A mediados de 2012, la figura de Marcelo Ebrard estaba cruzada por una doble luz. Un haz iluminaba al hombre que a pesar de haber ganado por poco margen una encuesta para elegir al candidato del Partido de la Revolución Democrática a la Presidencia, cedió su lugar a Andrés Manuel López Obrador.
Los seguidores de Ebrard estaban decepcionados. ¿Por qué pactar con AMLO si el jefe de Gobierno de la Ciudad de México ya tenía suficiente fuerza propia?
El otro haz de luz iluminaba a uno de los políticos más exitosos del oscuro sexenio de Felipe Calderón. Ebrard se había desempeñado brillantemente en la ciudad y la había convertido en el bastión de una izquierda que promovía los derechos de las mujeres y de la comunidad LGBT+, además de hacer una intervención importante en el espacio público, particularmente en el centro, promover el transporte en bicicleta, el uso peatonal de Reforma los domingos, extender la red del Metrobús y ampliar por primera vez en muchos años una línea del Metro.
Ebrard había sido nombrado el mejor alcalde del mundo, un reconocimiento que otorgó la Fundación City Mayors, por defender los derechos de la mujer, de las minorías y promover asuntos de materia ambiental.
La popularidad de Ebrard era de tal magnitud que en la ciudad de México el PRD arrasó llevando al ex procurador Miguel Ángel Mancera a la Jefatura del Gobierno por más del 70 por ciento de los votos. En los corredores del poder los expertos se preguntaban si Mancera sería un títere y Ebrard seguiría moviendo los hilos de la ciudad.
También se perfilaba como el político de oposición más importante del país. En los primeros meses del gobierno de Peña se opuso enfáticamente al Pacto por México, mientras las encuestas prematuramente lo colocaban como el mejor posicionado para ocupar la Presidencia en las elecciones de 2018. Por aquella época, Ebrard estaba empeñado en arreglar los problemas internos del PRD y crear un frente para las izquierdas, al estilo del Frente Amplio Uruguayo, una coalición que abarca desde las corrientes más radicales hasta los grupos de centro y que habían llevado a José Mujica a la presidencia. Ebrard se perfilaba para dirigir el PRD y desde allí dar el salto a la carrera presidencial.
Pero su destino cambió de rumbo. Miguel Ángel Mancera no se iba a dejar ensombrecer por su figura. Él tenía su propio proyecto político. En marzo de 2014, Joel Ortega, el director general Sistema de Transporte Colectivo Metro, anunció la suspensión del servicio en el tramo elevado de la Línea 12, hasta que no se anunciaran estudios, correcciones y mantenimiento para resguardar la seguridad de los usuarios.
Aquella había sido la mayor obra pública del ex jefe de Gobierno. Costó 26 mil millones de pesos y tardó cuatro años en construirse. Ebrard presumía que hacía muchos años no se había hecho una obra pública de esa magnitud, con la tecnología más avanzada del mundo. Y sin embargo, el nuevo gobierno mostraba un documento de la operadora del Metro de Bruselas que recomendaba cerrar parcialmente la línea porque encontró fallas estructurales. El consorcio de constructores (Carso, ICA, y Alstom) señaló que el desgaste prematuro de las vías se debía a que el diseño de las ruedas de los trenes no era compatible con los rieles. La constructora de los trenes se defendió e indicó que su construcción se hizo en estrecha colaboración con el STC.
El golpe político contra Ebrard fue de tal magnitud que para las elecciones intermedias de 2015, cuando se estrenó en la arena pública Morena, no consiguió ni siquiera una candidatura como suplente. Salió del país. Se refugió primero en Francia y luego en Estados Unidos, donde se involucró en la campaña presidencial de Hilary Clinton.
En diciembre de 2017 el candidato López Obrador presentó a los 16 integrantes de su gabinete quienes “se encargarían de transformar a México”. En la Secretaría de Relaciones Exteriores estaba el diplomático de carrera Héctor Vasconcelos.
