En el verano de 2017, cuatro agentes de la Administración de Control de Drogas de Estados Unidos (DEA por sus siglas en inglés) están por abortar una misión que iniciaron seis meses atrás de trabajo encubierto: quieren desarticular una red de tráfico de fentanilo –entonces una droga novedosa–, pero apenas tienen en la mira a un puñado de usuarios en la calle. La misión parece destinada al fracaso.
Dos semanas antes de renunciar, sin embargo, algo inesperado sucede: uno de los compradores de droga –vigilado por la DEA– recibe una Sony PlayStation de manos de un hombre que orilla su vehículo en una avenida. Es un detalle sin importancia, al parecer. Un regalo cualquiera. Pero el ojo experto de un agente antidrogas detecta algo extraño: esa consola suele pesar unos 3.5 kilos y la dificultad con la que el comprador recibe esa caja sugiere un paquete cinco veces más pesado.
Para el agente que vigila es obvio que se trata de una transacción de narcóticos. En la caja sí hay una consola, pero también unos 30 kilos de fentanilo o heroína. Un cargamento que podría valer hasta tres millones de pesos mexicanos. No hay duda: ese comprador no es un tipo cualquiera, sino un traficante de drogas sintéticas.
A unos segundos de que la PlayStation desaparezca, otro de los agentes toma una fotografía a la caja gracias a un lente de largo alcance. La imagen capta el código UPC (Código Universal de Producto, por sus siglas en inglés) integrado por 12 dígitos; los primeros seis identifican al fabricante, los restantes al producto específico. Con ese dato, la DEA ya puede conocer cuándo y de dónde salió ese paquete.
Dar con ese código es como encontrar un hilo en un pajar. Sólo resta desenredar la madeja hasta ver adónde llega. El resultado es insuperable: esa PlayStation fue llevada a una casa en Novi, Michigan, y está conectada a internet. Un descuido increíble para una organización de tráfico de drogas, pues ahora los agentes de la DEA pueden saber qué modem están usando y en qué ubicación están. El cruce de datos arroja una dirección exacta a la que hay que ir para desarticular a la banda.
“A fuckin’ Play Station!”, grita Boss, un agente y fuente desde hace cinco años, y suelta una carcajada del otro lado de la línea. “¿Puedes creerlo?”, me dice sobre esta hazaña: un maldito PlayStation hizo posible un histórico decomiso de fentanilo.
En más de una década cubriendo crimen organizado, he escuchado sobre cientos de operativos policiacos, desde los más sofisticados hasta los más absurdos: un capo arrestado por un antojo irresistible como un pastel de chocolate; un brazo armado desarticulado por ir a un table dance a festejar la fiesta de soltero de su líder; un militar corrupto detenido por fumar marihuana mientras conducía con 100 kilos de cocaína en la cajuela.
Pero, le confieso a Boss, jamás había escuchado una historia de policías y criminales con una consola de videojuegos como protagonista. Boss me relata el caso con entusiasmo. “Entenderás por qué es imposible que no haya narcos gringos. Es una estupidez echarle toda la culpa a los mexicanos”.
En 2017 la DEA identificó a narcos estadounidenses traficando fentanilo
Dos semanas más tarde, en julio de 2017, la DEA rodea la casa, identifica a los compradores callejeros entrando a la vivienda e irrumpe con una orden de cateo. Más tarde la agencia antidrogas presume en un comunicado la incautación como “una de las más grandes en Estados Unidos”:
“La DEA incautó más de 30 kilogramos de fentanilo y más de medio millón de dólares en efectivo de la casa de almacenamiento de la organización [...]. Los agentes identificaron a los mensajeros que cruzaban el país entregando kilogramos de droga, transportando dinero en efectivo o lavando dinero, lo que llevó a múltiples arrestos adicionales en Indianápolis, Indiana, y Baltimore, Maryland, donde la organización también operaba”.
