Un buen número de ciudades en el mundo viven bajo una gran paradoja: inundaciones y escasez de agua potable al mismo tiempo. El exceso de lluvias y la falta de agua para consumo han puesto en riesgo la supervivencia de millones de ciudadanos y representan en la actualidad un desafío para el desarrollo urbano.
La relación del agua con la ciudad, su provisión y saneamiento, es una cuestión que la arquitecta mexicana Loreta Castro Reguera (1979) ha abordado con éxito en sus proyectos, los cuales demuestran que en el espacio público está, en gran medida, la solución a la crisis actual de agua.
Especialista en diseño urbano, Castro está convencida de que se puede lograr una gestión hídrica sustentable a través de diferentes estrategias y conceptos, uno de ellos es el de “Ciudad Esponja”, que se aplica ya en varias ciudades del mundo y que consiste en que la ciudad funcione sea capaz de contener, almacenar y potabilizar el agua residual.
El espacio público cuenta con el potencial para el desarrollo de estas acciones, asegura la cofundadora del despacho arquitectónico Taller Capital, por lo cual es necesario verlo no solo como un recurso estético de las ciudades sino como parte esencial de su funcionamiento.
¿Cuál es la estrategia para solucionar la problemática de ciudades que se inundan y al mismo tiempo sufren escasez de agua potable?
Hay que pensar el espacio público como un captador de lluvia y como un gran contenedor de agua. Existen varios ejemplos que aunque al principio pudieran parecer muy alejados de nuestras ciudades, han funcionado. Son ciudades que han implementado un sistema de captación de agua pluvial, reciclaje de agua sucia y utilización de humedales. Se trata de manejar el agua a través de intervenciones puntuales, no en escala macro, sino pensando en el concepto de Ciudad Esponja.
En China, el profesor Kongjian Yu ha creado un plan de activación a nivel nacional para captar agua pluvial, purificarla y filtrar a los acuíferos. Los proyectos que, poco a poco, ha ido desarrollando han permitido mitigar los desbordamientos de ríos al convertir las riberas en terrazas escalonadas, de esa manera cuando el agua sube, las terrazas la contienen evitando las inundaciones.
Otro ejemplo está en Suecia, en un barrio de vivienda colectiva que tiene parques captadores y tratadores de agua pluvial en el centro de la comunidad. En ese espacio público están conectados diferentes sistemas de humedales que van limpiando el agua hasta llevarla al mar.
Es algo que ya también se hace en Porto Alegre, Brasil, donde los espacios públicos se utilizan para retener el agua durante las tormentas y cuando estas terminan solo se queda el agua que se necesita, la que no se ocupa se va dejando ir de una manera controlada, no con la fuerza que tiene un chaparrón.
¿Es aplicable en México el modelo de “Ciudad Esponja”?
Totalmente. Debemos intentarlo.
¿Cómo lograr una gestión hídrica sustentable en las ciudades?
En mi equipo creemos fielmente en un concepto de espacio público más allá de la idea de esparcimiento, que es fundamental, pero que abarca muchas otras bondades, una de esas es crear una cultura del agua.
¿Cuántas personas de Ciudad de México son conscientes de que vivimos arriba de un lecho lacustre y por eso se inunda? A lo mejor todo el mundo sabe que la ciudad era un lago, pero no saben que cuando llueve el agua no se drena tan fácilmente como si viviéramos en una tierra árida. El agua no se va sola, se queda porque el suelo es de barro y arcilla compactados.
En Ciudad de México no somos conscientes de eso, por eso tenemos que integrar la imagen del agua en la ciudad, no a través de fuentes ornamentales, sino a través de infraestructuras que pueden ser estéticamente muy atractivas pero cuya función sea hacernos entender que el agua tiene un ciclo. Infraestructuras que en época de lluvia sean una pileta llena de agua y en época seca funcione como una cancha de futbol.
El problema es que mientras que el agua de lluvia se tira, la potable tiene que extraerse desde muchos metros de profundidad. Captar el agua pluvial es una gran solución para este problema, porque después de la primera lluvia, con un buen filtro, el agua es cien por ciento potable.
Si tomamos agua de lluvia la mitad del año, la otra mitad se puede extraer del sistema Cutzamala. La clave es que haya una priorización. A lo mejor, no todo el mundo puede poner un sistema de captación de agua de lluvia en su casa, pero sí se puede construir un parque con una gran cisterna debajo que capte la lluvia y desde ahí distribuya agua a las casas que están alrededor. No va a ser todo el año, pero por lo menos algunos meses se podría aprovechar el agua de lluvia.
Otra estrategia es hacer terrazas filtrantes sin vegetación en las laderas (el mejor lugar para infiltrar el agua) para que absorban el agua pluvial. Son estrategias fáciles de replicar en distintos lugares y con distintas estéticas que, de alguna manera, generan una cultura del agua en los ciudadanos. La captación de agua de lluvia es algo factible.
¿Qué hace falta para implementar estas estrategias?
Lo más importante es que haya voluntad política y social. Hay que convencer al gobierno y a la comunidad, esta segunda parte es más afortunada en zonas que carecen de servicios de agua y drenaje, porque cuando hay esa condición, cualquier propuesta que ayude a mitigarla es bienvenida por la comunidad.
