Damián Suárez, artista venezolano radicado en México, continúa expandiendo los límites de su práctica artística con proyectos que fusionan la memoria, la energía y la exploración sensorial. Actualmente, trabaja en La estética del poder, un libro que examina el impacto del arte óptico-cinético venezolano como símbolo de legitimación política desde la era petrolera hasta la actualidad.
Además, prepara una instalación en un edificio en obra negra diseñado por Sordo Madaleno, donde explorará la relación entre espacio, luz y percepción. Con la serie Arte expuesto, llevará exposiciones digitales a distintas ciudades de México, consolidando su interés en generar diálogos innovadores entre el arte, la historia y la tecnología.
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El artista ha forjado un proceso creativo donde la memoria de su infancia y la conexión con la naturaleza juegan un papel central. Desde joven su relación con los materiales naturales fue directa, creando con sus manos refugios y universos propios. Esa misma relación persiste en su obra actual, donde cada pieza es un reflejo de una conexión ritual con la materia.
“El proceso manual implica un intercambio íntimo con los materiales. Manipulando hilos transfiero, inevitablemente, residuos orgánicos desde mi cuerpo hacia la obra, dejando una huella física y energética. Recientemente, al incorporar la lana, me he reconectado con la pureza natural de este material, donde la presencia frecuente de partículas vegetales como cadillos (pequeñas semillas) me devuelve constantemente a la naturaleza. La repetición y concentración durante este trabajo profundizan la transferencia energética y espiritual’, comparte el creativo.
Para Suárez, cada obra no es solo una pieza artística, sino un talismán, un centro de energía capaz de conectar con lugares y seres desde un plano espiritual. Entre todas sus creaciones hay una que destaca por la experiencia energética que generó.
En 2023, mientras creaba una obra para la exposición en el Claustro de Sor Juana, el artista experimentó una presencia tangible de la poeta, lo que lo inspiró a donar la pieza. Hoy, la obra permanece en el recinto histórico, dando la bienvenida al auditorio Divino Narciso y preservando una conexión espiritual con este espacio sagrado.
La influencia de las tradiciones textiles y la arquitectura de civilizaciones antiguas también es clave en su trabajo. Suárez recuerda cómo el impacto de su visita a Chichén Itzá, al llegar a México, fue fundamental para su proceso creativo. Fue ahí donde nació la serie Piramidales, una exploración que lleva más de 12 años desarrollando. En estas estructuras, el artista encuentra un profundo simbolismo, un vínculo con el ascenso y descenso espiritual y una conexión con el chamanismo, legado familiar que ha marcado su visión artística.
Damián Suárez fusiona en su obra lo físico, lo energético y lo espiritual, creando piezas que no solo reflejan su conexión con la naturaleza, sino también con las fuerzas invisibles que dan forma al mundo.
En la obra de esta artista, la profunda carga conceptual y estética no se ve opacada por discursos explícitos ni teorías complejas. A pesar de que su trabajo aborda temas como la identidad, la feminidad, el territorio y la resistencia, el artista prefiere evitar “hiper intelectualizar” su práctica, buscando que su arte sea un canal abierto de cuestionamiento y reflexión.
“Mi trabajo tiene una carga conceptual y política, pero no es explícita”, explica.
El artista subraya que su interés radica en evitar discursos herméticos y, en su lugar, utilizar el material, la técnica y el anacronismo como herramientas críticas que invitan a nuevas lecturas y cuestionamientos. En su práctica prefiere que la obra hable por sí misma, sin necesidad de sobrecargarla con un marco teórico que limite su interpretación.
La influencia de su entorno también ha sido fundamental en la construcción de su identidad artística. Tras vivir en varios países de América Latina, su trabajo refleja una identidad híbrida, construida a partir de diversas geografías y culturas.
“Después de 14 años fuera de Venezuela, mi identidad se ha vuelto híbrida; mis referencias provienen de distintas geografías y culturas, y es difícil trazar un solo origen”, comparte.
Esta complejidad es precisamente lo que le atrae, pues explora cómo el arte latinoamericano se construye desde múltiples capas de memoria, migración y transformación.
La obra del artista también ha sido vinculada a corrientes como el Op-art y el arte cinético, debido a su exploración del color, la luz y el movimiento. Sin embargo, su enfoque no busca una repetición de estas corrientes, sino la reinterpretación de una reconexión con la memoria ancestral.
