Lunes, 6:00 am, amanece para la familia Salas. Ambos padres trabajan en una oficina y Santiago, su hijo, de siete años, va en segundo de primaria. El chico debe levantarse a las 6:45 para que pueda desayunar y salir a tiempo.
Hasta aquí, parecería la mañana de cualquier familia con un niño de primaria. Sin embargo, cuando Santiago despierta “de buenas” las cosas son llevaderas; porque cuando lo hace “de malas”, me cuenta Ana Luisa, su mamá, empieza el caos: “si despierta contento, se pone su uniforme y baja a desayunar. Si en la mesa la comida es de su agrado, todo va bien, pero si no le gusta lo que le sirvo, hace berrinche y avienta todo. Me ha llegado a decir ‘eres una tonta, eso no me gusta’. Si despierta de malas, nos cuesta trabajo sacarlo de la cama”.
Ana Luisa y su esposo están a punto de tomar decisiones drásticas con él, no por esta situación del desayuno, sino porque todos los días de los últimos seis meses se han vuelto complicados: “en la escuela es muy voluntarioso con sus profesores. Dejó de poner atención y se sale del salón. Esto fue lo que nos hizo pensar que necesita ayuda”.
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Casos como el de Santiago no son aislados. En el andar de la crianza –soy mamá de un niño de cuatro años–, es muy común para mí ser testigo de berrinches épicos en restaurantes, supermercados y centros comerciales; o escuchar a adolescentes retando y lanzando insultos a sus madres, a mitad de la calle. ¿En qué momento algunos hijos de las nuevas generaciones se han vuelto tiranos que manejan a sus padres a su antojo?
“No hay estadísticas específicas en México del síndrome de niño emperador, pero de acuerdo con el INEGI, 30% de las familias sufre un tipo de maltrato intrafamiliar. En Estados Unidos se habla de que 7 a 18% de las familias sufre este síndrome”, dice Enrique Zepeda Jiménez, psiquiatra con especialidad en atención y tratamiento del trastorno por déficit de atención e hiperactividad (TDAH). Y nos referimos a los hijos de las nuevas generaciones porque, si bien siempre han existido los niños berrinchudos, según los psicólogos, médicos y educadores, esto ha aumentado en los últimos años.
Zepeda Jiménez añade: “esto se ha acentuado en las últimas décadas debido a las nuevas dinámicas familiares y sociales, que han derivado en una menor atención a los hijos por parte de los padres, además de que se tiende a consentirlos más como consecuencia de un sentimiento de culpa por no poder estar con ellos”.
El niño emperador
Desafiar a los padres no es algo que se le vaya a pasar cuando sea más grande. Al fenómeno de desobediencia constante, de insultos, de reto, que llega hasta la violencia física, se le conoce como síndrome del niño emperador.
La psicóloga Xóchitl González Muñoz, directora y fundadora del centro Psicología para Niños, conferencista y autora del libro ¿Cómo formar hijos emocionalmente sanos?, dice que es importante aclarar que no se trata de un trastorno psiquiátrico reconocido en ninguna de las cinco ediciones del Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales (DSM): “como síndrome, hay que entenderlo como un grupo de síntomas que, en conjunto, forman un patrón o condición particular. Sin embargo, al no estar definido por una serie de criterios específicos, como los establecería el DSM, este patrón está sujeto a la interpretación que haga cada especialista”.
“Si un joven consigue controlar a sus padres e imponerse con su amenaza de violencia,
le será muy fácil amedrentar a sus compañeros de colegio y sacar provecho”.
Y añade: “en lo personal, me alineo con la perspectiva de Vicente Garrido Genovés, uno de los psicólogos que más han estudiado este tema, quien señala que este síndrome se manifiesta sobre todo en niños y adolescentes de entre 11 y 17 años, y su principal característica es la presencia de conductas violentas hacia los papás”.
El psiquiatra Zepeda Jiménez dice que si bien suele presentarse en varones, también se observa en niñas.
Retomando al psicólogo y criminólogo Vicente Garrido Genovés, autor del libro Los hijos tiranos: el síndrome del emperador, este aparece “cuando un niño que debería ser feliz y hacer feliz a sus padres se convierte en el símbolo de una falta de tolerancia, de la frustración que parece cada vez más dominante en nuestra sociedad. Este joven quiere hacer las cosas como él quiere, y no le remuerde la conciencia a la hora de ser violento”.
