Opinión. La estrategia comercial del actual presidente busca construir una alianza democrática entre ambientalistas y sindicatos en torno a la transición energética, algo que Europa debe apoyar y emular
Hay distintos tipos de estadunidenses. Y hay diferentes tipos de estrategias arancelarias. Ese es el mensaje clave que debemos tomar de los nuevos aranceles de importación del presidente Joe Biden sobre diversos productos chinos. Mientras algunos los consideran como una prueba de que esta Casa Blanca quiere desglobalizar tan rápido como lo quería hacer la administración de Donald Trump, nada puede estar más lejos de la realidad.
Trump utilizó los aranceles como una herramienta contundente en una estrategia única para reducir el déficit comercial de Estados Unidos con China, pero para Biden son parte de un plan mucho más amplio. Su objetivo no solo es hacer frente al mercantilismo chino, a las consecuencias económicas y políticas mundiales que se derivan de eso y al fracaso del sistema comercial actual para abordarlo, sino también ampliar la capacidad en áreas clave como los semiconductores y las tecnologías limpias.
Es una estrategia comercial que también pretende construir una verdadera alianza democrática, entre ambientalistas y sindicatos, entre estados azules (demócratas) y rojos (republicanos) y, en última instancia, con aliados en el extranjero, en torno a la transición a la energía limpia. Todo esto es algo que Europa y otras democracias liberales no solo deben apoyar, sino emular.
Comprender esto requiere salir de los habituales silos tecnocráticos que dictan el debate en Bruselas. También requiere abandonar las obsoletas matemáticas de mercado que todavía caracterizan a la mayoría de los análisis económicos.
Por ejemplo, ¿qué sentido tiene tratar de calcular los costos económicos potenciales de los aranceles basándose en modelos con supuestos de un campo de juego global nivelado, cuando ningún país, y menos uno rico con estándares ambientales y laborales decentes, puede competir en precios con China en ninguna área de producción?
¿Por qué argumentar que el mundo debe aceptar las enormes cantidades de tecnologías limpias que nos arroja como solución al calentamiento global, cuando ni siquiera se toma en cuenta el verdadero costo de carbono de producir ese tipo de bienes con energía que proviene del carbón, así como las emisiones que implica su transporte? Estas son la segunda fuente más grande de emisiones globales después de China.
Luego está el elefante en la habitación: el hecho de que China apoyó con su peso autocrático a algunos de los regímenes más represivos del mundo, desde Rusia hasta Irán. Estos regímenes son enemigos de todas las personas de mentalidad liberal. Ante esto, ¿queremos contar con Pekín para los bienes esenciales? E incluso si el Partido Comunista Chino no hubiera tomado este camino, ¿la pandemia, la guerra en Ucrania, la amenaza de conflicto en torno a Taiwán, los bloqueos de transporte marítimo en el mar Rojo y una serie de desastres naturales que provocaron caos en la cadena de suministro en los últimos años no nos han demostrado que no es una buena idea que el mundo mantenga todos los huevos que produce en una sola canasta?
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De hecho, depender de una sola fuente de suministro de energía limpia hace que se “corra el riesgo de replicar los problemas de la era de los combustibles fósiles”, en la que el mundo ha dependido de un puñado de estados autocráticos, dice Todd Tucker, jefe de política industrial y comercio de la Instituto Roosevelt, un grupo de reflexión alineado con la Casa Blanca. “Eso no es bueno para la estabilidad de los precios de la energía, la economía o el clima”. Es un punto crucial, la participación de mercado china de celdas de batería, alrededor de 60 por ciento, es casi igual a la participación de producción actual de los 13 países de la OPEP.
Estos solo son algunos de los absurdos de “el mercado es el que sabe” que esta Casa Blanca está tratando, con toda razón, de rectificar. Lo hace en parte mediante el uso de aranceles que crean espacio para una producción nacional de bienes cruciales, con una remuneración justa y respetuosa con el medio ambiente, algo que puede suceder de otra manera.
Pero a diferencia de Trump, Biden no se limitará a los aranceles. A esta Casa Blanca tampoco le interesa actuar sola. El presidente tiene dos grupos de interés favoritos: los trabajadores estadunidenses y los aliados de EU. Su estrategia comercial apunta en última instancia a beneficiar a ambos.
Si bien Trump quiere deshacerse de la producción de vehículos eléctricos, la administración Biden trata de mantener intactos a los trabajadores nacionales y a las industrias (muchas de ellas en estados rojos) durante la transición, asegurando que Estados Unidos pueda seguir haciendo su parte para combatir el calentamiento global. Ya hemos visto tanto en EU como en Europa lo que sucede cuando no se apoya a los trabajadores durante una transición económica importante: se consigue que los populistas de derecha lleguen al poder.
Los recientes discursos y entrevistas del presidente francés Emmanuel Macron, así como las declaraciones de otros europeos, incluidos los ex primeros ministros italianos Enrico Letta y Mario Draghi, me hacen sentir optimista en cuanto a que Europa estará lista para tener una conversación real sobre los estándares compartidos en materia laboral y ambiental, así como una estrategía común ante los desequilibrios comerciales globales.
Como dijo Macron, históricamente Europa se hizo de la vista gorda ante estos problemas porque “veía a China como un buen mercado de exportación…en especial para la industria automotriz alemana”. Ahora, el exceso de capacidad china y los fracasos de la OMC hicieron que cambiara la ecuación de una manera que se requiere de un nuevo enfoque radical hacia el comercio. Y a diferencia de quienes quisieran equiparar las economías y los enfoques políticos de EU y China, Macron señala que “nosotros (Europa) no estamos equidistantes (entre los dos). Somos aliados de los estadounidenses”.
Tengo la esperanza de que, si Joe Biden es reelegido para la presidencia de Estados Unidos, por fin vamos a ver a Europa abrazar la idea que propuso esta administración: el mundo ha cambiado y el comercio también debe cambiar. Decir eso no es proteccionismo. Es realista.