“Esta es la parte más importante”, dice Boss, e insiste en que ponga atención. La casa cateada está en Novi, Michigan, un estado norteño que compone la región de los Grandes Lagos, en la frontera de Estados Unidos con Canadá. Y el líder de esa organización es un tipo que vive en una casona en Los Ángeles, California, usa pesada joyería de oro y conduce un Porsche Panamera. “Él es el capo. Un tipo con antecedentes penales por tráfico de drogas. Y tu impulso es pensar que si vive en California, es narco y mueve fentanilo, seguro es mexicano o latino, pero no. Se llama Maurice Montain McCoy”. Y todos los demás miembros de su organización son blancos como él.
“Ahora dime esto: si él vive en la frontera con México y su organización de drogas vendía fentanilo en la frontera con Canadá, ¿cómo es que podían cruzar el país de punta a punta cargando droga? Fácil: es porque ellos son un ‘cártel’ dentro de Estados Unidos, pero esa palabra sólo se usa para ustedes, los mexicanos. Los blancos, como Maurice o como yo, integramos ‘organizaciones’, así a secas”, dice Boss y se vuelve a reír.
Estados Unidos concibe a los ‘cárteles’ fuera de su territorio
El Departamento de Justicia de Estados Unidos define a los “cárteles de las drogas” como “organizaciones grandes y altamente sofisticadas, compuestas por múltiples organizaciones de tráfico de drogas y células con asignaciones específicas, como el transporte de drogas, la seguridad o el lavado de dinero”. Y un renglón abajo hace una acotación: “Las estructuras de mando y control de los cárteles se encuentran fuera de Estados Unidos”.
Es decir, para nuestros vecinos del norte una condición para ser considerado cártel de las drogas es ser una organización extranjera. Los estadounidenses, según, no pueden fundar o ser miembros de un cártel.
“¡Pero claro que hay cárteles gringos! Sólo que convenientemente se creó otra definición para eso”, reclama Boss, quien ha pasado de un tono divertido a molesto. “Si se trata de una organización estadounidense, se le llama organización o pandilla u OMG [Pandillas de Motociclistas Fuera de la Ley, por sus siglas en inglés]. Es una estupidez: aunque hagas exactamente el mismo delito, por ejemplo, tráfico de fentanilo, serás clasificado de manera distinta por tu color de piel”.
En el caso de Maurice Montain McCoy, su “organización” es considerada una Pandillas de Motociclistas Fuera de la Ley, agrupaciones confirmadas por motociclistas que recorren Estados Unidos y en cada parada suministran droga a dealers locales. Actualmente hay entre 300 y 900 en Estados Unidos y las más famosas son Hells Angels, Outlaws, Pagans, Sons of Silence y Bandidos, según el propio Departamento de Justicia.
Así son las poderosas Pandillas de Motociclistas Fuera de la Ley
Estos grupos se forman a finales de los años cuarenta al mismo tiempo que en México comienzan a crecer los grupos dedicados a tráficos ilegales, como el Cártel del Golfo. Desde el siglo pasado son dos caras de la misma moneda, los contrabandistas en México cruzaban sus productos del otro lado del Río Bravo y los forajidos en dos ruedas en Estados Unidos los llevaban hasta Canadá. Gracias a esa combinación, por ejemplo, se hicieron socios el capo tamaulipeco Juan Nepomuceno Guerra, El Padrino de Matamoros, y el mafioso italiano-neoyorquino Alphonse Gabriel Capone.
“Aunque las pandillas de motociclistas puedan tener su sede en un área particular, viajan libremente por el país en un formato de carreras, estos viajes se realizan en grupo y están altamente organizados y planificados, con numerosas precauciones de seguridad. La distribución de narcóticos es la mayor fuente de ingresos. Son altamente sofisticados y tienen millones de dólares para contrarrestar los esfuerzos de las fuerzas del orden y la persecución judicial”, establece el gobierno estadounidense.
Son violentos, como cualquier jefe de plaza en el norte de México. Armados hasta los dientes, como un comando de Tierra Caliente. Y con relaciones con políticos locales, como los capos de la frontera sur con Belice.