Ebrard regresó a principios de 2018. En una entrevista en el noticiero de la mañana Así las Cosas, de la W, dijo que era claro que en 2015 ya no tenía espacio político. Los conductores Gabriela Warkentin y Javier Risco le preguntaron si irse del país olía a que estaba huyendo.
“No, porque si estas huyendo tendrías que huir de algo, de un procedimiento, de una equis, y griega o zeta, eso no sucedió, yo no tengo ningún procedimiento”, dijo con aplomo.
Los conductores cuestionaron si se sentía responsable por el cierre de la Línea 12. Dijo: “no sabemos exactamente qué arreglos se le hizo a la línea, porque la información está reservada”.
¿Entonces todo fue una tema político? reviraron: “No, yo lo que estoy diciendo es que no sabemos por qué está reservada la información de qué se le hizo a la línea”, insistió Ebrard. “Yo no sé y tú tampoco. No está publicado. Los trenes son los mismos, los mismos 30 trenes, ¿qué les cambiaron, suspensión a 12… se pudo haber hecho sin cerrar? Sí. ¿A la línea le cambiaste el trazo? No. Entonces, qué cambios específicos se le hicieron es una información que está reservada”.
La noche del primero de julio, el día la rotunda victoria de López Obrador, la cantante Belinda anunció por Twitter el nombramiento de Ebrard como secretario de Relaciones Exteriores: “qué gran acierto tu nombramiento como canciller e integrante del equipo de transición”, escribió y publicó una foto abrazada de él.
Pocos días después López Obrador tuvo que anunciar de manera oficial lo que todo el mundo ya sabía: Ebrard y no Vasconcelos iba a asumir la cartera. Dijo que tenía toda su confianza, que se reuniría de manera inmediata con el secretario de Estado estadunidense Mike Pompeo y se integraría al equipo de negociación del Tratado de Libre Comercio de América del Norte.
De entonces a la fecha la figura de Ebrard ha ido creciendo, hasta el grado que se le ha llegado a identificar como “el vicepresidente”. López Obrador tiene una relación de cariño con Sheimbaum y una de respeto con Ebrard.
“Es una relación que viene desde hace mucho tiempo”, dijo en una entrevista para este diario el analista Luis Rubio. “Cuando López Obrador era jefe de Gobierno de la Ciudad de México, le hablaba de usted. Los demás funcionarios eran apenas unos instrumentos, Ebrard era su colaborador”.
Según Rubio, no es difícil especular que en 2012 hubo un pacto, y que éste se ha puesto a funcionar desde 2018. “Le dio una secretaría que no es muy importante porque, como decía Lyndon Johnson, es mejor tener a los enemigos dentro de la tienda, orinando hacia fuera y no para dentro, pero resultó que Ebrard se convirtió en el gran operador dentro del gobierno”.
La prueba más grande para el canciller sería la relación con Estados Unidos, contaminada por la manera en que el presidente Trump usaba el tema de la construcción del muro -que pagarían los mexicanos- con fines electorales, y su reticencia a seguir con el Tratado de Libre Comercio de América del Norte, el “peor acuerdo comercial del mundo”.
En medio de las negociaciones de un nuevo tratado comercial,Trump anunció que impondría un impuesto del 5 por ciento a todos los productos mexicanos. En junio, viajó a Washington una comitiva encabezada por Marcelo Ebrard e integrada por la secretaria de Economía, Graciela Márquez, y el subsecretario de América del Norte, Jesús Seade, a cambio de despejar la amenaza de los aranceles, México se obligó a desplegar la Guardia Nacional en la frontera sur para controlar la migración desde América Central, entre otros puntos.
“Esto contradecía todo lo que López Obrador había prometido en materia migratoria”, dijo Claudia Masferrer, especialista en migración de El Colegio de México.
“Pero no había mucho para dónde hacerse”, reconoció Rubio. “México tenía que llegar a un entendimiento con Estados Unidos”. Trump informó en su cuenta de Twitter que ambas naciones habían llegado a un acuerdo, por lo que los gravámenes quedarían suspendidos. Finalmente, las negociaciones concluyeron.
