José está sentado sobre la banqueta. A un costado se encuentra una niña. Ana, nos dice el infante, quien asegura tener 12 años de edad, pero por su baja altura y talla parece de siete. Ella evidentemente es mucho menor, tal vez seis o siete años. Ambos esperan que finalice el circular de los automóviles sobre el Camino Real a Cholula y el bulevar Atlixco.
Son las ocho de la mañana y ninguno porta suéter. Tan pronto se pone la luz roja en el semáforo, se ponen de pie y recorren, sin hablar, los automotores que por ahí transitan.
Uno y otro extienden la mano en espera de la compasión de la gente, que indiferente se voltea al verlos o solo mueven la cabeza en señal de negación. Ninguno les entrega una moneda.
José asienta cuando se le cuestiona si desea comer algo. Sus ojos brillan cuando se le ofrece una fruta, pero se niega a tomar los plátanos. Voltea la cabeza para varios puntos y con la mirada parece buscar a alguien. Tras una pausa, finalmente acepta el alimento.
Omite dar las gracias y su rostro, lleno de suciedad, gira para empezar a alejarse. Le pedimos que espere un momento, le preguntamos por sus padres, su respuesta es breve, como el tiempo que permite que estemos junto a él. “Están cercas”, corta la charla.
Él es uno de los niños que vagan por las calles de Puebla y que desempeña una actividad que podría considerarse como explotación laboral.
De acuerdo con el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (Inegi), en Puebla un total de 208 mil 450 infantes de entre cinco y 17 años de edad efectúa alguna labor. De ellos, 103 mil 343 realiza un trabajo peligroso, la tercera cifra más elevada de todo el país.
Según el estudio, publicado en 2009, el estado ocupa el tercer lugar a nivel nacional en cuanto a la concentración de los trabajadores entre cinco y 17 años.
De igual forma, apunta que poco más de 24 por ciento de esos trabajadores se concentra en tres entidades: Estado de México, Jalisco y Puebla.
Asimismo, el Inegi resalta que 23.8 por ciento de los infantes entre cinco y 13 años que laboran residen en Puebla, Jalisco o Guerrero.
En fechas recientes, la titular del Sistema de Desarrollo Integral de la Familia (DIF) en la ciudad de Puebla, Mayte Rivera Vivanco, declaró que los niños que trabajan en las calles del municipio lo hacen porque lo encuentran “divertido” y como “una forma de ganar dinero”.
También señaló que ahora hay un mayor número de menores en esa situación, sin embargo, según sus dichos, esto ocurre porque durante las vacaciones los infantes aprovechan para divertirse de ese modo, mientras consiguen algunas ganancias.
La funcionaria aseguró que sólo tiene registrados a cinco menores de edad que realizan actividades remuneradas en la calle por explotación.
“Durante los últimos meses se incrementó, pero es porque en el periodo de vacaciones muchos niños lo vieron como algo divertido y una forma de ganar dinero”, aseguró.
Con ello, minimizó la problemática de tener infantes en las calles que trabajan por unas monedas y, al mismo tiempo, rechazó que se trate de una situación de necesidad. Por otro lado, aseguró que ya prestan atención a los menores que viven en las calles.
En tanto, en la rotonda de la China Poblana, donde convergen la Diagonal Defensores de la República y el bulevar 5 de Mayo es posible observar a un vasto grupo de mujeres, niños y algunos hombres que portan unos mechudos con los que ofrecen limpiar en menos de 30 segundos los automotores.
Las mujeres destacan por su atuendo, al parecer son las ropas tradicionales que usan los tzotziles: fondos negros y bordados en morado. Todas lucen unos huaraches viejos.
Ese traje en la ciudad se ha vuelto símbolo de pobreza, pues cada vez son más los grupos de mujeres que se instalan en los semáforos cargando bebés para hacer esa labor o pedir el apoyo de la ciudadanía.
Los vecinos de la zona cuentan que arriban todos acarreados por los hombres, quienes también “mendigan el pan” en los semáforos. Los que les miran cuentan que al parecer llegaron de Chiapas y migraron por la pobreza.
“Hace tiempo vi que viene una camioneta como a tres calles de aquí y todos se bajaron. No pude ver quién manejaba, porque tan pronto se bajaron arrancaron”, cuenta un vecino.
Nos acercamos a uno de los hombres y le preguntamos cómo se llama. Tras dudarlo mucho, responde que Ramiro. Indicó que viene de San Cristóbal de las Casas, luego de nuestro siguiente cuestionamiento.
Después se disculpó varias veces con frases cortas, pues es notorio que no habla bien el español, en respuesta a nuestra pregunta de ¿quién los llevó a trabajar a ese sitio y dónde viven?; mientras, nos observa nervioso y opta por alejarse. En esa zona y en otros cruceros la realidad se repite la situación.
En noviembre pasado, el Centro de Derechos Humanos “Fray Bartolomé de las Casas” informó que una comunidad de casi 2 mil personas huye por la violencia en Chiapas.
Recordó que el pasado 7 de noviembre se celebraba una asamblea comunitaria en el pueblo de Chavajeval, del municipio El Bosque, en Chiapas. Entonces se escuchó una detonación, luego varios disparos. El recuerdo de una emboscada ocurrida dos semanas antes, en la que dos hombres fueron asesinados, provocó que los asistentes huyeran buscando refugio, pero no en sus casas sino fuera de la comunidad: la población completa salió de ahí, dejando el sitio como un pueblo fantasma. Ahora ellos deambulan por nuestras calles en busca de un poco de apoyo.
MITM