Por otro lado, tiene que existir voluntad política porque son proyectos que funcionan a escala intermedia entre la gran infraestructura y microsistemas como los de captación de agua. Si hay esa intención política tanto de los gobiernos como de quienes están a cargo de los sistemas que manejan el agua, se pueden implementar proyectos benéficos a escala barrial.
Un ejemplo es el parque El Represo, en Sonora, que se hizo en una zona periférica de Nogales, con alrededor de 10 mil habitantes en malas condiciones de habitabilidad. En ese lugar había un represo que ayudaba a contener el escurrimiento de agua pluvial de las montañas, pero cuando dejaron de darle mantenimiento, en lugar de convertirse en una laguna increíble en una zona donde no hay agua, se volvió —como casi todos los cuerpos de agua de este país— un basurero donde la gente tiraba hasta llantas y sillones.
El proyecto consistió en cambiar el giro del cuerpo de agua y transformarlo en un centro de cohesión de la comunidad. Reconstruimos el bordo del represo, hicimos un dragado para darle mayor capacidad y construimos andadores peatonales perimetrales. Las zonas deportivas y de juegos infantiles adquirieron una doble función: recreación en época de sequía y plataformas inundables en época de lluvias. Se conectaron los drenajes de las casas que antes se echaban al represo y se mandaron a un drenaje municipal. El parque ahora es un símbolo de identidad.
Las intervenciones en el espacio público tienen que ser, necesariamente, infraestructuras de agua y también de luz. No pueden ser monotemáticas, deben tejer contextos de manera vertical, porque no se trata solo de hacer un parque bonito —en todo el país hay parques que no funcionan porque su mantenimiento es muy costoso—, pero si un `bonito parque` además limpia el agua residual y tiene espacios para generar electricidad, es una infraestructura con mayores beneficios para la comunidad: proveedor de agua, luz o internet. Esos parques se convierten en pequeños generadores de ecosistemas urbanos.
¿Cómo modificar la gestión actual del agua en las ciudades mexicanas?
En el espacio público existen todas las posibilidades para realizar un manejo distinto el agua, si lo entendemos como una infraestructura. Junto con el economista y sociólogo Manuel Perló, especialista en temas del agua en ciudades, desarrollamos una estrategia que nos parece fundamental y que se puede poner en marcha de manera bastante fácil: se trata de desconcentrar los servicios de agua. La mayor parte de las ciudades cuentan con un sistema centralizado de manejo y saneamiento de agua, tienen una gran red de agua potable y drenaje, pero en algunas zonas es muy costoso conectarse a esa red. Se deben encontrar estrategias para que cada barrio pueda tener sus sistemas particulares de saneamiento y provisión de agua potable, no necesariamente vinculados al gran sistema. Es algo que el doctor Perló y mi equipo ya hemos probado en Ciudad de México, en el parque hídrico La Quebradora, en Iztapalapa.
En Taller Capital, con mi socio José Pablo Ambrosí, hemos realizado proyectos de este tipo en zonas desprovistas de servicios o donde se requiere el manejo de escurrimientos excesivos de agua pluvial, como en Ecatepec o en Tijuana.
¿Crees que actualmente existe la disposición de autoridades para continuar con este tipo de proyectos?
Todavía hay cierta reticencia, pero sí hay mucha más voluntad que hace diez años. En el primer proyecto que hicimos, La Quebradora, nos enfrentamos a muchísimos obstáculos para romper paradigmas. Actualmente, ese parque está terminado y funcionando bien.
A partir de ese proyecto se abrieron los ojos de muchas personas. Hemos hecho otros tres de ese tipo que han dado resultados, gracias al apoyo del gobierno, de la comunidad y de los especialistas. Es cuestión de aceptar que hay nuevas maneras de hacer las cosas.
En este momento histórico hay una ventana de oportunidad para empezar a recalibrar. No es ir contra lo que ya existe —en nuestro país hay toda una especialidad en ingeniería hidráulica muy sofisticada—, sino de entender cómo puede funcionar el sistema hidráulico actual junto con otros sistemas, no necesariamente iguales, que tienen otras virtudes y otras capacidades y que van a quitarle presión a ese gran sistema.
¿Cómo deben ser las ciudades del futuro?
Estoy convencida de que hay un futuro muy promisorio en la transformación del espacio público. No debemos entenderlo solo como un espacio de esparcimiento y deporte, es un vinculador de distintos conceptos: ambiental, urbano, social, económico y político. En la medida en que veamos el espacio público como una infraestructura hay futuro para la ciudad.
En Taller Capital, José Pablo Ambrosí y yo hemos denominado a este concepto “infraestructuras retroactivas”, si estas se implementan, tenemos muchas posibilidades de volver a tejer la ciudad, de que esas zonas informales, desintegradas, empiecen a contar con servicios factibles y que el sueño no sea nada más ponerles a los ciudadanos una tubería para que tengan agua dos veces por semana.
La visión de las ciudades tiene que ir en el sentido de retejer esas partes rotas y desvinculadas. Las acciones tienen que ligar los diferentes contextos, tienen que hacerse acupunturas urbanas y trabajar sobre esas zonas desvinculadas. Es necesario lograr esa dualidad entre sistemas centralizados y descentralizados. Así, la ciudad funcionaría mucho mejor.
ledz