“México cedió en dos cosas importantes: en materia laboral, habrá que ponerse al día y aceptar las inspecciones internacionales, y en materia anticorrupción, también nos someteremos al escrutinio de afuera”, dijo Iliana Rodríguez Santibáñez, del Tecnológico de Monterrey.
Trump firmó el tratado en enero de 2020 y el 1 de julio el tratado entró en vigor. López Obrador anunció que haría su primer viaje internacional a Washington para encontrarse con el presidente de Estados Unidos, lo que fue duramente criticado. Por ejemplo, el ex canciller Bernardo Sepúlveda escribió una carta publicada por el diario La Jornada. Decía que no existía “un motivo que justifique la oportunidad de la visita, en momentos en que se lleva a cabo un proceso electoral en Estados Unidos y en donde la asistencia del presidente López Obrador a una ceremonia irrelevante se habrá de interpretar como un apoyo a la reelección del presidente Trump”.
Pero Ebrard supo manejar bien la tormenta y el asunto pasó a un segundo plano. México ya no ha sido el objeto de la campaña de Trump, quien se sumió en el manejo de la pandemia, los conflictos raciales, el probable desconocimiento del resultado electoral en su propio país y ahora su convalecencia por resultar positivo en la prueba de coronavirus.
“La pandemia redujo las presiones migratorias”, dijo Masferrer. (aunque ya viene una nueva caravana de Honduras que pondrá a prueba a la Guardia Nacional). Pero también le dio a Ebrard un nuevo papel. Ocupa un lugar destacado en la estrategia de salud: la repatriación de mexicanos varados en el extranjero, la puesta en marcha del puente aéreo entre México y China para suministros médicos y las negociaciones internacionales para que México cuente con una vacuna. A diferencia del subsecretario López-Gatell, el sitio de Ebrard es el de dar las buenas noticias.
A Xavier Tello, especialista en políticas de salud, no le queda duda de que Ebrard es el mejor negociador con que cuenta el gabinete, pero se pregunta ¿cuál es el soporte científico de la Secretaría de Relaciones Exteriores para entablar esas negociaciones? Allí está el ejemplo de la vacuna rusa, que no cumple con los protocolos de investigación. “A mí me dijeron en la cancillería que no debía ser prejuicioso. Pero no se trata de prejuicios, sino de ciencia”, afirmó. “Ellos están allí porque no hay nadie más hábil para hacerlo, pero no sé si son los indicados para la parte fina. ¿Qué asesores tienen? ¿No había otro interlocutor”.
Recientemente ha estado involucrado incluso en la política interna de Morena. Los analistas identifican dos grupos en pugna, el que representa Mario Delgado, ex secretario de Finanzas de Ebrard, y el que lidera Porfirio Muñoz Ledo, detrás del cual están Bertha Luján, actualmente presidenta del Consejo Nacional de Morena, y la misma Claudia Sheimbaum, un núcleo cercano al Presidente que estuvo en el partido desde sus inicios. Al principio de la contienda Mario Delgado llevaba una clara ventaja, pero Muñoz Ledo comenzó a subir el tono de la pelea. Señaló que Ebrard quería la Presidencia y lo amenazó con expulsarlo del partido si seguía con su activismo. Ebrard contestó que su compromiso con López Obrador era “una vacuna contra la mezquindad y la calumnia”.
Pero esto ha puesto en suspenso el futuro del canciller. Seguramente su habilidad de gestión y su pasión por el conocimiento preciso de los temas seguirá llenado los huecos de un Presidente que le gusta dividir en varios pedazos las funciones que le tocan a sus secretarios y subsecretarios. La pandemia no acaba y la caída económica no termina de sentirse en toda su severidad. No se sabe qué destino tendrá Morena ni cómo salga de este proceso interno. Todavía faltan cuatro largos años para las elecciones del 2024.
ledz