Además, refiere en su libro que “si un joven consigue controlar a sus padres e imponerse con su amenaza de violencia, le será muy fácil amedrentar a sus compañeros de colegio y sacar provecho”.
El origen del problema
Ante un hijo que reta, que no tolera límites, que pega, que maltrata, cabe hacerse varias preguntas: ¿quién es el responsable? ¿Tiene una predisposición innata a la violencia? ¿Son los padres la causa? Zepeda Jiménez considera que varios factores intervienen para que se detone este síndrome: “es una mezcla de carencia de capacidades educativas por parte de los padres, un tipo de crianza con culpa y un niño con cierto temperamento, lo que lo hace un terreno fértil para desarrollar este tipo de conductas”.
“No hay estadísticas específicas en México del síndrome de niño emperador,
pero de acuerdo con el INEGI, 30% de las familias sufre un tipo de maltrato intrafamiliar”.
González Muñoz señala que se trata de una combinación de factores genéticos y ambientales, y cita a Garrido Genovés: “en ningún caso, los papás son causantes de que un hijo desarrolle este síndrome, pero sí pueden atenuar o agravar las manifestaciones si no procuran un ambiente de armonía en casa, o simplemente si no actúan de manera oportuna, atendiendo la situación desde las primeras manifestaciones”.
Mitzel es mamá de dos niñas: Mía, de cuatro años, y Lía, que en dos meses cumplirá tres. “Podría decir que mis dos hijas han recibido la misma educación; sin embargo, la más pequeña es una niña que se enoja muy fácilmente y que siempre trata de obtener lo que quiere, gritando, pegando o mostrándose cariñosa. Desde que era bebé, siempre quería que mi atención fuera toda para ella; ni siquiera podía hablar y ya me gritaba. Ahora, siempre pelea y molesta a su hermana mayor”.
Mitzel es de Culiacán y no tiene familia en la Ciudad de México. A partir del nacimiento de su primera hija dejó de trabajar y es ama de casa. Desde que la inscribió a la guardería los pleitos se intensificaron, y ahora son de todos los días: “le ha llegado a tirar el puño y la quiso morder; si está armando algo, le patea los juguetes”.
En la escuela es todo lo contrario, sus maestras dicen que es muy sociable, pero en casa, las cosas cambian. Tampoco con el papá suceden estos arrebatos. “Si su papá la regaña, llora; en cambio si yo trato de corregirla, se ríe, se burla y no hace caso, o me dice ‘Te amo, mami’, para que yo ceda”.
Actuar antes de que estalle la bomba
La psicoanalista Priscilla Tirado, considera que no se puede ver a un niño sin antes voltear a sus papás: “el niño puede reflejar síntomas de que algo pasa en la familia”. Para prevenir estas conductas, sugiere:
- Poner límites. No se trata de censurar, poner reglas es un acto de amor, con ello se establece un orden para que todo funcione mejor.
- Escuchar. Además de compartir el espacio con ellos, hay que escuchar sus necesidades.
- Estar pendiente de sus actividades. Saber qué ven en la televisión y en internet, quiénes son sus amigos, qué pasa en la escuela.
- Que los padres se comuniquen de forma efectiva y tomen decisiones en conjunto. Ambos deben decidir cómo quieren educar a su hijo, teniendo claro qué está permitido y qué no. Y si los abuelos u otros cuidadores se hacen cargo de él, también deben seguir las reglas establecidas.
El psicólogo Vicente Garrido añade en su libro tres acciones:
- Fomentar el desarrollo de la inteligencia emocional y la conciencia, que es ayudar a los hijos a reconocer sus emociones y las de los demás, fomentando la empatía y practicar actos altruistas.
- Enseñarles a cultivar habilidades no violentas. Hay que predicar con el ejemplo, y en casa se debe privilegiar el diálogo, escuchar a los demás y actuar en consecuencia.
- Poner barreras claras. Los padres no deben tolerar la violencia ni el engaño y el pequeño debe saber que no puede cruzarlas.
Si las familias empiezan a notar que el niño tiene actitudes tiránicas, hay que buscar ayuda con psiquiatras, psicoterapeutas y pedagogos para entender las causas. Zepeda Jiménez señala que cuando no hay una atención oportuna, el síndrome del niño tirano se puede convertir en el llamado trastorno antisocial, que podría ser, a su vez, la primera manifestación de un psicópata.
Por su parte, Tirado sugiere que los papás también tengan un proceso terapéutico, porque quizás algo que pasa en casa esté incidiendo en la conducta del niño.