Consternado por el número de mujeres que desaparecen en el Estado de México, el escultor Emmanuel López Flores tomó este tema como una propia reflexión, que llevó hasta su obra, con la que busca sensibilizar y hacer partícipes a quienes asisten a sus exposiciones.
Desde niño, López Flores tuvo un acercamiento con la escultura, ya que uno de sus primos ya la practicaba, posteriormente continuó su formación en la Escuela de Bellas Artes, en Toluca, en donde conoció al maestro Fernando Cano, para posteriormente ser uno de sus colaboradores. Durante este proceso conoció varias técnicas, entre ellas la arcilla, que es una de sus favoritas.
Formación
Como parte de este aprendizaje, pudo trabajar con el maestro Cano en distintos proyectos, por ejemplo, en la obra Humanismo que Transforma, que se ubica en el edificio administrativo de la Universidad Autónoma del Estado de México (Uaemex), en donde realizó algunas de las piezas decorativas.
También ha tenido la oportunidad de trabajar con el maestro Miguel Ángel Hernández Vences, elaborando piezas que están expuestas en edificios públicos, entre éstas destaca un mural cerámico.
Con esta experiencia, decidió inclinarse un poco más hacia la instalación, dejando de lado la escultura en bulto, con la idea de apropiarse del espacio, es decir “llegar; pero no invadirlo, sino hacer proyectos vinculados partiendo del espacio”.
Así surgió como propuesta, el abordar temas más sociales, como las desapariciones de mujeres en el Estado de México, esto desde una reflexión personal que surgió de lo cotidiano.
“Mi paso diario por lo regular es la Terminal de Autobuses de Toluca, entonces empiezo a ver que los espacios para anuncios o tableros se comienzan a llenar de fichas de búsqueda, empieza a ver más fichas de personas buscadas que de cosas que se vendían”.
Luego de estancias académicas en España y Polonia, la inquietud de plasmar esta problemática y continuar con una reflexión no solo personal sino colectiva, lo hizo poner manos a la obra.
“Como artista lo que tratamos de hacer es neutralizar esas emociones y traducirlas a las piezas que realizamos, lo que hago yo es formar una especie de homenaje a manera de tzompantli, de altar”.
En una primera etapa, para realizar estas piezas, comienza con el registro de rostros, basándose en una tradición romana llamada Imago, es decir, una especie de mascaras de personas que habían fallecido, hecho a base de distintos materiales, para tenerlos en la memoria.
Así, con esta tradición de por medio, comenzó a cristalizarse la idea, pidiendo el apoyo de mujeres conocidas para iniciar con el registro de sus rostros.
“Los vaciaba yo en yeso, los colocaba en una especie de caja, esta caja no solamente fungía como protección sino que también tenía a su vez un discurso visual. La caja es negra, el rostro es blanco y el marco que rodea a esta caja también es un color claro”.
El también profesor de la Máxima Casa de Estudios de la entidad explicó que el uso de estos colores no es una causalidad, ya que en las artes plásticas no se consideran como colores ni al blanco ni al negro, “y lo mismo pasa con los recuerdos, los recuerdos son luces y las ausencias son vanos negros que no alcanzamos a distinguir”.
Arqueología de una búsqueda
Todo este proceso concluye en la instalación llamada “Arqueología de una búsqueda inconclusa” que reúne el registro de alrededor de 50 rostros de mujeres, como un símbolo de aquellas que continúan siendo buscadas. En estos rostros hay detalles tan personales de cada una como el color de su labial, si tiene o no perforaciones en la nariz o cejas, además de sus expresiones faciales al momento de tomar el registro.
Esta instalación inicia con tres pies, que significa esa búsqueda, el caminar, para después encontrar otras piezas como el registro de un rostro, manos y pies, emergiendo, recordando esas fosas clandestinas en las que se llegan a encontrar restos humanos.
La idea es que esta pieza pueda seguir creciendo y promoviéndose, pues permite visibilizar problemáticas como la desaparición de mujeres e incluso los feminicidios.
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