En los últimos años, la capital del país ha sido testigo de varios microsismos, lo que ha llevado a distintos grupos de investigadores a sumar esfuerzos en búsqueda del origen de los constantes movimientos telúricos.
Fue así como la comunidad científica logró identificar no una, sino dos fallas subterráneas activas situadas al poniente de la ciudad: la falla Barranca del Muerto y la falla Mixcoac, mismas a las que se les han atribuido los últimos enjambres sísmicos.
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Recientemente un equipo multidisciplinario de la UNAM profundizó en su impacto, descubriendo que ambas presentan sismos lentos, movimientos hasta hace poco desconocidos.
¿Qué son los sismo lentos?
Los sismos lentos son un tipo de movimiento va aumentando gradualmente: en lugar de liberar la energía en segundos o minutos —como un movimiento telúrico normal— la va descargando poco a poco a lo largo de días, semanas o incluso meses.
Ocurren con frecuencia en fallas activas, pero no generan ondas sísmicas perceptibles. Debido a su naturaleza progresiva, no se registran en sismómetros convencionales, sino en instrumentos geodésicos especializados. No obstante, a pesar de pasar desapercibidos, los investigadores sospechan que tienen un gran peso en el terreno.
En febrero de 2023, se registró una serie de microsismos en el oeste de la ciudad. Posteriormente, el 11 de mayo y el 14 de diciembre, ocurrieron dos sismos más fuertes de magnitud 3.2. Lo más interesante de este enjambre fue la deformación sobre la corteza terrestre detectada en la región.
El doctor Víctor Cruz Atienza, especialista en Sismología Computacional y Dinámica de Terremotos, junto con otros investigadores del Instituto de Geofísica y la Facultad de Ingeniería, comenzaron a estudiar lo que estaba ocurriendo.
Los investigadores usaron imágenes de Radar de Apertura Sintética (InSAR) para detectar deformaciones en la superficie. Gracias a este estudio, se confirmó que la mayor parte de los cambios observados en el terreno no fueron resultado directo de los temblores, sino más bien, del desplazamiento progresivo de las fallas, es decir, de los sismos lentos, prácticamente imperceptibles.
Los resultados del seguimiento fueron publicados en la revista Tectonophysics durante abril de este año. En el artículo se detalla que los sismos lentos fueron responsables del 95% del deslizamiento de la falla de Barranca del Muerto y alrededor del 70% en la falla de Mixcoac.
De hecho, entre mayo y diciembre, ambas fallas se deslizaron entre siete y ocho centímetros gracias a estos movimientos. Pese a ser relativamente sigilosos, se cree además contribuyeron a los enjambres sísmicos registrados en 2024.
Microsismos, agua y el movimiento lento debajo de la CdMx
El sismo lento está ligado a la presencia de fluidos subterráneos —que actúan como un lubricante, reduciendo la fricción entre las placas y permitiendo que el desplazamiento ocurra poco a poco— y a las fuerzas geológicas de la región, específicamente los procesos de extensión asociados al Eje Volcánico Transmexicano.
Aunque aún falta mucho por confirmar, se cree que hay una relación entre este fenómeno y la sobreexplotación de acuíferos. De acuerdo con Manuel Cruz, se identificaron alrededor de 15 pozos de extracción activos en un radio de un kilómetro de las zonas afectadas, lo que sugiere que la actividad humana podría influir en la dinámica de las fallas. Sin embargo, la continua extracción del agua subterránea dificulta confirmar la teoría.
¿Qué tan peligrosas son estas fallas?
Este estudio ayuda a comprender mejor el comportamiento y riesgo que podrían implicar las dos fallas para una de las ciudades más densamente pobladas del mundo.
La extensión de ambas ha generado interés sobre su potencial sísmico, sin embargo, asumir que podrían provocar terremotos de gran magnitud únicamente por su tamaño sería erróneo, como puntualizan los autores. De hecho, en los segmentos más profundos de estas fallas, la deformación ocurre de manera lenta y sin generar temblores bruscos.
Un estudio reciente sugirió que, en un escenario extremo, un sismo de magnitud 5.0 podría ocurrir en la Ciudad de México, esto, basándose en datos de un evento de magnitud 3.2 registrado a un kilómetro por debajo del Panteón Dolores, alcaldía Miguel Hidalgo, el 16 de julio de 2019.
“A pesar de su magnitud tan pequeña, el terremoto produjo la aceleración del suelo más grande que jamás se haya registrado en sitios de roca firme de la ciudad”, señala la Red Sísmica de la Ciudad de México.
De acuerdo con los investigadores, fue incluso mayor que la observada en los devastadores terremotos de 1985 y 2017. Partiendo de estos datos, se modeló una posible ruptura de 3 a 4 km de extensión, similar a la longitud estimada de las fallas Barranca del Muerto y Mixcoac, lo que sugiere que estas estructuras podrían albergar actividad sísmica significativa.
Si un sismo de magnitud 5 ocurriera al oeste de la ciudad, los daños podrían ser más severos en las zonas cercanas a la fuente debido a la propagación de la ruptura y los efectos sísmicos en el terreno. Además, el tipo de suelo en la Ciudad de México, que se comporta de manera extrema al amplificar las ondas sísmicas, podría generar movimientos inesperados del terreno, como sucedió en 1985 y 2017.
De ahí la importancia de estudiar los sismos lentos: gracias a su detección a través de aparatos más sofisticados, se ha logrado intensificar que, en ocasiones, estos fenómenos son precursores de grandes terremotos, como detalló el geólogo.
“Todavía no somos capaces de decir en qué lugar, de qué tamaño y cuándo será el próximo gran sismo. Es imposible por el momento, pero cada vez nos acercamos más”, comentó para Gaceta UNAM.
Por ahora, aunque todavía no es posible predecir terremotos, el estudio de estos fenómenos sigue avanzado. Actualmente, se está impulsando una iniciativa para estudiar mejor la zona de subducción en México, con la esperanza de que en el futuro se puedan identificar señales que anticipen grandes terremotos.