Jorge baja con prisa del camión achatarrado en el que trabaja todas las mañanas. Recoge con sus propias manos y sin guantes las bolsas de basura de una de las tantas privadas que componen la estampa urbana en la larga calzada al Desierto de los Leones, al poniente de la Ciudad de México.
Son las ocho de la mañana y el frío del rocío aún no se ha ido. Sólo tiene unos minutos para charlar: cuenta que tiene 24 años, que es del Estado de México, y que tiene mucha suerte de poder trabajar en esta ruta, porque “es de las más cotizadas”: aquí, entre lo que otros han desechado, él y sus compañeros suelen encontrar electrodomésticos y ropa de marca.
Pero no todo lo que brilla es oro: Jorge no tiene contrato, ni prestaciones, ni sueldo fijo, ni seguro social, ni la confianza de que al día siguiente mantendrá su trabajo. “Aquí no hay tiempo para ponerse malo”, zanja, mientras junta una bolsa negra de residuos orgánicos con una blanca que lleva plásticos dentro. Luego las lanza hacia el interior del camión donde la separación de residuos es sólo una utopía. Confiesa que se ha enfermado de la piel, de los ojos, y de gripe. Y, antes de despedirse y persignarse para seguir su ruta, narra que en septiembre de 2020 se enfermó de Covid-19 (él cree que se contagió recogiendo bolsas de basura). Tuvo fiebre y dice que se sintió muy mal, que le costaba respirar, pero que eso no fue un impedimento para su cita diaria en la recolección de residuos. “Si faltaba, al día siguiente me quedaba sin trabajo… Me he enfermado mil veces, pero es esto o robar. Si no trabajo, no comemos”, suelta.
Por otra parte está la historia de Josefina, una trabajadora del mismo sector a quien le rajaron la cara con una navaja y la amenazaron de muerte. Su perrita ‘Elena’ la defendió valientemente aquella madrugada. La mujer llevaba todo el día recolectando plásticos en el centro histórico de la Ciudad de México para después venderlos como PET (polietileno de alta densidad), hasta que, entrada la noche, unos asaltantes la atacaron para robarle su ‘botín’. Ese tipo de residuos plásticos es un material preciado para las personas que viven en situación de marginalidad, pues lo venden por algunos pesos para después comprar drogas baratas y de alta toxicidad (solventes, pasta base, etcétera). Es como si el plástico aplastado fuera una de las tantas divisas que circulan en la nocturnidad capitalina para las personas que, como Josefina, se ganan la vida hurgando entre la basura. Ella, cuando puede, duerme afuera de la estación de Metro Juárez, porque sus noches son para recolectar plásticos como el último modus vivendi.
¿Y quién separa la basura?
En todo el país hay más de mil 600 vertederos a cielo abierto, es decir, sitios oficiales donde la basura no está separada, ni tiene capacidad de reciclaje, y donde se generan todas las condiciones para ser focos contaminantes y de lixiviados (líquidos y lodos producidos por la descomposición de la basura, con un altísimo grado de toxicidad, que se filtran hacia el subsuelo y los mantos acuíferos), que representan, de acuerdo con el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (Inegi), el 87 por ciento de todos los destinos finales de residuos.
Por otra parte, de acuerdo con la Secretaría del Medio Ambiente y Recursos Naturales (Semarnat), sólo el 5 por ciento de los residuos se recolectan separados. Además, el 83.7 por ciento del total de esos destinos finales no cuentan con infraestructura para la captación de lixiviados (y el 85.2 por ciento carecen de una geomembrana para evitar la filtración de lixiviados).
Prácticamente la mitad de los basureros no cuentan con la mínima infraestructura para que sus actividades no repercutan en el medio ambiente. Pero peor aún es que el 88.2 por ciento de ellos no realice monitoreo alguno de seguridad e higiene. Y, por si fuera poco, hoy en día todavía hay 173 municipios (de los 2 mil 471 que existen en todo el país) que no tienen ningún tipo de servicio de recolección de residuos. En pocas palabras, el país está siendo devorado por la basura.
Igual que Josefina y Jorge, están Isidro y Ana. Ellos también se ganan la vida entre bolsas de basura. Él dice que trabaja para la alcaldía, que tiene un sueldo. Lleva un uniforme muy sucio que apenas deja ver algún tipo de escudo o sello gubernamental. Responde tímido, evasivo. Ella viste de civil, y confiesa que sólo ayuda a su amigo. Él barre con una escoba de ramas secas, y ella recoge hojas secas con un cartón y un limpiaparabrisas. Ella es más tímida aún y las respuestas a preguntas sencillas (como “¿trabaja usted en la recolección de residuos?, ¿es usted empleada de la alcaldía?”) las da con la mirada. Sobre reciclaje y separación de restos orgánicos e inorgánicos no tienen información, y sólo Isidro responde que esa labor “la hacen los muchachos en el camión”. Pero en las calles aledañas no aparece camión alguno.
“La basura no vale, pero los residuos sí que valen mucho”
Alejandra Ramos Jaime ha recorrido más de la mitad de los estados del país en busca de incontables basurales a cielo abierto para contarlo en su documental ‘Mentiras verdes’. La experta en residuos sólidos cuenta a MILENIO que una de las escenas más dramáticas que ha experimentado fue cuando se dio cuenta de que el muladar que llevaba buscando durante kilómetros (sobre la carretera a Cobá, en la península de Yucatán) estaba exactamente bajo sus pies. Es decir, las montañas de basura no separada, ni gestionada, ni dispuesta para el reciclaje, ya se encontraban bajo la selva que dibujaba, aparentemente, una estampa salvaje.
