Guadalupe Romero Domínguez suma 45 años de su vida como artesano alfarero. Don Lupillo, como lo nombran tanto familiares, amigos y clientes, hereda de su madre el arte de la alfarería, quien le enseñó a moldear con sus manos el barro para crear diversas piezas, entre ellas los Jardines del Edén y Árboles de la Vida, distintivos de Acatlán de Osorio y de la Mixteca poblana.
“Ella hacía diversas figuritas y luego yo ya empecé a cambiar. Hacía la Jardinera, luego seguí con los árboles, después con los tecuanes, los burros y los sapitos. Varias figuritas son las que hago”, afirma.
El artesano menciona que este oficio es un conjunto de memorias de la comunidad que se transmite de generación en generación, como es su caso, el cual da identidad y herencia a su pueblo. Expresa que aunque son piezas características de la artesanía acateca y existen varios alfareros, cada uno imprime su propio sello: “Aunque hago de todos los tamaños, vendo más las piezas pequeñas”.
Señala que a pesar de contar con una amplia experiencia en este noble oficio, demora para hacer sus creaciones ya que le gusta detallarlas. Remarca que la alfarería requiere el empleo de técnicas que implican el conocimiento de ciertas materias primas y de un gran adiestramiento:
“Hacer diez árboles (tamaño pequeño) me lleva un día y para hacer este árbol “señala el de mayor talla- día y medio”.
Afirma que a pesar de su aplicación y la calidad de sus creaciones, por la contingencia sanitaria dejó de vender como lo hacía:
“No, no, no, bajó bastante mi venta. Ya no vendo como antes. Antes vendía demasiado. Ahora ya no. Compran pero de a poquito. Que se llevan cuatro, que se llevan poco. Bajó bastante la venta”.
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A pesar de que asegura que es uno de los alfareros más buscados por los compradores, nunca ha vendido sus productos de forma directa, ya que él coloca sus artesanías con los intermediarios y con las personas que instalan sus puestos por la zona del mercado y el panteón municipal.
Asegura que sus manos han aportado creaciones nuevas, como un árbol de la vida con otros complementos; y los tecuanes, representaciones del Viejo Lucas y Viejo Moranchi, en diversas poses:
“Otros hacen árboles pero no es igual al mío. El mío, el que hago, es de la creación, donde viene la víbora, que representa al mal; Adán y Eva; y la manzana, esa es mi creación”.
Comenta que desconoce cuánto tiempo suman los alfareros de Acatlán haciendo árboles de la vida:
“(Era muy joven y ya) Venía una señora para pedírmelos y me lo trajo dibujado en un papel. Me dijo, ‘quiero que me hagas este arbolito’ y traía sus figuritas. Le dije: ‘Sí te lo hago. Lo voy a hacer’. Empecé a hacer los monitos, para mí fue fácil representar a Adán y Eva, ya vi cómo estaba el armazón y lo empecé a hacer así”.
Asevera que con el tiempo lo fue cambiando para que tuviera más figuras: “Le puse más arcos y más lleno (de complementos)”. Expresa que su creación del árbol de la vida de mayor tamaño lo da al público en 150 pesos. Además cuenta con satisfacción, que la gente aprecia sus obras y muestra de ello es que casi siempre adquieren por lo menos dos: “Hasta tres y por mucho me encargan hasta cinco, nada más”.
Sin embargo, don Lupillo enseñó a sus hijos este arte, lamenta que no les llamó la atención y lo dejaron: “No les gustó. Soy el único (que trabaja el barro)”.
Narra que Acatlán de Osorio es un municipio lleno de una tradición milenaria alfarera, la cual ha sido heredada de generación en generación, misma que forma parte importante de la actividad económica por ser generadora de empleo:
“Mi madre se llama Beatriz Domínguez Salazar y a ella le enseñaron mis abuelitos, y a ellos, a su vez, mis bisabuelitos”.
A pesar de que sus hijos abandonaron esta práctica, comenta con satisfacción que uno de sus nietos se siente atraído y de cuando en cuando lo deja jugar con el barro y le da indicaciones para moldear las figuras básicas.
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Cabe señalar que al sur del estado, aproximadamente a 160 kilómetros desde la ciudad de Puebla por la carretera federal 190, se encuentra el municipio de Acatlán de Osorio, conocida como La Perla de la Mixteca.
Un rincón de Puebla que destaca por su extensa vegetación, lo que se puede apreciar desde sus miradores, y porque cuenta con diversos patrimonios históricos como el cuadrante Reloj de Sol, erigido en 1831 en la Iglesia de San Juan Bautista por el sacerdote José Buenaventura de Castro, el cual está labrado en mármol; el Museo Regional Mixteco y la zona arqueológica denominada El Zapote.
De acuerdo con archivos históricos, el museo cuenta con un acervo histórico de 3 mil 475 piezas arqueológicas, 78 fotografías históricas, 214 documentos históricos, además de un acervo de 28 piezas de la época colonial, de las cuales muchas de ellas fueron encontradas en los sitios arqueológicos del Zapote, Chintili y de Tres Cruces.
Asimismo, cuenta con el Museo Senén Mexic, el cual se encuentra ubicado en el edificio del mercado de artesanías, olores y sabores, en el que se exhibían huesos, conchas, cuarzo, lítico, objetos y figuras de jade, así como piezas y cerámica de barro con elementos ecográficos de la época prehispánica, mismos que fueron encontrados en varios municipios y que forman parte de la historia en la Mixteca poblana.
Además de tradiciones reconocidas, se realiza una fiesta por el Día de Muertos o Todos Santos, del 31 de octubre al 2 de noviembre en el Panteón Municipal, donde los originarios de la ciudad montan “guardias” ante las tumbas de sus difuntos adornadas con flor de muerto y alumbradas con lámparas.
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