El Premio Princesa de Asturias que recibirá Alma Guillermoprieto ha sido motivo de celebración para el periodismo y las letras mexicanas. Es bienvenido por muchas razones; entre otras, porque lo recibe una mujer que cuenta con una trayectoria destacada a nivel internacional, y porque este reconocimiento permitirá que su obra tenga mayor presencia en México. A partir de que se dio a conocer la noticia, quien comenzó su carrera en el diario The Guardian ha visitado México en dos ocasiones. La primera, para ofrecer una charla a estudiantes de la UNAM, y la segunda, como invitada al Hay Festival en Querétaro, donde se dio tiempo para platicar con algunos colegas. Me encontré con ella en un salón del Gran Hotel, en el centro de esa ciudad y, a pesar del resfriado y una tos que no le daba tregua, pudimos conversar un buen rato. Rompemos el hielo cuando le digo que entiendo bien a qué se refiere cuando dice que una bailarina nunca deja de serlo. Alma salió de México muy joven para estudiar danza moderna en Nueva York y de ahí fue a Cuba para enseñar en la Escuela Nacional de Arte. Luego de unos años dejó el baile para dedicarse al periodismo, pero esa pasión la acompañará siempre.
Me cuenta que recibe el Premio Princesa de Asturias en un momento en el que ha estado escribiendo menos. “Una empieza a sentir que todas las historias son la misma historia; eso es muy peligroso. Hay que esperar y buscar la que realmente te sorprenda para meterte en ella”. Nunca imaginó que recibiría un honor tan grande porque “España está tendiendo redes al mundo en un momento tan aislacionista como el que vivimos”.
Para Alma, una herramienta indispensable en la labor periodística es la curiosidad y, por supuesto, saber escribir y comunicar lo que uno escribe. “En tiempos de tanta injusticia es importante el equilibrio, que los lectores tengan la posibilidad de generar su propia opinión sin que uno les grite lo que hay que pensar sobre esta situación u otra. Trato de acercarme al lector y al protagonista con igual respeto. Comunicar con una voz más humana, sin solemnidad, para establecer una intimidad con los lectores. Soy una gran lectora de ficción, y una escritora de hechos comprobables. Los recursos literarios son absolutamente indispensables: el uso del lenguaje, del suspense, la construcción cuidadosa de un párrafo, un vocabulario lo más resonante posible”. Crónicas y reportajes como Las guerras en Colombia o La masacre de El Mozote, en El Salvador, dan cuenta del notable trabajo que ha hecho en el periodismo de investigación, que “cada vez se publica menos en la prensa impresa pero ha encontrado su espacio en línea”, apunta. “Creo que es la única manera de entender el mundo. La noticia te impacta, te informa, pero no te ayuda a entender. La crónica tampoco, pero te ayuda a preguntar, y a mí me interesa que después de leer un texto la gente quede llena de preguntas”.
Autora de Al pie de un volcán te escribo, se declara una enamorada de América Latina, donde ha ejercido buena parte de su labor periodística. Atenta a la situación que prevalece en esta región, acechada por gobiernos dictatoriales y populistas, donde no se ha podido erradicar la corrupción, y la violencia y la injusticia van en aumento, considera que el centro del problema está en las estructuras sociales que se generaron en América Latina a partir de la Corona y de la Independencia. “Son anticuadas, inestables, y de tan rígidas exigen corrupción. Vivimos en una de las regiones más desiguales del mundo, y esa desigualdad genera resentimiento, odio y frustración. Un joven que nace en Guerrero y quiere estudiar para ser profesor, por ejemplo, mira la brecha que lo separa de la UNAM, termina en una escuela, por ejemplo, como Ayotzinapa, y sabe que está condenado a vivir una vida inferior. Eso genera violencia. El populismo entra en esa brecha, en ese abismo que hay entre la posibilidad y la no posibilidad de realizarte como ser humano. Alguien te convence, dice tener la solución a todos tus problemas, como lo está haciendo Donald Trump, un populista que juega con los rencores, la rabia, los resentimientos de un gran sector de la población de Estados Unidos que se siente marginada y piensa que el futuro no le pertenece”.
—Ante un escenario de desconfianza, la sociedad mexicana votó hace unos meses por un cambio sustantivo. ¿Qué reflexión harías al respecto?
—No vivo en México. Me resulta delicado opinar de algo que no estoy viendo y no he seguido. Sin embargo, le tengo más fe a los cambios graduales que a los cambios radicales. Los cambios radicales se pueden ir para abajo; en cambio, los que se construyen gradualmente tienen mayores posibilidades de sobrevivir. Eso diría como una primera opinión. Como segunda, hay un inmenso optimismo en gran parte de la población, y es bonito sentir eso. Es preferible que la gente se sienta optimista.
—Ante la situación que se vive en América Latina, ¿consideras que el periodismo adquiere una mayor responsabilidad?
—Creo que en América Latina el periodismo tiene muy poca influencia. Las estructuras de poder se han encargado de desprestigiarlo. Los dueños de los periódicos se han encargado de crear un periodismo pobre, muchas veces mal capacitado. La violencia impera, los periodistas son víctimas y ejercen muy poco poder. Soy pesimista en cuanto a la capacidad de nuestros medios de transformar la realidad. Tenemos poco impacto. Comparados con Twitter, un medio de reflexiones imbéciles, de patada al hígado y respuesta rabiosa, somos unos pobres tontos.