“No encontrábamos aquel vertedero, pues la selva, literalmente, se lo había comido”, revela. En ese momento fue que comprendió que México lleva, por lo menos, 120 años de atraso en esta materia respecto a Europa: según lo cuenta la experta, en 1900, tanto en México como en Europa, primaban los vertederos a cielo abierto, sin embargo, para 1970, en el Viejo Continente ya predominaban los rellenos sanitarios. Hoy, la lucha contra el cambio climático, la sostenibilidad, la circularidad, y las políticas públicas para fomentar el reciclaje son parte indiscutible de las agendas políticas en países como España, Noruega, Dinamarca o Alemania. En México, recordemos, sólo el 13 por ciento de los destinos finales de la basura son rellenos sanitarios (y no todos cumplen con las normas sanitarias).
Después, la divulgadora y ambientalista aborda el tema del (mal)funcionamiento en el empleo en la recogida. “La basura no vale nada, pero los residuos sí que valen mucho”, afirma. Lo dice así para confirmar que de los basurales vive mucha gente. “Pero no es como en Europa, donde un empleado de ese sector trabaja para el gobierno. Ellos tienen prestaciones, un contrato, seguridad social, y su trabajo lo hacen con todas las garantías de seguridad e higiene”, suelta.
La otra cara de la moneda. Al respecto, MILENIO charla con ‘Toledo’ (pseudónimo), un conductor de camión de basura de la ciudad de Madrid, España. “Es difícil conseguir un trabajo así, es cierto que ahora mismo hay precariedad laboral, pero ahora que tengo un contrato de tiempo indefinido y estoy mucho más tranquilo”, dice. Él tiene 54 años, gana 3 mil euros al mes (el equivalente a poco más de 60 mil pesos), tiene un horario fijo, vacaciones pagadas, y quiere jubilarse con ese puesto de trabajo. “Hay chicos que prefieren trabajar en esto en vez de ir a la universidad, porque saben que para tener un salario de 3 mil euros quizá tengan que romperse el lomo durante 10 años o más”. Toledo cambió de coche hace un año, ahora tiene un Audi. También compró una moto. Echa la siesta todos los días y nunca mira el bolsillo al momento de elegir un restaurante.
De vuelta a México. Jorge, el recolector de basura en la capital, no quiso contar cómo fue que consiguió ese trabajo (por la tarde tiene otros dos). Muchos como él sólo dicen que son voluntarios, o simplemente se refieren a ello como lo que es, un trabajo, pero no dan más detalles, salvo que obtiene ganancias mensuales que merodean los 4 mil pesos.
Ante eso, Alejandra Ramos Jaime asegura que esos puestos y esas rutas son altamente demandadas y peleadas, porque dependiendo de la zona, los productos que se encuentran en la basura son mejores o peores. “En las zonas más deprimidas de la capital, los residuos suelen ser orgánicos y más contaminantes. Pero en zonas como Santa Fe, por ejemplo, hay más ropa de calidad o electrodomésticos. Y por eso la gente se pelea por la ruta de trabajo”, dice, y luego menciona a Cuauhtémoc Gutiérrez de la Torre, también conocido como “El Rey de la Basura”. “Jorge y Josefina son la base de la pirámide de la mafia que controla el negocio de la basura en México. Y hasta arriba hay gente como ‘El Rey de la Basura’, y ve tú a saber quién más. Ellos controlan no sólo las rutas sino la gestión de los residuos y todo el millonario negocio. Operan, tal cual, como una mafia ”, opina.
–¿Qué es lo más grave que has visto, en tus recorridos por vertederos a cielo abierto, Alejandra?
–Mira. Te podría decir que lo que me han contado varios pepenadores, por ejemplo, que han encontrado cadáveres de bebés en los basureros. Pero hay algo más grave. Lo peor que he visto es que el problema de la contaminación está mucho más cerca de lo que tú crees. ¿De verdad crees que toda la toxicidad de los lixiviados que contaminan los suelos y los mantos acuíferos no ha llegado a la piña o al maíz que te estás comiendo, o al agua que bebiste?
Un par de días antes de la charla con Alejandra Ramos, el reportero que escribe estas líneas, visitó el muladar a cielo abierto de Capulhuac, Estado de México. Su nombre oficial es el de Basurero Municipal, pero lo cierto es que se trata de un terreno rural, cercado por incontables riachuelos fétidos de aguas negras y por maizales. La distancia entre una de las milpas recién cosechadas y el vertedero con formas indistinguibles de residuos orgánicos e inorgánicos entremezclados era inexistente. ¿El olor? Insoportable. ¿La seguridad sanitaria? Ninguna.
En la página del Gobierno de México hay un folleto informativo sobre la gestión de residuos y la importancia de la separación de la basura. Es didáctico y explicativo. También aporta datos de interés general como que en el país se generan, cada año, 42 millones de toneladas de basura, es decir, el equivalente a 175 veces la pirámide del Sol (Teotihuacán) o 231 veces el Estadio Azteca. “Como todo en México, en el papel está muy bien. Existen multas si tiras basura en un terreno público, por ejemplo. Hay empresas dedicadas a la gestión de residuos. Pero la realidad siempre es otra. Ojalá que el gobierno fuese consciente de la enorme oportunidad que significa el aprovechamiento de esos residuos, tanto para reducir el impacto medioambiental como para generar empleo. Es una pena que esa oportunidad sólo sea aprovechada por la informalidad”, agrega Alejandra Ramos.
La entrevista con la divulgadora se realizó en Santa Fe, una de las zonas más ostentosas de la Ciudad de México. Ahí, hasta hace unas cuantas décadas, sólo había cerros de basura y muladares. Ahora el espacio está ocupado por enormes edificios modernos.
ledz