Narrador, poeta y dramaturgo, Julio Ortega es, ante todo, el gran crítico del boom latinoamericano y un testigo privilegiado del nacimiento de la mejor literatura producida en el siglo XX. En La comedia literaria retrata ese panorama de literatura renovadora a través de perfiles escritos desde la camaradería, la entrañable amistad o la admiración.
Ortega llegó a México en 1969. “Es el año en que el hombre descubrió la Luna. Yo digo que descubrí México y salí ganando”, cuenta en entrevista. Aquí conoció a personajes que evoca con la fidelidad de una videograbadora: a Carlos Fuentes —con quien mantuvo “una extraordinaria y larga amistad”—, Jorge Luis Borges —“lúcido y dueño de una permanente ironía criolla”, Octavio Paz —“un hombre sin inhibiciones”—, Gabriel García Márquez —“Gabo era el diablo”—, Julio Cortázar —“un tipo muy afectuoso y sensible a todo”—, entre varios más.
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El talante memorioso de Ortega le viene de la infancia. “Debe ser porque fui un lector muy temprano y también era fanático de releer. No sé cuántas veces habré leído Vallejo, por ejemplo. De chicos era nuestra figura mayor y todos queríamos escribir tan bien como él, pero llegamos a la conclusión de que para ser como Vallejo había que sufrir mucho —lo cual no es tan difícil—, había que vivir en París y había que tener a su madre muerta. Entonces mirábamos a mamá con impaciencia, porque no podíamos ser buenos poetas mientras mamá seguía viva”, narra con gracia notable.
“Después de esa etapa existencial gramática”, agrega, “leí el Quijote”. Quedé absolutamente fascinado, lo leía caminando a la escuela, a los 10 años. Fue para mí un extraordinario descubrimiento de la literatura dentro de la literatura, de las aventuras de leer”
“La otra experiencia definitiva fue en la Universidad Católica de Lima. El primer día de clase, el profesor leyó como ejemplo del uso de la lengua literaria el párrafo de la visión simultánea del Aleph de Borges. Para mí fue como un bautizo total. Esa lectura me reveló lo que puede hacer el idioma, más allá de duplicar la realidad”.
“Hay una cosa que va de Vallejo, al Quijote y a Borges. Es la ruta que he seguido en mi enseñanza y crítica, y eso está en las memorias”, concluye.
ÁSS