“Cuando mi hijo cumplió siete meses, decidí volver a trabajar como freelance. Necesitaba unas horas para mí, así que lo inscribí en una guardería”, cuenta Erica, diseñadora gráfica. “Aunque Teo se adaptó bien a la escuela, los problemas no tardaron en aparecer: se la pasaba enfermo. Un día el pediatra me dijo que estaba muy delgado, su sistema inmunológico debilitado y que urgía sacarlo de la guardería porque era un foco de contagio”, dice Erica.
“Me sentí culpable y mala mamá, porque mi marido y yo no necesitábamos un segundo sueldo. Para que yo tuviera unas horas para ir a la estética y trabajar, mi hijo estaba pagando un precio caro: su salud”.
Erica dejó de trabajar y se dedicó a su hijo, pero con un costo alto para ella: sin espacio ni tiempo para su bienestar.
Su historia no se diferencia de la de otras madres que tratan de acomodarse a lo que se espera de ellas y que, cuando no lo logran, experimentan culpa.
El bebé o yo
Según el psicoterapeuta familiar Hugo Gómez Hernández, “la culpa es un malestar psicológico e incluso físico, una suerte de chip interno que regula la vida de las personas”.
Si bien la culpa no tiene género y puede ser experimentada por hombres y mujeres, son estas las que más sufren sus efectos, porque “se piensa que solo se realizan cuando tienen hijos”, dice el especialista.
En su consultorio, cuenta, son frecuentes los casos de adolescentes con cuadros de abuso de drogas o trastornos alimenticios. En esas situaciones, “el padre cuestiona a la madre con expresiones como ‘yo me salgo a trabajar para traer dinero y a ella le toca criarlos’”.
A pesar de que hoy los padres participan cada vez más en la crianza, se sigue creyendo que es mayoritariamente responsabilidad de ellas, subraya Gómez.
Negocia contigo
Hay que diferenciar culpa de responsabilidad, explica Tere Lozada, psiquiatra y psicoterapeuta. La primera “no da opciones sabias de reparación, ya que tiene un componente inconsciente y la urgencia de deshacernos de esa emoción perturbadora”. La responsabilidad, en cambio, permite un análisis más o menos objetivo de la situación.
“En lugar de autoflagelarnos, será mejor preguntarnos cuáles son nuestras prioridades y cómo obtener apoyo para ir más ligeras. Una mamá bien acompañada por su pareja o su familia puede ser menos proclive a la culpa”.
Por otro lado, esta profesional de la UNAM resalta que el sentimiento de culpa es prácticamente inherente al rol materno. Pero que le suceda a casi todas las madres no quita que esta emoción sea una vivencia dolorosa que genera conductas de compensación, muchas veces contraproducentes.
Lozada dice que cada persona “lavará la culpa de acuerdo con su madurez y personalidad, pero no es conveniente compensar a los hijos con obsequios inmerecidos, eximirlos de responsabilidades o sobreprotegerlos”.
La psicoterapeuta infantil Mery Ivette Bastida dice que es perjudicial ahorrarle al niño una vivencia que redundará durante su crecimiento emocional. De hecho, dice, “la angustia de separación de la madre es un proceso natural de la maduración de la psiquis infantil”.
Por su parte, la psicoterapeuta Valeria Valdés Mascort defiende una maternidad amorosa, no solo con lo hijos, sino con las madres, que “necesitan tiempo para sí mismas”.
Para Valdés, “extrañar a la mamá es sano porque proveerá a los hijos de recursos para toda la vida”. Recomienda no atender las necesidades de los niños de manera inmediata para entrenar su tolerancia a la frustración.
No se trata de limpiar culpas, sino de ejercer una maternidad responsable. Y contra lo que muchas creen, esto se logra con mamás sanas, atentas a su salud mental y que estén, ante todo, felices consigo mismas.