Fania Oz-Salzberger: “Los libros protegen la memoria judía”

Entrevista

La historiadora israelí habla sobre el arte de la conversación, la crianza intelectual y la relación con su padre, Amos Oz

Conversación inédita con Oz-Salzberger sostenida en un café de la colonia Condesa, cuando visitó la Ciudad de México a finales de 2017 (Foto. Archivo
Alejandro García Abreu
Ciudad de México /

En Los judíos y las palabras, Amos Oz (Jerusalén, 1939-Tel Aviv, 2018) y Fania Oz-Salzberger (Hulda, 1960) ofrecieron su visión personal sobre un aspecto esencial de la historia judía: su relación con las palabras. Los coautores, padre e hija, aseveraron que “la genealogía nacional y cultural de los judíos ha dependido siempre de la transmisión intergeneracional del contenido verbal”. Él, escritor y estudioso de la literatura, dialogó con ella, historiadora, sobre la esencia de la identidad. En esta conversación inédita con Oz-Salzberger sostenida en un café de la colonia Condesa, cuando visitó la Ciudad de México a finales de 2017, la profesora de Historia en la Universidad de Haifa aborda la relación con su progenitor, su influencia, la importancia de la transmisión verbal y el proyecto común de padre e hija.

¿Cómo fue el proceso de escribir con tu padre el ensayo Los judíos y las palabras, en el que ambos afirman que la erudición importa sobremanera y la familia todavía más?
Fue exactamente como una conversación familiar continua. La conversación familiar es el corazón de Los judíos y las palabras, es la recomendación que este libro ofrece a los lectores, y es también el estilo con el que se escribió.

¿De qué manera te ha influido intelectualmente Amos Oz a lo largo de tu vida?
De muchas maneras. Me gusta pensar que también lo he influido un poco. Él me presentó la magia de los libros cuando era niña, la magia de las historias. Tiene opiniones muy firmes sobre las diferencias entre la buena y mala escritura, los libros buenos y malos. Es un juez estricto y he aprendido mucho de él, pero su influencia también me animó a pasar de la ficción a la historia y a convertirme en historiadora, así que estamos tratando con dos verdades diferentes que tienen muchas interconexiones: la verdad de la historia y la verdad de la literatura.



¿Cuál es la lección más grande que has aprendido de él?
La moderación. Él es un hombre que creció en una sociedad muy extremista: la del Jerusalén de los años cuarenta y cincuenta, en un hogar nacionalista. Aprendió la moderación de su madre más que de su padre y él me la enseñó: nunca seas extremo en nada. Esto no significa que debas estar en la mitad aburrida, pero nunca seas extremista.

Tu padre y tú afirman que “la genealogía nacional y cultural de los judíos ha dependido siempre de la transmisión intergeneracional del contenido verbal. Se trata, claro está, de la fe, pero, con mayor concreción aún, se trata de textos”. ¿Por qué decidieron explorar la relación esencial que existe entre los judíos y las palabras?
Somos parte de un grupo creciente de escritores e intelectuales en Israel, pero también en otros países, al que nos interesa lo que permanece más allá de la religión. El judaísmo es especial, porque si quitas a Jesucristo del Nuevo Testamento no quedará nada. Si quitas a Alá y a Mahoma del Corán, quedará muy poco. Pero si quitas la fe y a Dios de la Biblia hebrea, todo permanece; es nuestra civilización. Tiene ley, filosofía, astronomía, poesía, agricultura... De alguna manera, siempre hemos tenido, como judíos, la posibilidad de seguir siendo una civilización, incluso si perdemos nuestra religión. En los últimos años, especialmente en Israel, gran parte de los creyentes se han colocado en una posición de extrema derecha. Sentimos con mucha vehemencia que no debemos dejar el monopolio del judaísmo en la extrema derecha ni en la ultra ortodoxa. Lo estamos recuperando para nosotros mismos. Así que es una declaración cultural, pero también una afirmación política.

Amos Oz y tú aseveran que “en la tradición judía cada lector es un revisor, cada estudiante un crítico; y cada autor, por su parte, incluido el propio Autor de la Creación del universo, suscita una infinidad de interrogantes”. ¿Cómo lidian con la infinidad de interrogantes?
Las preguntas son más importantes que las respuestas, y las respuestas pueden transformarse. Es por eso que cada niño judío aprende a hacer preguntas, casi como si fuera parte del ritual. Pero a diferencia del catecismo cristiano, no son preguntas retóricas con una sola respuesta que obtienes de la autoridad. Son preguntas realmente abiertas, es decir, a un niño se le enseña cómo hacer preguntas abiertas y si no le gusta una respuesta debe buscar otra. El concepto de las preguntas abiertas es asombroso y también muy moderno, ya que nos permitió crear una cultura de discusión, una cultura de diferentes interpretaciones que compiten por llamar nuestra atención, por llegar al acuerdo y al racionalismo, pero que también produce poesía hermosa. Es por eso que las preguntas son buenas, especialmente si no tienen una sola respuesta.

