En donde los pinos se elevan a más de 30 metros de altura y el Iztaccíhuatl es el guardián del bosque, en uno de los últimos rincones de Puebla, ahí se erige el ejido de San Juan Cuauhtémoc, donde sus habitantes se han unido para convertirse en un bastión contra la contaminación.
Sus poco más de 5 mil habitantes son ajenos a la vida urbana, pero son conscientes del daño que la zona metropolitana de Puebla y Tlaxcala ha afectado a su mayor tesoro, el río Atoyac, donde el agua no solo es limpia, sino que se puede beber.
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A 70 kilómetros de la capital, San Juan Cuauhtémoc es una de las localidades que integran el municipio de Tlahuapan, famoso en el verano por alojar el Santuario de las Luciérnagas en la colindancia con el Estado de México y Tlaxcala.
Al mismo tiempo, en el paraje Salto del Agua, una serie de manantiales preservados por la comunidad han permitido que hasta nuestros días un pedacito del Atoyac no solo sea limpio, sino que mantenga la calidad suficiente para llevar agua potable a las primeras comunidades que se extienden en la ribera del río.
“Son 40 kilómetros en los que lo mantenemos limpio, siempre activa el agua. A nuestra gente le inculcamos que siempre mantenga la naturaleza (...) de aquí sale y se le van sumando todos los demás arroyitos de los demás pueblitos”, contó para Multimedios Puebla don Ascensión Wences de Jesús, de 72 años de edad.
Ascensión Wences es presidente del Comisariado de Vigilancia de San Juan Cuauhtémoc y, al igual que sus vecinos, todos los días dedica cuerpo y alma para preservar el nacimiento del río Atoyac, que también es hogar de las luciérnagas en temporada de lluvias, formando un espectáculo inimaginable.
“A la ciudad le ofrecemos que tengan un oxígeno bueno, que tengan una corriente de agua sana, si allá abajo no la cuidan ya es otra cosa. Al gobierno lo único que le podemos decir es que nos apoye”, comentó.
Don Ascensión se sinceró con esta casa editorial y reconoció que dependencias como la Comisión Nacional Forestal (Conafor) y la Procuraduría Federal de Protección al Ambiente (Profepa) sí les envían recursos por la labor que realizan; sin embargo, consideró que el gobierno de Puebla debería hacer más por ellos, pues han llegado a plantar hasta 200 mil árboles en un año.
“Nosotros como ejidatarios queremos que nuestro pueblo crezca, que nuestra gente no sufra de agua y con las plagas forestales, mucho arbolado se perdió, lo tuvimos que quemar para no contaminar más. Pedimos que el gobierno nos apoye como nosotros con el agua que sale desde acá para allá, a la ciudad no le podemos cobrar, pero el gobierno sí nos puede apoyar con más cosas”, pidió.
En la actualidad, el ejido de San Juan Cuauhtémoc rebasa las 2 mil hectáreas, las cuales son aprovechadas de manera sustentable para diversas actividades económicas como la producción y venta de trucha, la elaboración de jabones y desinfectantes naturales, así como la venta de pinos en temporada navideña.
No obstante, también están impulsando un centro ecoturístico donde las personas tienen la oportunidad de conocer el nacimiento del río Atoyac, hacer senderismo al pie del Iztaccíhuatl, comerse una trucha, rentar una cabaña y hasta acampar.
“Queremos que la gente de la ciudad venga, que cargue sus pulmones de oxígeno, que nos deje aunque sea para un refresco, pero tenemos este servicio sanamente. Que sepan que les ofrecemos algo bueno y sano, nuestra agua no está contaminada. Se ve en las truchas y en los jaboncitos que vendemos para las enfermedades”, destacó.
Fue en 1926 cuando el gobierno federal brindó 250 hectáreas a San Juan Cuauhtémoc para el aprovechamiento forestal, pero casi 100 años después la comunidad no sólo ha crecido, sino que tuvo la capacidad para organizarse y fundar una embotelladora con el agua del Atoyac, actualmente, suspendida por la sequía reciente.
Sin embargo, don Ascensión recordó que el trabajo de su comunidad ha permitido que el río Atoyac aún siga vivo, llevando agua limpia para el aprovechamiento humano y que, por desgracia, a partir de San Martín Texmelucan comienza a teñirse de negro por la contaminación de las industrias, algo a lo que están acostumbrados los que viven en la zona metropolitana de Puebla y Tlaxcala.
CHM