La escena era inédita: desde la terraza de una torre de departamentos se escucha en la oscuridad la voz de una vecina recitando como sirena mediante una ópera, y al terminar sus vecinos la ovacionan con “¡bravos!” y aplausos desde sus balcones en el municipio de San Pedro Garza García.
Los anaqueles y refrigeradores de cerveza de las cadenas comerciales y tiendas de conveniencia son vaciados ante las compras de pánico, luego de circular versiones de un paro en la producción y distribución que después se concretó. Una postal inusual de megafilas afuera de cientos de Oxxo y Super 7.
Los habitantes del área metropolitana de Monterrey realizan caravanas de vehículos para celebrar cumpleaños o el baby shower, entre otras festividades efímeras, para tomarse la foto y dejar el regalo, supliendo el ritual de la fiesta en los salones de eventos, muchos de ellos borrados del mapa por la pandemia del covid-19.
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Las clases, escuchar la misa, tramitar el pasaporte, darse de alta en Hacienda, las ruedas de prensa, los trámites, las compras, la despensa y comida exprés, todo se trasladó a internet.
Estas escenas nunca antes vistas son experimentadas hasta hoy, aunque con intensidades diferentes, por la ciudadanía, que cumple 500 días en un Nuevo León con tapabocas y con tanque de oxígeno incluido.
El corazón y el pulso de más de 11 mil 200 nuevoleoneses se desvanecieron y dejaron de latir, sin embargo, han estrujado la vida y las almas de muchos más de los 192 mil infectados.
Hacer fila para comprar víveres, vacunarse, aplicarse una prueba contra el coronavirus en algún drive-thru, tramitar el pasaporte, muchas cosas cotidianas, es la postal de cada día.
En lo que representa una tercera ola, igual de amenazante que las primeras dos, aunque muy espaciosa y que se esperaba desde hace meses, el covid-19 cumple un año y cuatro meses, 500 días de estar enfermando, comprimiendo el alma y matando a los nuevoleoneses, en un escenario con poco más de 2.5 millones de dosis aplicadas, unos con una vacuna y otros con el esquema completo; muchos más con ninguna.
Están los que siguen en un confinamiento, con termómetro y gel en mano, y una dosis de tristeza. Están los que decidieron regresar a la vida con una nueva normalidad, seguir trabajando e incluso ir al bar o a la boda o vacacionar, con el riesgo de infectarse.
El tsunami contagioso se da aún sin que los alumnos de escuelas y universidades públicas hayan podido darle vida a las aulas con clases presenciales, y exclusivamente en casos especiales, las privadas.
Hay otros aún confinados, molidos mentalmente, trabajando desde casa, hipnotizados en la madrugada por el streaming; estudiando en ella, tomando la misa en la sala-comedor, yendo al autocinema o al circo sin salir del auto y que dejaron el shopping para el otro año.