En Eje 1 Norte persiste la 'vieja normalidad'; “chelerías” y ambulantes invaden vialidad

Convocados por el Buen Fin, el tramo de Eje 1 Norte es atestado de compradores, puestos ambulantes, tránsito lento y abundantes 'chelerías' sobre las banquetas.

Locales de 'chelerías' desfilan lentos en los extremos invadidos por puestos donde jóvenes consumen bebidas alcohólicas. (Humberto Ríos Navarrete)
Ciudad de México /

El Uber viene de Azcapotzalco. Endereza y se mete por callejuelas, toma atajos y sale a San Cosme, pero en lugar de cortar por Puente de Alvarado, con dirección al Centro, quiebra sobre Reforma y entra a un maraña vial, para luego torcer a la derecha sobre Eje 1 Norte, que abarca Tepito y Lagunilla, de lento avance vehicular, y entonces queda atrapado entre metales rodantes y usuarios frenéticos.

No hay escapatoria. Locales de chelerías desfilan lentos en los extremos invadidos por puestos donde jóvenes consumen bebidas alcohólicas, de preferencia cerveza en sus disímiles presentaciones, botella y vasos, y competencia de supuestas ofertas, mientras los peatones culebrean entre vehículos o sacan la vuelta a pesados camiones.

“¿Imagina usted cuántos contagiados habrá allá afuera?”. (Humberto Ríos Navarrete)

El ruido es incesante. El conductor, quien presume de amplia experiencia, cuenta la historia de que hace poco fue asaltado por tres jóvenes en este mismo lugar mientras otro grupo de niños acechaba desde la acera. Uno de los delincuentes se le plantó enfrente para obligarlo a frenar, golpeó el cofre con un destornillador y lanzó improperios. Otro le exigió abrir la puerta del lado derecho pero él se opuso. Un tercero hizo que bajara el vidrio y él lo bajó un poco, instante que aprovechó el asaltante para meter el cañón de una pistola y exigirle que entregara el saco.


El conductor obedeció y entregó su prenda. El atracador y los demás chamacos desaparecieron entre un mar de puestos, del lado izquierdo -“mire, allí”, dice- ; descendió en plena selva y los niños que observaban también corrieron entre los puestos hacia la Morelos profunda. Dice que él nada más quería sus tarjetas de crédito y su credencial de elector, pero decidió regresar al auto y partió despelucado.

Ahora mismo, a eso de las tres de la tarde, el conductor es interrumpido por un grito del pasajero, quien amaga con bajarse ahí mismo y abordar el Metro en la estación Tepito, pero el del volante corta de un tajo la tensión para preguntar si el cliente siente calor y entonces acciona el aire acondicionado. El pasajero siente algo de alivio. El chofer intenta seguir con su narración, pero el cliente vuelve a gritar.

El pasajero imagina que el taxímetro de un taxi común y corriente ya hubiese marcado 200 pesos, 105 más de lo que en un principio apareció en la tarifa del Uber, cuyo chofer ahora finge cierta calma y, mientras mira la romería a su alrededor, rompe el hielo con una observación sobre algo tan común que se olvida en momentos que pocos atisban: “¿Imagina usted cuántos contagiados habrá allá afuera?”.

Y es cuando cae en la cuenta de que hay una nueva realidad con este Buen Fin callejero, además de ser quincena y puente de asueto; entonces el pasajero, atrapado como otros en el embotellamiento, vuelve a caer en la cuenta e imagina que el taxi tendría que tener alas para salir.

Por momentos piensa en bajarse pero observa a una multitud que se atropella entre autos y se desparrama sobre banquetas. Dos policías, los únicos, aparecerán en medio del bullicio; junto a viandantes sin tapaboca y el torso descubierto, pasan jóvenes con ojos desorbitados; otros, más tranquilos, entre fumadas y sorbos, consumen micheladas y gomichelas en puestos que anuncian bebidas en letreros manuscritos.

Los pocos polis, siempre rebasados, hacen como que silban y mueven las manos entre el torbellino de esta romería prenavideña que se forma en esa tradicional zona con puestos y armazones desbordantes, donde el espacio público se privatiza. Aquí persiste la vieja normalidad. Todo está marcado.

Es lento el avance de vehículos, excepto los camiones de pasajeros que se detienen a pescar usuarios. El chofer de Uber maneja tranquilo. Ni siquiera hace esfuerzo por rebasar un milímetro. De todos modos el cobro aumentará. Los descamisados pasan rápido, con la mirada escudriñadora, como si buscaran algo que perdieron en este mar revuelto.

El conductor cuenta la historia de que hace poco fue asaltado por tres jóvenes en este mismo lugar mientras (Humberto Ríos Navarrete)

Todo se desarrolla en territorio de la alcaldía Cuauhtémoc y una parte de la Venustiano Carranza. La mayoría de las arterias adyacentes están cubiertas de marchantes y compradores desbocados. No hay atajos. No hay escapatoria. Los cheleros observan desde la comodidad de sus banquitos y mesas bajo parasoles acomodados como si estuvieran en la Costera Miguel Alemán, en Acapulco, mirando el mar… de autos. Y más chelerías.


En su estreno como entonces delegado en la Cuauhtémoc, el ahora senador Ricardo Monreal ordenó barrer con chelerías instaladas en banquetas del mercado dominical, pero pronto volvieron y ahora también se extienden sobre esta avenida, más ostensibles en esta temporada de semáforo naranja, un ejemplo donde algunos usan el cubrebocas como babero.

Por fin comienza a despejarse un poco ya rumbo a Vidal Alcocer y Anillo de Circunvalación, y atrás quedan los cruces de Argentina, Aztecas, Brasil y Argentina, entre otras, cerradas por el comercio, y un eje de dos carriles, taponados por camiones de pasajeros que hacen base.

  • Humberto Ríos Navarrete

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