“El arte óptico y cinético, ampliamente reproducido en Venezuela, ha sido un eje central en mi investigación por años”, comenta.
Su trabajo se distancia de la mecanización e industrialización de estas corrientes, contrastándolas con el gesto manual del arte textil. Esta intersección permite una relectura de los lenguajes visuales del Op-art y el arte cinético.
“Busco incorporar tecnologías avanzadas de iluminación para generar espacios instalativos que intensifiquen la experiencia perceptiva”, afirma, mostrando su interés por fusionar lo ancestral con las innovaciones tecnológicas en su práctica artística.
Su obra, entonces, no solo desafía las fronteras de las tradiciones artísticas, sino que también invita a reflexionar sobre los procesos de transformación cultural y la capacidad del arte de actuar como un vehículo de resistencia y memoria.
Comunidad y apoyo entre artistas
En un mundo donde la figura del creador suele ser vista como solitaria, existen voces que defienden la importancia de la comunidad y el apoyo mutuo entre artistas. Para muchos, el arte es una experiencia profundamente individual, pero también puede ser un vehículo colectivo para la creación y la transformación. En este sentido, el artista y curador se enfrenta a una dualidad entre la soledad del proceso creativo y la necesidad de colaboración.
“Soy una persona naturalmente solitaria desde niño, y gran parte de mi trabajo ocurre en soledad. Siempre me ha resultado difícil trabajar en grandes equipos. Sin embargo, desde la apertura de SS Galerie hace tres años, he apostado por generar espacios colectivos de diálogo, intercambio y colaboración. A través de residencias artísticas, festivales de performance y diversos encuentros, buscamos impulsar nuevos talentos y fortalecer la comunidad artística”, expresó el creador, quien ha sido parte de proyectos de impacto social a través de la Fundación México Vivo.
En la actualidad, sus obras y las de su colectivo se encuentran en SS Galerie, una casa Art Déco de los años 30 ubicada en Av. Benjamín Franklin 201, la cual restauró y transformó en conjunto. La casona cuenta con cinco salas equipadas con un sistema de montaje y una iluminación de última generación proporcionada por Lutron Ketra. Además, dispone de un estudio completamente acondicionado para recibir a artistas en residencia.
Más que una galería, es una plataforma dedicada a impulsar nuevos talentos y fomentar el desarrollo comunitario con un enfoque en la espiritualidad, impulsando proyectos curatoriales que buscan generar conversaciones significativas. Cada semana el espacio alberga clases de yoga, ceremonias espirituales y actividades para personas mayores. Sus puertas están abierta a todos, sin distinción de sexo, orientación sexual o identidad de género.
A través de su labor con la Fundación México Vivo, el artista ha trabajado de cerca con comunidades vulnerables, especialmente con jóvenes afectados por el VIH. Para él, el arte es una plataforma crítica que abre conversaciones sobre realidades que suelen quedar en los márgenes.
"Desde los 17 años trabajo con comunidades vulnerables, utilizando el arte como medio para fomentar el empoderamiento, la autoexploración y la creatividad”, dice. El arte, según él, no solo visibiliza problemáticas sociales, sino que también se convierte en una vía para la transformación personal y colectiva.
Además de su faceta como artista, su rol como curador ha sido una extensión natural de su práctica. No lo percibe como una carrera separada, sino como una forma de visibilizar el trabajo de otros artistas y generar diálogos significativos. A través de su galería ha impulsado proyectos curatoriales que buscan fortalecer el discurso de artistas emergentes, ofreciéndoles un espacio para desarrollar sus propuestas.
Su trabajo no solo se limita a la creación artística individual, sino que aboga por el poder transformador del arte como un medio colectivo y social. A través de su obra, no solo hila colores, perspectivas y formas, sino que también teje una red de apoyo entre talentos como Mirna Serrano, Tanza Varela, Miguel Centeno, Kan Seidel y Lisette Poole González, entre otros. Su práctica artística trasciende lo visual para convertirse en un espacio de encuentro, donde la reflexión crítica, la memoria y el empoderamiento se entrelazan en cada pieza y en cada comunidad que toca.
PCL