La población en la ciudad de León en años pasados llegó a sufrir varias epidemias que con su paso perjudicó considerablemente a los habitantes; así, con gran rapidez hombres, mujeres, niños y ancianos morían en las calles, plazas y casas, mismos que eran enterrados en fosas comunes.
Cólera
En el año de 1833, el cólera morbus llegó a la ciudad, y su rápida expansión hizo imposible que se administraran los últimos sacramentos a las víctimas que siendo tantas, se tuvieron que abrir largos fosos en donde los cuerpos eran enterrados uno sobre otro, separados solo por una ligera capa de tierra.
Para esas fechas don Francisco Urteaga, quien fuera alcalde de la ciudad, recientemente habría inaugurado el panteón de San Nicolás en los terrenos de la hacienda del mismo nombre que el habría donado, el cual se encontraba justo en frente de lo que es el actual cementerio Municipal de San Nicolás; y tras ser víctima de dicha peste, fue este mismo la primer víctima del cólera en ser enterrado en el lugar.
Sarampión y viruela
En los años subsecuentes, las muertes avecinarían de nuevo en la localidad, pues para el año de 1836, la llegada del sarampión cobró la vida de 153 personas, y justo al año siguiente la viruela llegaba también a tierras leonesas, situación que las autoridades contrarrestaron con la oportuna llegada de la vacuna, siendo administrada entre los ciudadanos.
Pero en abril de 1839, las noticias sobre un nuevo brote de viruela en Oaxaca que causó devastaciones en la zona, alertó a las autoridades en la ciudad, por lo que se ordenó la vacuna desde la capital siendo administrada con premura, siendo aplicada en 16 mil de los cerca de 75 mil habitantes y pese a ello, para el mes de junio se habían registrado más de 4 mil infectados y para el mes de octubre se reportaba la muerte de 809 menores de edad.
Un nuevo brote de cólera
Corría ya el año de 1850, y un nuevo brote de cólera arribo a León, que peor que la anterior, sorprendió a todos los habitantes, aún más cuando esta solo cesó de repente… aseguraban entonces que se habría debido que para agosto de ese año, el párroco don José Ignacio de Aguado, quien era conocido como ‘El padre aguadito’, hizo un voto para solemnizar año con año los tres días siguientes a la Asunción de María, cantando públicamente las Letanías Lauretanas
Valle de Señora