¿Sueñan los androides con obras de teatro y poemas eléctricos?

FIL 2019

La fascinante tesis de Roger Bartra es que, para entender el interior de nuestra conciencia es necesario escapar del cráneo que encierra al cerebro y ver el efecto que tienen las prótesis culturales en nuestra neurofisiología.

Roger Bartra, autor de 'Chamanes y robots'. (Foto: Mónica González)
José Gordon
Guadalajara /

Walt Whitman escribía memorablemente: “Yo canto al cuerpo eléctrico”. Hoy sabemos que ese cuerpo —nuestro cuerpo— piensa y percibe lo que le rodea gracias a las sinapsis, a los impulsos eléctricos y químicos que comunican a nuestras neuronas, pero lo interesante es que ahí no termina el cerebro ni la conciencia. Nuestro cerebro se comunica con los pensamientos de otros cerebros en una especie de sinapsis interneuronal, exocerebral. Esto plantea la idea —como señala luminosamente Roger Bartra en su más reciente libro Chamanes y robots (Anagrama, 2019)— de que el cerebro tiene una suerte de incompletitud que requiere de una red exterior, “una especie de prótesis simbólica que prolonga, en los espacios culturales, algunas de las funciones de las redes neuronales”. Esta prótesis es llamada por Bartra exocerebro: “Está compuesta principalmente por el habla, el arte, la música, las memorias artificiales y diversas estructuras simbólicas”. […]

La tesis fascinante de Roger Bartra, que ya había empezado a explorar desde el libro Antropología del cerebro, es que, para entender el interior de nuestra conciencia, lo que sucede en nuestro cuerpo eléctrico (en nuestro cerebro eléctrico), es necesario escapar del cráneo que encierra al cerebro y ver el efecto que tienen las prótesis culturales en nuestra neurofisiología. […]

En un interesante recorrido histórico y antropológico, Bartra nos habla del efecto de las prótesis simbólicas de los chamanes en sus ceremonias con conjuros, talismanes, amuletos y palabras mágicas y también del que activan los doctores —como chamanes de batas blancas— que con sus rituales en consultorios llenos de diplomas e instrumentos médicos crean un entorno que contribuye a generar la sanación.

En estos paralelismos es muy aguda la observación de Bartra que plantea cómo nuestras prótesis tecnológicas, por ejemplo, los teléfonos celulares inteligentes, se han convertido en piezas importantes del exocerebro para extender nuestra memoria y conexión con el entorno, al grado de que cuando lo extraviamos es como si hubiéramos perdido un amuleto colgante que nos dio un chamán. Sufrimos de una gran ansiedad —ya documentada— que se conoce como nomophobia (no mobile phone phobia) o como traduce Bartra con humor: sintelcelosis.

¿Hasta dónde puede llegar la extensión tecnológica de nuestra conciencia? Ese es el tema de la segunda parte del libro de Roger que se pregunta si los instrumentos del exocerebro, en una especie de juego de espejos, podrían llegar a crear robots, inteligencias artificiales capaces de tener una versión aproximada de una conciencia. Bartra examina los desarrollos de las técnicas de aprendizaje profundo que usan hoy en día las computadoras y las ideas y avances que permean la robótica para ver si será posible algún día la emancipación de los exocerebros y subraya la tesis de su provocador libro, que en el fondo es una exploración del misterio de la percepción humana: la conciencia no es nada más un epifenómeno o un subproducto de nuestro funcionamiento biológico. A contracorriente de lo que suelen pensar algunos neurocientíficos, propone que es el resultado de un fenómeno simbiótico entre cerebro y cultura y que el reto mayor que tenemos es desarrollar una teoría unificada entre señales biológicas y símbolos culturales.

Presentación

Domingo 1 de diciembre
20:00 horas
Salón 3

ÁSS

LAS MÁS VISTAS