“La nuestra no es una línea de sangre, sino una línea de texto”, escribieron en el capítulo “Continuidad”. ¿De qué manera percibes esa “línea de texto”?
Lo llamamos lazo textual. Es curioso que un grupo de personas esté del lado débil de la Historia, y con frecuencia en el lado perdedor. Los judíos han estado en el lado perdedor de la historia, desde el emperador romano Tito o antes, desde que los griegos ocuparon la tierra de Israel. Y aún sobrevivimos y seguimos contando la historia. Es muy raro. ¿Cómo puede suceder esto? Por lo general, la historia le pertenece al ganador. Permanecemos, aunque los romanos vencieron a los antiguos judíos y los expulsaron de la tierra de Israel, destruyeron Jerusalén, devastaron el templo, nos borraron de alguna manera, un poco como lo hizo Cortés con el pueblo azteca. Incluso ahora se celebran festivales de literatura judía. ¿Cómo puede suceder esto? ¿Cómo lograron los perdedores sobrevivir tan bien? La respuesta corta es que nuestros libros nos cuidaron, hasta cierto punto. No nos salvaron de la violencia, pero protegieron nuestra memoria. Los libros antiguos griegos y romanos son mejores que los libros judíos, pero no tenían instrucciones, lo que llamamos un manual de usuario. Los romanos y los griegos nunca dijeron: “tienes que leerle esto a tus hijos cuando son pequeños y decirles que lo recuerden toda la vida”. Los judíos lo hicieron, así que sus hijos recordaron toda su vida. Las palabras escritas y una cultura de preguntas y discusiones permitieron a un pueblo perdedor convertirse, a largo plazo, en un ganador de la supervivencia en la Historia.

“Y el Eclesiastés, profundamente familiarizado con la muerte, tiene el más bello y breve elogio de la Biblia a la vida: ‘Porque la luz es dulce, y es grato para los ojos contemplar el sol’ ”, recuerdan Amos Oz y tú en el libro. ¿Cómo vinculas vida y muerte en función de los múltiples textos transmitidos?
En la religión judía y en su tradición cultural hay un gran apego a la vida, más que en cualquier otra cultura monoteísta o no monoteísta en la que pueda pensar. Es decir, no nos gustaba matar, consideramos que el asesinato es pecado, uno de los pecados cardinales. Por supuesto, los hebreos bíblicos fueron a la guerra y algunas veces cometieron masacres, pero en un sentido muy profundo la vida era más importante, en especial cuando se trataba de sus propios hijos, o de los hijos de cualquiera. Los niños son los portadores de la antorcha. En la literatura griega la tragedia termina frecuentemente con las vidas de las próximas generaciones. En algunas tragedias griegas la madre o el padre pierden o matan a sus propios hijos. No encontrarás una historia judía como esa. La maternidad judía trata sobre nutrir, tanto física como intelectualmente. La paternidad judía puede ser difícil, pero también tiene que ver con la nutrición intelectual, así que los niños están destinados a sobrevivir porque son los grandes portadores de la antigüedad. A veces, cuando necesito encontrar una palabra para definir lo que significa ser judío, la respuesta es ser padre. Cuatro palabras: alimento y crianza intelectual.

Dicen: “Todos nuestros libros son falibles”. ¿De qué manera comparas la falibilidad de los libros con la de otras áreas del ámbito humano?
Todo lo que hacemos es propenso a errores y falible. Tengo mucho respeto por la religión católica, pero la invención de la infalibilidad es ajena a mi propia comprensión de la humanidad, del mundo. El error está en todas partes y también es un gran motor de desarrollo. Para mí no hay libros ni lugares sagrados. Entonces la falibilidad es también la capacidad para la imperfección. Así es la vida en general. Mi actitud hacia la biblioteca judía es que no contiene libros sagrados; posee algunos libros maravillosos y geniales. También algunos que no son tan buenos. Pero nada es sagrado, todo está abierto. Me gusta de ese modo.

En el capítulo “Tiempo e Intemporalidad” afirman: “Nuestra herencia está compuesta por unos pocos modestos hitos geográficos y una gran estantería de libros”. ¿Cómo percibes la transmisión textual judía en función del tiempo?
Hubo algunas técnicas judías que funcionaron muy bien, pero también las poseían otras personas. En “Tiempo e Intemporalidad” —escribí la mayor parte yo misma— mostré que había varias concepciones diferentes del tiempo. También sabemos que en México las civilizaciones tenían concepciones del tiempo disímiles. Es natural y fascinante. Pero de todas las concepciones judías, hay dos que realmente me cautivaron: una es que no existe en realidad el tiempo, en el sentido de que lo viejo y lo nuevo están sentados en la misma mesa, hablando y discutiendo. Entonces puedo discutir con un sabio talmúdico que vivió 2 mil años antes que yo y en algún otro mundo está discutiendo conmigo. La conversación eterna es una maravillosa concepción del tiempo. La otra es la idea de caminar hacia adelante mirando al pasado. Venimos de allí, es la palabra kadima, que quiere decir adelante pero también “el principio de los tiempos”, o el este. Creo que la humanidad, no solo los judíos, está caminando de espaldas al futuro; no podemos verlo, pero estamos caminando hacia él. Cuanto más cuidadosamente examinemos el pasado, mejor podrá usarse para el futuro. Entonces, en cierto modo, no es una mala manera de avanzar.

Jorge Luis Borges da el toque de campana de la nota final de Los judíos y las palabras con “Pierre Menard, autor del Quijote”. Se publicó por primera vez en mayo de 1939, fecha que coincide con el mes y año en que nació Amos Oz. ¿Cuáles son tus impresiones de la obra de Borges?
He recordado ese relato toda mi vida. Lo leí cuando era adolescente y cuando se lo mostré a mi padre me dijo: “Oh, sí”. Y de pronto lo recordó. También queríamos que la nota final de Los judíos y las palabras no fuera sobre un escritor judío. Jorge Luis Borges es un escritor universal. Además está la idea del laberinto en Borges. Me encantan los laberintos. También veo el mundo judío como un laberinto. Las bibliotecas lo son. Cuando mi padre y yo escribimos el libro, con frecuencia podía ver a Borges sonriendo de alguna manera. Desearía haberlo conocido. No pude pero me habría encantado, porque él habría entendido a la perfección lo que tú y yo estamos conversando. Estoy segura de ello. Me considero una hija de Borges, de la misma forma en que me considero la hija de los antiguos escritores judíos. El mundo no está hecho de jaulas étnicas.




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