Mueven opioides sintéticos por toneladas, pelean sus territorios a balazos, matan como si fuera deporte nacional, extorsionan a pequeños empresarios y algunos de ellos, como los Outlaw Nation, tienen lazos con supremacistas blancos como la Universal Aryan Brotherhood, acusados también de abrir fosas clandestinas. Tienen logotipos como La Chapiza, ondean banderas como La Mayiza, usan drones como el Cártel Jalisco y controlan giros negros como el Cártel del Noreste.
Es cierto: no tienen “monstruos blindados” como Los Escorpiones ni “trocas buchonas” como el Cártel del Guano, pero tienen motorcycles tuneadas. Y cuando las Pandillas de Motociclistas Fuera de la Ley llegan a un pueblo a envenenarlo con fentanilo, hacen bramar sus motores.
“En el papel podrán llamarse como quieran”, aclara Boss, “pero si se mueven como cárteles, hablan como cárteles, lucen como cárteles, ¿qué son? ¡Pues cárteles! ¡Y están en Estados Unidos!”.
Los narcos gringos se apellidan Frierston, Wyatt, Adams o Jones
En 2021, mientras el mundo intenta ponerse de pie tras el galope de la pandemia de covid-19, la DEA hace una revelación importante: el fentanilo, el otro enemigo público número uno de Estados Unidos, ya no es sólo un problema de los estados fronterizos con México. Ahora, el foco rojo está en la zona de los Grandes Lagos, una de las regiones más ricas, blancas y alejadas del largo brazo de los cárteles mexicanos.
“Los mercados domésticos de heroína, fentanilo y otros opioides sintéticos ilícitos se superponen, ya que estas sustancias afectan desproporcionadamente a las regiones de los Grandes Lagos y el Noreste de los Estados Unidos”, se lee en la Evaluación Nacional de la Amenaza de las Drogas 2020.
Son líneas cortas, pero reconocen un largo problema: el masivo circulante de fentanilo en la Unión Americana sólo se explica, si se reconoce que hay capos estadounidenses intoxicando a sus propias comunidades.
Ese informe se lanza apenas tres años después del arresto de Maurice Montain McCoy y el fentanilo sigue esparciéndose por todo el país. Los narcotraficantes detenidos en los meses siguientes no se apellidan Pérez, López ni González, sino Frierston, Wyatt, Adams o Jones.
La evidencia obliga a la DEA a reconocer, tímidamente, que así como en México hay rutas de las drogas, allá hay “corredores narcóticos”. De acuerdo al Centro Nacional de Inteligencia Antidrogas, son ocho en total que se cruzan por todo el territorio del american dream y que crean miles de posibilidades para transportar fentanilo: de California a Nueva York; de California a Nueva Jersey; de Seattle a Boston; de California a Washington; de Texas a Nueva York; de Texas a Minnesota; de Florida a Maine y de Florida a Michigan.
Fentanilo dentro de una base naval en Illinois
“Para mí, el caso más dramático de qué tan arraigados están estos cárteles estadounidenses está en lo que sucedió en la base naval de Illinois, que también está en los Grandes Lagos”, insiste Boss y, de nuevo, acude a una historia.
Me pide que vayamos al 6 de noviembre de 2021, cuando cuatro jóvenes marinos compran fentanilo a un motociclista y lo introducen a escondidas al campamento naval. Según su relato, todos lo usan de manera recreativa, pero uno de ellos, recién graduado, cae al suelo muerto por una sobredosis instantánea.
Dos años más tarde, en 2023, tres de ellos se declaran culpables de homicidio culposo y destapan una realidad enterrada por años: hasta los marinos en la frontera con Canadá son víctimas de las drogas sintéticas que mueven sus propios connacionales en dos ruedas.
“Los grandes traficantes de fentanilo también son estadounidenses, algunos con apellidos anglosajones y otros con apellidos hispanos, pero estadounidenses. Esa es la realidad, no lo que dicta Hollywood”, dice Boss, quien presume de haber detenido a más de 100 narcos en su carrera como agente antidrogas.
El narco gringo, insiste, es una plaga. Y el primer paso para acabar con una plaga es prender la luz.
GSC/ATJ