrario y gritón para meterles miedo a los demás cobardes. Por eso lo que cuenta, de entonces hasta hoy, no es ya saber pelear, sino intimidar. Pasarle el miedo al otro, a gritos y empujones. Echarle encima tu mexicanidad, especialmente si te mueres de espanto. Aprendí a dar patadas con el Tae Kwon Do, y ni así se me dio ser el pedero que mi patria esperaba.

Los albures

Llegué a aprenderme muchos, durante la adolescencia. Varios de ellos en verso, pero la mayoría en clave alegremente sodomita. Suponíamos, tal como lo decía Chava Flores, que las chicas nunca iban a entendernos. Con el tiempo, la práctica gozosa del albur ha perdido la gracia y el sentido. Nada hay ya que ocultar, las palabrotas son moneda corriente y los chistes de sexo salen en la tele. Y como lo alburero no se quita, se ve uno compelido a compartir todas esas reliquias del lenguaje con los pocos amigos que no van a tacharle de rupestre.

Puedo llegar a aullar con Julión Álvarez. Fernando Carranza

Las telenovelas

Con algunas no sé qué tan honrosas excepciones, las teleseries hechas en mi país suelen ser primitivas, complacientes, predecibles, estúpidas e insuperablemente cursis, aunque también penosamente adictivas. No negaré que he visto más de las que quisiera, y con más interés del que estaría dispuesto a reconocer, porque en este país los nacos somos todos. Pocas veces, no obstante, siento tanta vergüenza como cuando algún pérfido extranjero, no bien se entera de mi nacionalidad, se lanza a hablarme de telenovelas. ¿Será que me cree nieto de Ernesto Alonso?

El futbol

Antes que peleoneros, los mexicanos somos masoquistas. Como quien se enamora a la distancia de una actriz de Hollywood, alimentamos cada cuatro años la quimera de ser campeones del mundo, pese a las reiteradas evidencias de que tamaña gesta se halla muy lejos de nuestro triste alcance. Quienes no compartimos el gusto por el fut debemos soportar el fastidio infinito de ser los forasteros de la tertulia. “¿A qué equipo le vas?”, te pregunta la gente de cuando en cuando, y sabes que la peor de las respuestas es que el futbol te tiene sin cuidado, pero igual eso dices, nada más por el gusto de pintarle al folclor sus mocasines.

El narcocorrido

He de reconocer que más de uno forma parte importante de la banda sonora de mi vida. Puedo llegar a aullar con Julión Álvarez o Ramón Ayala, pero el género en sí tendría que provocarnos repelús, por cuanto implica el exceso suicida de elevar al estatus de leyenda a quienes son azote del país. “Ingeniosos aliados de sus sepultureros”, nos llamaría Kundera, y desde luego no faltaría el bravucón que defendiera, cual villano de western fronterizo, nuestro sacro derecho al infantilismo.

Los otros mexicanos

Suelen avergonzarnos, cuando nos los topamos en otro país. Son siempre más groseros, rústicos y ruidosos que nosotros. Visten, según rezongamos, como payasos, y con frecuencia pecan de abusivos. Por si esto fuera poco, tienden a perpetrar abiertamente las faltas que nosotros apenas cometemos en privado, por no ensuciar el nombre de nuestro país. Porque eso sí: somos rete discretos, tanto así que delante de la gente pareceremos todo menos mexicanos.

Ser, mas no parecer: abran paso al complejo nacional. 

  • Xavier Velasco
  • Narrador, cronista, ensayista y guionista. Realizó estudios de Literatura y de Ciencias Políticas, en la Universidad Iberoamericana. Premio Alfaguara de Novela 2003 por Diablo guardián. / Escribe todos los sábados su columna Pronóstico del Clímax.
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